¿Cabría una “Damnatio memoriae”? De la mano de AMLO, México se acerca a un desfiladero

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Adolfo Olmedo Muñoz.

En el ámbito internacional es ya motivo de burla y vergüenza extrema para los mexicanos, por lo menos los inteligentes, pues hay que reconocer que aun existen muchos corifeos apologistas de la estupidez, la vulgaridad y el cinismo.

Nunca en la historia del presidencialismo posrevolucionario se dieron los niveles de mediocridad, incapacidad y nulo entendimiento de lo que es la “función pública”, la visión de estado, el ejercicio del poder en beneficio de la nación como en el actual régimen. Repasando “a vuelo de pájaro” la sucesión de personajes que han ocupado la silla presidencial, nadie fue tan radicalmente torpe y corrosivo como Andrés Manuel López Obrador, que convencionalmente podemos llamar “presidente”, aunque en realidad es un tremendo galimatías que pasará a la historia de la manera más vergonzosa y devastadora en el devenir de México.

Hace tiempo comenté en este mismo espacio, (desde que era candidato) mi temor de que AMLO resultara ser un clon de “su alteza serenísima” Antonio López de Santana, de infausta memoria para la historia de México, pero reconozco que me equivoqué porque AMLO no tiene parangón.
Sin embargo, como ejercicio de comunicación tendría que hallar el o los adjetivos más apropiados, para, a partir de ello, tratar de entender las conductas de un contumaz perdedor, que, aunque parecería triunfador por haber llegado a la primera magistratura de la nación, la verdad es que llegó por las vías más perversas de manipulación de las masas, las más vulnerables pero incapaces de hacer un juicio certero y una elección adecuada. Su arribo no tiene sustento.

No tenemos, en este momento, que volver a intentar estudiar las razones y las condiciones que le favorecieron, y si, nos urge entender del presente para prevenir un futuro que semiológicamente nos pinta trágico, difícil de remontar.

Por ello, estimados lectores les agradecerían me auxiliaran a seleccionar los adjetivos adecuados para definir a un mendaz de tal talante, con el fin de crearnos mecanismos de defensa y así poder sortear las consecuencias de su pésima administración. Cabría el criterio de señalarlo como un “pésimo apostador”; un aventurero irresponsable, contumaz perdedor, de variopintas cualidades semánticas.

Es indiscutible, según mi criterio, que es: porfiado, tenaz, recalcitrantemente torpe, obstinado, obcecado revanchista, terco caprichoso, pertinaz devastador, ignorante, testarudo, esencialmente impenitente. Características de su personalidad en lo individual pero que se proyectan de manera explosiva en su función pública.

Antaño, se hablaba del “Estilo personal de gobernar” para hacer una descripción del perfil del ejecutivo y su forma de resolver los problemas de estado, pero por ello pido auxilio, pues cada vez es más difícil tratar de hallarle una identidad de un sujeto que podrá tener muchas aristas, pero ninguna coherente para contrarrestar los yerros de su accionar público.
Confieso que me equivoque en comentarios anteriores, al tratar de definirle una presencia dentro de un espectro teórico de lo que es o debe ser la teoría del estado. Aunque no solo yo, muchos comentaristas han tratado de identificar al personaje de marras, como un seguidor de alguna de los doctrinas filosóficas o científicas de lo que los ilustrados han propuesto como modelos para el ejercicio del poder que pueden ir desde la tiranía hasta el más aberrante populismo oportunista.

¿A qué juega López Obrador? Es difícil saberlo, pero lo que es un hecho, es que nuestro futuro está siendo hipotecado y condenado a un doloroso retraso: en lo económico, en lo político, en lo social y desde luego de impacto en la cultura.

En el ámbito internacional es ya motivo de burla y vergüenza extrema para los mexicanos, por lo menos los inteligentes, pues hay que reconocer que aun existen muchos corifeos apologistas de la estupidez, la vulgaridad y el cinismo. Ejemplos hay muchos, bástenos señalar como botón de muestra a un sospechoso gobernador de Puebla… Luis Miguel Gerónimo Barbosa Huerta quien entre otras “bar bosadas” dijo que “a los pobres no les da el coronavirus, solo a los ricos”.

Pero no tiene caso por ahora hacer una interminable lista de las aberrantes manifestaciones de los “morenistas” que “abren la boca y meten la pata”. El momento que vive nuestro país es de extrema alarma, el actuar del presidente nos lleva ya a predecir una gran catástrofe en todos sentidos, pero la más grave y determinante será la depauperación de nuestra economía.

Merced a la indescifrable personalidad pública de AMLO no se puede hacer vaticinio, ni esbozo siquiera, de cómo ni cuánto terminara destruyendo al país. Son muchos los barruntos de una tormenta incalculada.
La salud, la educación, la seguridad, la estabilidad económica, entre otros renglones, han sido atacados sistemáticamente con caprichos voluntariosos que, además, no tiene empacho en exhibir en sus montadas mañaneras, que no son para informar sino para tratar de seguir dogmatizando, en una interminable campaña proselitista.

No podemos concluir, por ahora, cuál es y cómo terminará influyendo la personalidad del actual mandatario en nuestro futuro, pero como dijera un destacado militar norteamericano: “si camina como pato, si grazna como pato, si flota como pato y caga como pato… pues es pato.” O como consigna la “ley de Morphy”: “lo que empieza mal, termina mal”

Quizá ya no tenga caso mirar el pasado reciente saturado de errores, es más quizá ya no tenga caso seguir tratando de definirle una personalidad ni un estilo de gobernar, a un personaje tan controversial como Andrés Manuel López Obrador, alias “el pejelagarto”.

Lo que es un hecho es que se ha comprado ya un futuro macabro, digno de aplicarle aquella viejísima formula de los antiguos romanos, la “damnatio memoriae” con la cual la ciudadanía llevaba a cabo un acuerdo no escrito, de ignorar hasta la destrucción de la presencia de un nefando mandatario, o de cualquier otro personaje de la vida pública, hasta el punto de ir borrando su nombre del devenir de la historia.

El presente que vive nuestro país es tormentoso, doloroso, asfixiante, pero nuestro futuro puede ser funestamente peor si la sociedad civil no adopta una reacción contundente y definitiva y toma “al toro por los cuernos” y lo manda al corral por inservible, y borrar de la memoria la pesadilla que padecemos desde hace poco más de dos años.
AMLO en su afán de “voltear la tortilla”, (como siempre) se escuda en los efectos de una crisis mundial que ha provocado la presencia del coronavirus, pandemia que está vulnerando hasta a las naciones más poderosas e industrializadas.

En nuestro país, se seguirán destinando los recursos (todos) para sostener caprichos clientelares de alguien que no tiene la más mínima idea de una “visión de estado” incapaz de entender las funciones de un líder, y que solo ha disfrutado (hasta hoy) de su caudillismo.

Las diferencias son muchas, pero tal vez la principal es que, un líder trabaja para llevar a toda una nación hacia mejores estratos, mientras que un caudillo, solo piensa en satisfacer los caprichos de sus correligionarios, servidores incondicionales con el fin de ser mantenidos.