En tiempos de pandemia todos implorando a Dios

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Jesús M. Moreno Mejía.

Andrés Manuel López Obrador exhibió estampitas y escapularios religiosos.

“El amor en tiempos de cólera”, novela de Gabriel García Márquez, ha dado pie a mi imaginación para escribir algo sobre la pandemia mundial del COVID-19 y sus implicaciones en la vida, y aun cuando la obra de Gabo es una singular historia de amor en medio de un brote del cólera, tiene algunos matices que coinciden con el devenir del mal que hoy sufre la humanidad.

En principio, aclaremos: se produce el cólera con una bacteria, y en cambio el COVID- 19 (que popularmente se le conoce como coronavirus), es una enfermedad viral, ambas son causadas por contagio de personas infectadas, como sucedió en 1918 con la epidemia de Influenza Española en México, que solamente en Coahuila causó 21,000 muertes, y cantidades más o menos similares en otras entidades, mientras que en otras naciones arrasaron poblaciones enteras, según lo registran los anales de la historia de la humanidad.

Ahora bien, en uno y en otro caso a la gente le invade un terrible pavor a contraer el padecimiento, después al conocer los horribles efectos y consecuencias (sobre todo la muerte) del contagio.

El miedo es, y ha sido siempre, una condición del ser humano, con el que hemos lidiado desde tiempos inmemoriales, posiblemente desde el mismo primer hombre de nuestra especie (el homo sapiens), que en ciertas ocasiones lo llegamos a controlar y vencer, pero en la más de las veces caemos derrotados.

Y es que el temor está en la mente de toda clase de personas, salvo aquellas que por falta de información oportuna pasan por alto todo tipo de advertencias, pero también tenemos que agregar a los que por ignorancia supina desentienden irresponsablemente las recomendaciones oficiales.
El hecho es que no debemos caer en un pánico irrefrenable, y para ello no dejar de ser cuidadosos en cumplir las medidas preventivas que nos dictan las autoridades sanitarias, mismas que ya medio mundo conoce y sería prolijo repetir (lavado constante de manos; sana distancia, etc.)
Ahora bien, como en la actualidad vivimos inmersos en un mundo material, desdeñamos aquello que no vemos, o sea el mundo de la espiritualidad, a la que recurrimos cuando nos sentimos amenazados por un mal que no comprendemos del todo.

No es nuestra intención invitar a nuestros lectores a que caigan de rodillas y dándonos golpes de pecho, suplicando la protección divina, pero sí que reconozcamos somos creaturas dotadas de cuerpo y alma (aunque ésta no la veamos), pero también que estamos dotados del libre albedrío, y por tanto cada quien puede o no invocar al ser divino que tenga en mente o pensamiento, llámelo Dios, Alá, Jehová, Buda o como quiera identificar a ese ente superior.

El doctor en filosofía, Luis Alberto Vázquez Álvarez, en reciente artículo que titula “La fe religiosa como refugio ante las adversidades”, comienza por recordar que Blas Pascal (1623-1662), quien propuso una apuesta: “Puedes creer en Dios; si existe, entonces al morir irás al cielo. Puedes creer en Dios; si no existe, cuando mueras no pasará nada. Puedes no creer en Dios, si no existe, tampoco pasará nada. Puedes no creer en Dios, si existe, al morir ya perdiste todo”.

El hecho es que cuando se dan todo tipo de crisis (económicas, sociales, políticas o existenciales), mucha gente recurre a la fe religiosa, como lo hicieron en su momento importantes estadistas, comenzando por Plutarco Elías Calles, quien siendo Presidente fue en los años 20’s un perseguidor empecinado de la religión en nuestro país, dando lugar a la “Guerra Cristera”. Sin embargo, en sus últimos años cayó enfermo (hay quien asegura de lepra) y para ello recurrió al santón conocido como “El Niño Fidencio”, esperanzado en ser curado con rezos y pócimas, que al parecer lo sacaron adelante de su mal.

Incluso nuestro actual Presidente, Andrés Manuel López Obrador, se presentó hace poco tiempo en una de sus diarias comparecencias públicas, conocidas como las “Mañaneras”, como un ferviente creyente religioso, no obstante ser identificado como un auténtico líder de izquierda, asegurando que su defensa al coronavirus lo enfrentaría “con mucha fe”, y para ello exhibió estampitas y escapularios religiosos en sus manos, amén de haberse sometido varias veces a rituales indígenas, para demostrar ser un hombre espiritual.

Vázquez Álvarez señala que otros presidentes de América Latina, como Mario Abdo Benitez, de Paraguay, públicamente rezó e invitó a los ciudadanos a mantenerse unidos en oración, para que Dios proteja al país del COVID-19.

Nayib Bukele, presidente de El Salvador, en un mensaje a la nación dijo literalmente: “Quiero pedirles que todos oremos y le pidamos a Dios nos ayude a sobreponernos a esta enfermedad. Que salve a la mayoría de los salvadoreños…”

Nicolás Maduro, por su parte, imploró a los venezolanos a ponerse de rodillas y pedir a Dios que se encuentre la vacuna contra el coronavirus, y para ello propuso construir una cadena diaria de oración, para salvar a la humanidad. Hay quienes aseguran que sus detractores venezolanos aplaudieron la actitud del controvertido mandatario.

Incluso Donald Trump, presidente del país más poderoso del mundo occidental, Estados Unidos de América, también se unió públicamente a las manifestaciones de fe en una reunión de líderes religiosos, pidiéndoles a elevar sus oraciones para proteger a los estadounidenses del coronavirus, máxime que en la vecina nación del norte de México la pandemia del coronavirus ha cobrado muchas más vidas que en otros países.

La pregunta obligada a nuestros lectores, como en otras ocasiones lo hacemos, es la misma: ¿Y usted qué opina de todo lo anterior?

¡Hasta la próxima!