Fidencio Treviño Maldonado.
La época del oscurantismo fue el sometimiento del pensamiento, entre las religiones y los feudos tiranos por la gracia divina, vía iglesia, reglas impuestas por hombres en donde acomodaban a su conveniencia la llamada palabra de Dios y la Biblia. Hasta que años después un monje se les sale del conductismo, se brinca el dogma y traspasa el cognoscitivo impuesto por la iglesia y se rebela traduciendo al latín algunos textos de la Biblia. Fue el inicio de otra era en el mundo. Todos los documentos de esa “Era”, libros y periódicos impresos desde que se inventa la imprenta son minuciosamente revisados por la iglesia, de esta manera perduran las buenas conciencias y estos modales construyen una sociedad moderada a las costumbres y leyes religiosas, aunque por debajo de esas leyes perduraba y estaba la podredumbre de los mismos que predicaban una religión, el poder de ostentar “El Omnipotente Poder” los hacia caer en esos pecados, hasta con excesos. De ahí que pocos libros antiguos estén escritos con analogías prosaicas, con palabras altisonantes y soeces, con lo que hasta ahora la sociedad de castos oídos las considera maldiciones, mientras ya entrados al siglo XX para los años 50, se publican textos escritos por plumas que inclusive fueron Premios Nobel de Literatura.
Leer a Carlos Fuentes, gran escritor y sólo los jueces saben por qué este mexicano no fue merecedor de un Premio Nobel de Literatura, como tampoco lo fue el argentino Jorge Luis Borges, entre otros muchos magníficos escritores universales merecedores de este premio. Basta leer “La Muerte de Artemio Cruz” de Carlos Fuentes para ver plasmadas más de 30 rayadas de madre por este personaje, oración usada dirigida a X personas por este protagonista de la novela, usando la palabra que encierra todo y nada, la que nos da por terminada una plática, la que principia un pleito y hasta termina con vidas, de la que ni siquiera sabemos el por qué de su principio y fin en el diccionario, la que se guarda en lo más sensible de las lenguas de todos los estratos sociales del mexicano, la que señala lo malo o bueno, lo insignificante y lo grandioso, palabra que para algunos es la rajada, la violada, la herida, la Malinche, sin embargo no indica lugares, rumbos o destinos: La chingada.
Octavio Paz, mexicano, escritor, poeta, ensayista, premio Nobel de Literatura describe como nadie la palabra Chingada y la usa como sujeto, verbo, adjetivo, adverbio, es decir el mexicano la utiliza en todos los movimientos gramaticales, sin dejar una pizca de duda cuando va dirigida a quien corresponda, cuándo, cómo, dónde, la forma y el tiempo de quien la dice y hacia quien va dirigida: “Vales una chingada”, “Eres un chingón”, “Lo mande a la chingada”, “Lo chingué”, “hijos de su chingada”… es decir, vivir o morir, estar en la cúspide o en el subsuelo, volar o arrastrarse por un segundo cuando se escucha esta palabra.
Vargas Llosa gran escritor peruano le preguntó a un amigo sobre esa expresión tan mexicana y el estudioso profesor de filosofía, no pudo más que decir que aun no sabía si era una emoción o reacción expresada o la expresión convertida en reacción y emoción en si. Otro Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Marqués, decía que “ser solemne en lo que se escribe, es ser igual al subdesarrollo del que escribe”, de ahí que la literatura sin tapujos es la que triunfa. De hecho la llamada “Generación Perdida” y sus escritores se salen del conductismo literario y aun hay quien los critica. Todos fueron unos chingones.
Es una palabra que según dónde, cuándo y en la forma en que se diga puede resultar insultante, de alabanza, regocijo y al estilo muy mexicano del lamento y su poder se intensifica por su carácter prohibido, pocos la dicen en público y normalmente se estila entre hombres. Además esta palabra es sin duda una manifestación en donde se supera el pudor, la hipocresía, el silencio y hasta para romper y aliviar el mal del siglo llamado estrés, es decir con esta palabra nos manifestamos tal y cual “Semos” los mexicanos en sus millones de aplicaciones y que en la sociedad cobijada en el orgullo, vanidosa, ambiciosa, muchas veces hipócrita y envuelta en las llamas de la soberbia, ya que a estas alturas de nuestra nación convertida en cenizas en la apagada chimenea de la vanidad y, que para muchos oídos y sentidos puros y castos es una “chingadera” escucharla, leerla o escribir esta palabra.
Luciano “El Pichilaco” Valdés, el filósofo de mi rancho que terminaba sus pláticas pontificando: “En el mundo y aquí, siempre existirán gentes que chingan por chingones y otros que sólo chingan por chingar”. Resulta claro que para el mexicano común existan dos posibilidades en su vida: chingar o ser chingado. En 1999, en el H.H. Congreso de la Nación, se da la noticia de que al PAN le arrebató el poder al PRI, y sin darse cuenta de que el micrófono estaba abierto, el entonces Presidente de la Cámara, un PRIista, dijo: “Ni modo, ya nos cargó la chingada con estos panistas hijos de su chingada madre”. A la fecha sigue grabada su exaltación, que por cierto no es la única que pasa en esta cumbre.
Entre 1830-1833 aproximadamente, en revistas de la época, el francés, Honoré de Balzac publica “Tratado de la Vida Elegante” en donde se recomienda ser recatado, no decir majaderías; mientras en la misma época en Europa se daba rienda suelta a los insultos con conjuros y maldiciones, esto en imprentas clandestinas y ya se usaban firmas postizas en los escritos. Aquí en nuestro país, basta ir a un juego en cualquier estadio y escuchar cientos de palabras soeces, altisonantes y perturbadoras para oídos y sentidos castos, los mitines políticos no están exentos de estas expresiones de júbilo, hacia los que se apoyan o a sus adversarios.
En este cambalache que nos toca vivir, para millones de mexicanos va implícito el pensamiento al levantarse para iniciar el nuevo día “Señor con que este día no me chinguen y yo pueda chingar a algunos me doy por bien servido”. ¿Acaso Dios escuchará estas majaderías, aunque vayan con todo el respeto que él se merece?
En la Literatura universal sutilmente se utilizan otros escritos algo blandos: estúpido, mierda, imbécil, zorra, ramera, puta, tonto, lelo, loco, entre otras palabras, siempre en forma muy estética y sin caer en lugares comunes, por aquello de que algunas editoriales pongan mordaza y prohíban lo que para ellos son palabras no gratas para sentidos castos.