El lienzo vacío apuntes de mi vida (I)

0
769

Lic. Simón Álvarez Franco.

Mi bisabuelo Simón ocupaba con su prole la Hacienda de Icamole, a unos 25 kilómetros al norte de Villa de García N.L. a donde llegó derrotado el general Porfirio Díaz, llorando amargamente su debacle, recargado en los morillos del corral de la casa de don Simón en su huida rumbo a Monclova, mi bisabuelo le dio ayuda pero no le pudo quitar el peyorativo mote del “Llorón de Icamole” que lo acompañó el resto de su vida.

Mi padre y el resto de sus hermanos nacieron en Villa de García, No conocí más que al mayor de ellos, mi tío Froilan G. (Gertrudis) quien jugaría un importante y decisivo papel en la vida de nosotros que fuimos 5 hermanos, ahijados y sobrinos (como 30) a quienes nos dio estudios y negocios.

Recordemos que en la era prevasconcelista, en los primeros años del siglo XX casi no había escuelas y mucho menos rurales, la educación primaria no era obligatoria, y las pocas primarias eran solamente de dos grados; primero y segundo solamente. Mi tío que era mayor que mi padre dos años, terminó su instrucción primaria, mi padre no; esto hizo una gran diferencia, pues mi tío fue contratado como maestro en Villa García y mi padre regresó a las labores del campo para subsistir con su familia. Llegó la Revolución y el hermano mayor, Francisco fue llevado por la “leva” e hizo su carrera militar, hasta su muerte cuando era gobernador del Territorio de Quintana Roo, ya para entonces  mi tío Froilán, quien era más instruido y con una mente inventiva, habíase mudado a Saltillo donde puso las bases de sus negocios, se hizo comerciante primero y minero después y atento a la política económica de preguerra se dio cuenta que tanto Europa como Estados Unidos requerían materias primas rurales y ganaderas; principió a recolectar ixtle de lechuguilla y palma que crecía en las zonas desérticas y semidesérticas del norte de Coahuila, San Luis Potosí y Nuevo León, se contactó con posibilidad de conseguir clientes de aquellos países y agregó la exportación de orégano, clavo y otras especies para supervisarlos personalmente.

Creció  tanto en sus negocios que no completaba de tiempo para supervisarlos, por lo que fundó aparcerías regionales en Matehuala, Raíces, Ocampo y otros lugares estratégicos, pero siempre exigiendo que el material que adquiría para exportación cumpliera normas de calidad adecuadas, a esto agregó sistemas de transporte eficiente que asegurara a los clientes la entrega en la fecha convenida, de ahí la necesidad de contratar los servicios de la Missouri Pacific Lines, ferrocarril que atravesaba toda la Unión Americana y así me  incluyó a mí en el negocio, empecé a viajar con mi tío a la Ciudad de México y otras ciudades a ayudarle a arreglar operaciones, contratos, etc.

Al estallido de la II Guerra Mundial, el gobierno de México decretó la prohibición de exportar producto o materias primas hacia Estados Unidos de origen forestal producidos en cualquiera de los estados fronterizos. Por lo que no podíamos exportar ixtle a aquel país. En ese momento yo era el encargado de la tienda en Ocampo, Coahuila, por lo que para hacer frente a esa prohibición, me convertí en contrabandista para enviar todo el ixtle producido en Coahuila hacia el extranjero, así durante todos los días hábiles me trasladaba en una camioneta que transportaba pasajeros de Ocampo a Cuatro Ciénegas (ahora son 55 kilómetros que se transitan en una hora) en aquel entonces eran 80 kms. de brecha entre cerros, arroyos secos y soledad absoluta, un recorrido de 6 horas, y ya en Ciénegas tomaba el tren del Oro a Monclova, en escasas dos cómodas horas, de ahí a Torreón en autobús a donde llegaba rendido a dormir al Hotel Salvador, el más caro de la ciudad, pero el más hermoso con muebles y decoración interior Art Déco, magnífico restaurante y ambiente de lujo, provenía de ambiente rural, pero me gustaban las cosas buenas y elegantes. Por la mañana, temprano tomaba un autobús a Durango capital, me presentaba en las oficinas de la Secretaría de Agricultura iba a la ventanilla de Guías Forestales, donde compraba 100 guías forestales para transportar y exportar ixtle y sus derivados, a $ 10.00 cada una. Me apresuraba a hacer el viaje de regreso en autobús, pero hasta Piedras Negras, Coahuila, en cuya Aduana haría el embarque de nuestra mercancía de ixtle y sus derivados hacia Detroit y Nueva York, en la primera ciudad citada, la usarían para rellenar con ella los asientos de los autos, ya que por ser fibra natural, no se deformaba ni pulverizaba como con los derivados plásticos, como sucede casi de inmediato. Basta preguntar a cualquiera que haya manejado un auto modelo anterior a 1940 la diferencia y comodidad entre los modelos antiguos y los modernos.

Olvidé mencionar que mis hermanos y yo nacimos todos en Matehuala, 2 caballeros y 3 damitas de los cuales fui el tercero, siendo mi hermano mayor dos años que yo y totalmente diferente a mí, él es carismático, fácil para hacer amistades, alegre y atlético, nada tímido, yo en cambio, enfermizo, asmático, fácil para el lamento y el llanto, por lo tanto el “consentido” de la familia.

Mi padre era el encargado de la “agencia” que estaba frente a la casa, un edificio de dos plantas con una cúpula de cobre, a donde me subía con un tren eléctrico Leonel y a jugar con una perinola grande (del tamaño de un melón lagunero), la perinola tenía unos orificios que al girar la hacían silbar. Esos fueron regalos de mi tío. Mi padre un hombre más bien inculto me heredó algo más valioso, en casa nunca le escuchamos una mala palabra o un regaño, leía mucho y nos contaba todas las noches de memoria cuentos de las Mil y una Noches, a veces leyendas y mitos. Despertando en sus hijos una imaginación que hemos podido disfrutar en la vida, gracias a él conocemos hechos de la historia del mundo y del país, imaginación que aún me ayuda a escribir.

Dos cosas son inolvidables, la primera que mi madre tocaba la balalaika, instrumento musical de forma triangular que al fin pude conocer años más tarde en Ucrania de donde parece ser originario, cuando en 1986 mi esposa y yo pasamos varios meses de paseo en ocho de los 15 países que entonces formaban la URSS. La otra cosa que no olvido es penosa, ahí conocí la muerte por asesinato. Me explico, en contra esquina de la casa había un predio que se usaba como basurero y los chiquillos del barrio una mañana fueron por mí para que los acompañara a ver qué habían encontrado en el basurero, con toda la curiosidad infantil me uní al grupo y encontramos a una mujer muerta, con costras de sangre secas, no recuerdo su cara, si es que se la vi, pero si recuerdo las cuchilladas en brazos y piernas, éstas cubiertas con medias que llamaban “de malla” rotas, en jirones el vestido, ni me pregunten la regañada que me dieron en casa por andar viendo cosas prohibidas impropias de un aplicado escolar de kindergarten.

             Casi para cumplir mis seis años, en 1941 tuvimos que cambiar a toda la familia a Saltillo, en busca de mejor atención médica para mi madre que padecía una enfermedad intestinal y los médicos de aquel poblado no atinaban a la causa ni a la curación. Llegamos a vivir a la casa de mis tíos, muy céntrica y grande, a una cuadra de la Alameda, por la calle de Aldama, tenía pasillo para cuatro vehículos, jardín con flores y árboles, rodeado de habitaciones, luego un patio con pila y más habitaciones, al final un corral con techos laterales de lámina metálica y ocupaba media manzana en total. La estancia en esa casa fue larga y agradable, alternada cada dos semanas con viajes a Villa García a gozar la enorme casa del pueblo de mis abuelos. Lamentablemente el 2 de agosto de ese 1941 mi madre falleció de amibiasis, a los 28 años de edad (se acababa de descubrir la penicilina, pero no se conseguía por utilizarla en el frente de guerra para heridos).

          Mi padre en esa primera época se fue a trabajar de pizcador de algodón, le pagaban  50 centavos de jornal por 12 horas de trabajo al día, $ 3.50 pesos a la semana, mis tíos nos pagaron la primaria y la carrera de Estenógrafo y Auxiliar de Contador a mi hermano y a mí, en esa época eran desconocidas las carreras de CPA, Administración, vamos ni siquiera había Universidades en provincia. 

15 de enero de 1951 me recibí en la Academia Victoriano Cepeda, institución que celebraba sus bodas de plata en esa fecha, por lo que se invitó a una función de gala en el Cinema Palacio, para presentar a la Compañía de Danza Clásica de Bellas Artes presentando El Lago de Los Cisnes, en esa función conocí a Madame Nelsy Dambré, Gloria Mestre  (después fue mambolera), César Bordes y Felipe Segura, quienes alcanzaron renombre internacional y cuya amistad cultivé más de 50 años.

De inmediato mi tío me envió a cuidar su tienda en Ocampo, Coahuila, Villa que era el último rincón ya para entrar al desierto de Chihuahua.

            Inolvidables Ocampo y Ciénegas, los bailes frente a Presidencia Municipal de Ocampo por cualquier motivo, con discos de 78 rpm y con los éxitos de moda, pero lo que me llamó la atención era que se requería invitación para asistir y como no había ni dinero ni imprentas, se suplía con las “invitadoras”, eran éstas un grupo de amas de casa que autorizadas previo un modesto emolumento, se dedicaban a recorrer el pueblo casa por casa para participarlo a las familias a que enviaran a sus adolescentes al festejo, obvio era que invitaban a lo más “granado” de los habitantes, como en mi caso era el administrador y guardián de los negocios de mi tío, a mis fogosos 18 años era obligado invitado. 

Aclarando que Ocampo era una villa de si acaso 2 mil habitantes, los jóvenes en su mayoría masculinos, porque las jovencitas en edad de merecer, por lo común habían emigrado a otros lugares a concluir sus estudios. En épocas de vacaciones se llenaba el pueblo de muchachas, entonces hacíamos excursiones a un pequeño oasis llamado La Mula, donde había balneario, árboles frondosos y para mi sorpresa, vides silvestres que alcanzaban hasta 3 metros de altura trepando por los troncos que les servían de apoyo, no comestibles, ya que además de amargas eran purgantes garantizadas.

En mi calidad de ciudadano aparentemente acomodado, a mis 19 años, bien vestido e ilustrado, fui incluido en el Comité de la Feria de Cuatro Ciénegas, donde en 1983 me comisionaron para conseguir como estrella del festejo, la asistencia de Christiane Martel, recientemente nombrada en París como Miss Universo, tarea que cumplí cabalmente, desde luego con ayuda de mis contactos con publicistas, actores en la Capital, llevándola a Ciénegas por tres días, la acompañó un galán del cine mexicano, Ramón Gay, a quien por cierto le faltaba el dedo gordo en uno de sus pies, no asombrarse que me diera cuenta, puesto que ocupábamos habitaciones en el mejor y único hotel del pueblo, y en la alberca es imposible ocultar ese defecto, por otra parte, tanto él como ella no sabían hacer nada que no fuera lucir su anatomía.

Con el trato a este tipo de personas y al entablar plática con todo tipo de gente en trenes y autobuses cuando viajaba en los negocios de la familia, fui perdiendo mi timidez natural y mejoré la tartamudez que me ponía a temblar desde niño. Más adelante hablaré de cómo la vencí definitivamente.

Con motivo de la muerte de mi madre en 1941, nos quedamos a vivir en Saltillo, donde cursé la primaria en el Colegio Ignacio Zaragoza (creo que era de Lasallistas) y la teneduría contable en la Academia Militarizada Victoriano Cepeda, siendo su director don Severiano Urteaga, quien haciendo honor a su nombre era un educador severísimo, al igual que todos los maestros de esa noble institución. Estos estudios y mis primeros empleos no impidieron que siguiera viajando algunas veces a atender los negocios foráneos de mi tío a Guanajuato, especialmente a San Luis Potosí. La capital en donde había incursionado en la minería de fluorita y cantera.

En Guanajuato yo era el encargado de la mina de cantera, por lo que viví mucho tiempo en la Posada de la Presa, ubicada  en el Paseo del mismo nombre, lujoso albergue en donde trabé amistad con José Chávez Morado escultor que estaba renovando el Monumento a El Pípila, construido originalmente por Juan Olaguíbel, autor de la Diana Cazadora en el Paseo de la Reforma, en México D. F. frente a Chapultepec. Otro de los huéspedes era Sir Thomas Beecham, director de la Sinfónica de Londres, con todos ellos hice amistad y abrevé de sus conocimientos. La mina de cantera estaba ubicada entre las presas de San Renovato y la de La Olla, tuve la suerte de vender a la Universidad de Guanajuato toda la cantera verdiazul para su fachada y al Sr. Armida (empresario de México) grandes bloques de cantera gris para hacer un acueducto y varias figuras en su Hacienda de Marfil a la entrada de la ciudad.

En Saltillo, mi casa estaba por la calle de Aldama a tres casas de la oficina del periódico El Heraldo, cuyo Director don Roberto Orozco Melo se hizo mi amigo y lo fuimos hasta su muerte. La casa estaba ubicada frente a la oficina de Telégrafos Nacionales donde trabajaba un joven muy humilde oriundo de Ameca, Jalisco, Gilberto Guerra González, de mi misma edad, nos hicimos amigos compartiendo noviazgos con alumnas de la Normal, amistad sólo interrumpida por mi cambio a estudiar a la Capital. Años después reanudaríamos nuestra amistad cuando por necesidades de mi trabajo en una empresa avícola en Gómez Palacio, tuve que permanecer en Guadalajara algunos meses para construir una sucursal en aquella región, en alguno de mis tiempos libres procuré buscar su teléfono y lo encontré, invitándolo a desayunar al día siguiente a mi hotel, en donde hicimos remembranzas de la juventud y de su matrimonio al cual había asistido yo, varios años antes.

Al llegar a la clásica pregunta: ¿Oye Gilberto y ahora que me comentas que tanto tú como tu esposa se han jubilado del Telégrafo, a qué te dedicas? Muy seriamente me contestó: “pinto”, no quedé satisfecho con la respuesta e insistí, ¿pintas casas, bicicletas, autos o qué? Continuó: No, pinto paisajes como José María Velasco. Me aguanté la carcajada y se dio cuenta, me dijo: “vente a la tarde por mi taller, con gusto te invito a conocer mis obras”. Ante su seria invitación acepté y por la tarde pasó por mí para conocer su taller en un tercer piso de un edificio con magnífica iluminación natural. Quedé sorprendido, me mostró cuadros de gran formato, digamos de 3 por 3 metros, pocos de tamaño mediano, maravillosos en verdad. La realidad es que él recorría los cerros y montañas de Jalisco, buscando y recolectando piedras de colores, algunas jadeítas, lapislázuli, etc., luego en su casa de Tlaquepaque las pulverizaba para con óleo fabricar sus propias pinturas, su coleccionista más importante era en ese momento la Casa Domecq., a las oficinas centrales de esa vinícola, ubicadas en Coyoacán, por la calle Centenario, fui poco después a conocer sus monumentales paisajes. A petición mía hizo 20 pequeños paisajes, alejándose de su majestuosidad, las cuales traje al Club Rotario Torreón Oriente a exhibir y vender, recuerdo que uno de los compradores fue el Ing. Toño Anaya y su esposa Marilú Finck, otro fue el Lic. Adolfo Rodríguez Cabello.

Como milité en el Rotarismo casi 50 años, Rotary Club International me otorgó la presea Botón Paul Harris (su fundador) por mi contribución al bienestar de la humanidad.

Aún conservo 6 de las pinturas de Gilberto Guerra en formato pequeño y mediano, y esto porque en un siguiente viaje que hicimos a saludarlo, encontramos que había fallecido poco antes de un infarto. Hace como 10 años poco después de inaugurado el Museo Arocena en Torreón, en cuya construcción colaboré varios años, como curador de fotografía, se presentó una exposición de paisaje mexicano, mi esposa y yo la recorrimos y ante una pintura de 2.50 por 2.20  metros., nos sentamos frente a ella y sinceramente emocionados, se nos rodaron las lágrimas de  tristeza y emoción ante la obra de Gilberto, nuestra actitud llamó la atención del Dr. Pinto Mazal, Curador en jefe de la colección Arocena en el país, quien se acercó y nos dijo: “Es la primera vez en México que encuentro tal emoción entre los amantes del arte”. A lo que respondimos que no sólo veíamos la pintura que se equiparaba con un Velasco, sino que también incluía el recuerdo de la amistad que tuvimos con el autor. Nos dijo: Este es un cuadro que nos costó 20 millones de pesos adquirirlo, dense cuenta del valor que tiene la obra de Guerra en el mercado Internacional.

            Desde niño me interesó el arte en todas sus manifestaciones, y vivir en Guanajuato me dio la oportunidad de conocer y tratar a grandes artistas de todos los géneros, este interés no se ha terminado y aunque en Saltillo estudié pintura y piano, mucho después, en Cd. Lerdo, a los 80 años de edad inicié la carrera de grabado en linóleo y cristal, que no he terminado aún por la suspensión de clases debido a la pandemia y el agravamiento de mi falta de visión.

Por esta época mi tío, afianzó sus negocios con minas de fluorita en Marte, Coahuila, y con la explotación de una mata que se daba en forma natural en todo el desierto: la candelilla, para lo cual en el corral de la casa montó una “paila”, en la cual ponía a fuego intenso una inmensa cacerola de cobre, en la cual se ponía a hervir aquella planta eufórbacia, se le añadía amoníaco y otros ácidos para que soltara la grasa contenida en sus venas, para con raspadores ir quitando la basura vegetal y al apagarse el fuego se enfriaba, dando lugar a conseguir “quesos” de cera de candelilla fríos, de unos 80 centímetros de diámetro por 10 centímetros en la parte más honda del molde. La cera de candelilla se vendía bien para hacer, velas, veladoras y parafinas, además se usaba para cubrir en bodegas y comercios los frutos tales como manzanas, perones, peras, etc., que las protegían de los insectos y les daban un lustre brillante que se antojaba comerlas.

Recordemos que en mayo de 1945 se rindió Alemania y las potencias aliadas firmaron el Convenio de Yalta, el cual entre otras concesiones, permitió que cada nación ganadora escogiera y se llevara a su país a los intelectuales y “genios” que desarrollaron las ciencias nazis para casi lograr el triunfo. Estados Unidos escogió a varios, entre ellos a Wernher Von Braun, el inventor de las bombas V1 y V5 autodirigidas y tan precisas que lanzadas desde Alemania, daban en el punto preciso del centro de Londres. Así fue como EUA preparó (sin éxito) la carrera espacial. Esto viene a cuento porque mi tío, un hombre inquieto siguió los adelantos logrados en el desierto de Nevada, cerca de Las Vegas, los progresos de lo que después sería la NASA.

Como anécdota, ya dije que mi casa se ubicaba a tres casas de El Heraldo, y como don Roberto Orozco Melo acostumbraba, a modo de adelanto, pegar los telegramas y mensajes importantes que recibía el diario en un tablero colocado en la pared de la calle, su servidor que he sido siempre inquieto y curioso, leí el telegrama de la rendición y llegué a casa gritando “se acabó la guerra”.

Pocos años, o quizá meses después, mi tío consiguió a través de un intérprete y de sus amigos del Missouri Pacific Lines, una cita con Von Braun en el desierto de Nevada, nos invitó a mí y al intérprete don Rafael Montalvo a acompañarlo, cosa que con mucho gusto hicimos.

Ahorro espacio, para cuando estuvimos en el salón de juntas de Von Braun, mi tío le dijo: “Sé que sus cohetes han despegado bien, con tan mala suerte que todos ellos cuando llegan más o menos a un kilómetro de altura, se incendian, explotan y caen a tierra. El alemán, de origen polaco, sin sonreír aceptó que así había sido. Mi tío le dijo: “yo tengo la solución a su problema y vengo a planteársela”. La carcajada despectiva de Von Braun fue estruendosa, por poco y nos llama “locos, ignorantes meccsicans”, y se levantó para abandonar la junta.

Gracias a la insistencia del intérprete y a la calma de mi tío, éste le explicó palabras más, palabras menos: “Mire Mr. Braun, su problema es que está usted en un desierto en que aparentemente no hay vida, pero usted no se da cuenta que en este desierto hay miles de animalitos hambrientos que ustedes no ven: ratones, cuyos, perritos de la pradera, etc., animalitos pequeños que invaden sus bodegas sobre todo de noche y que roen y se alimentan de la delgada cubierta de los rollos de alambres eléctricos que son de caucho, derivados de hule o corcho y sin darse a ver “pelan” los alambres dejando pequeños tramos al descubierto, ustedes no se dan cuenta de esos pequeñísimos tramos que quedan sin protección y así instalan las redes eléctricas en sus cohetes”.

Von Braun ya más calmado, pero no del todo: arguyó: “Según usted, esa es la enfermedad, y ¿el remedio?” Aquí está, dijo mi tío descubriendo un cerote de candelilla, haga usted la prueba, este cerote es de candelilla vegetal que los roedores no tocan porque tienen alergia a esta substancia, basta con que la huelan para alejarse sin comerla, con esto recubran los alambres eléctricos y se terminarán los cortos circuitos que hacen los alambres pelones al hacer contacto por el movimiento de la nave, y si hacen contacto no harán cortocircuito puesto que siguen protegidos.

El alemán, más calmado pero no del todo convencido, no quiso dar el contrato a mi tío, pero dejó la puerta entornada para más adelante, después que sus operarios hicieran las pruebas pertinentes. Nos despedimos y unos 3 meses después los señores científicos, con resultados positivos aceptaron un contrato y así fue como el hombre llegó a la Luna y continúa la Carrera Espacial, gracias al ingenio de un inculto campesino mexicano. De ahí nos fuimos a Nueva York, donde mi tío me llevó con un judío de Wall Street, don Adolfo L. Mayer, donde me presentó como el encargado de sus negocios de exportación, varias veces que por estudios o negocios visité al Sr. Mayer, me invitó a comer en magníficos restaurantes de Trinity Place.

           Pero, volviendo a Saltillo, inicié mi carrera bancaria como Auxiliar de Contador en 1951 a los 16 años, posteriormente el Bancomer me dio el puesto de radioperador en una caseta ubicada en la azotea del Edificio del Hotel Coahuila, único por sus 5 pisos de cantera situado en la calle de  Allende esquina con la calle de Victoria, (¿alguno de ustedes ha notado la particularidad que he conocido sólo en Saltillo?) de anteponer la partícula “de” al nombrar un domicilio ubicado “en la calle de . . . tuve dos grandes ventajas en ese empleo, una que el gerente del hotel era el Lic. Flores, (olvido su primer nombre) consumado pianista que todos los días tocaba música clásica o popular cuyo sonido llegaba hasta la azotea y me deleitaba en mi trabajo.

           Otra ventaja más, es que cuando cursé con éxito en la S.E.P. en el Auditorio Nacional de México, D. F., me aprobaron obteniendo mi licencia de Locutor grado “A”, que aún conservo vigente.  ¡Ah! Olvidaba otra cosa interesante, había una ancianita francesa, de apellido Grues, huésped permanente en una de las suites del hotel, la que me inició en el idioma francés que años después perfeccionaría en Berlitz, además me invitaba diariamente a las 6 de la tarde a tomar una taza de té con ricas pastitas que le enviaban de la Flor de México del D.F. semanalmente por avión, vía Monterrey. Desde los quince años que dejé la Academia, no pude estudiar para mantener a mi abuelita y hermanas, por lo que ya grande, a los 19 años, inicié la Secundaria Nocturna, donde además de estudiar, hice grandes amigos entre compañeros y maestros.

          Vencí mi timidez natural a fuerza de entablar pláticas con los muchos compañeros de viaje a que me obligaba mi trabajo, fuera en tren o autobús, eso me fue soltando la lengua al darme cuenta que un desconocido es tan sólo una persona como todas, con la que no se ha practicado conocimiento, así y dado a que siempre fui curioso, no temía preguntar por sus actividades y tareas. Mi tartamudez fue cayendo poco a poco y trabajando de día en Bancos y Financieras me di cuenta que me faltaban muchos estudios, así que casi jugando me inscribí en la Secundaria Nocturna y después continué la Preparatoria en una escuela itinerante, donde a veces nos daban alojamiento en lugares fijos. Entonces decidí lanzar mi candidatura a Presidente de la Sociedad de Alumnos, lo que me obligaba a escribir discursos, los practicaba en la soledad de mi recámara y al día siguiente los repetía ante los grupos de la Prepa. Aprendí que no es necesario ni conveniente aprenderlos de memoria, me forcé a memorizar sólo los “pies de página”, tal como los maestros Carlos Cárdenas, Catalina González, Julia Martínez y otros varios nos enseñaron para presentar en el Grupo de Teatro “Las Cosas Simples” de Carballido y otras en las que formé parte.

          Así que lancé mi campaña ante más de mil alumnos y llegó el día de las elecciones, y qué creen. . . gané. Como cereza en el pastel se me ocurrió invitar telefónicamente al pintor Diego Rivera a que nos diera una conferencia, quien aceptó ir a Saltillo a exponerla ante los alumnos de la Prepa Nocturna, sin cobrar ni siquiera los gastos del viaje en tren. Debo ser sincero, en viajes anteriores a la Capital empecé casualmente a forjar amistad con una de sus hijas y de la pintora Lupe Marín, era ella Ruth Rivera Marín, quien influyó de gran manera a que aceptara mi invitación y me ayudara en mi campaña estudiantil. Así fue como una noche de otoño, al terminar mi toma de posesión, salimos un grupo de estudiantes rodeando al mal visto Diego Rivera en Saltillo por sus tintes izquierdistas.

         Ya noche, bajamos de la Escuela Tipo 20 de noviembre, por la calle de Hidalgo y al llegar a la plaza de armas, el pintor hizo silencio y elevando su vista se quedó admirando las iluminadas torres de la Catedral de Saltillo, con su potente voz empezó a declamar “me gustas cuando callas/ porque estás como ausente/. . .  Cuando terminó el Poema 15 y ante el nutrido aplauso y vivas de los alumnos, maestros y uno que otro paseante que se habían unido al grupo, pidió silencio y dijo: “Pablo Neruda, chileno, compuso estos versos a la edad de 19 años y los pudo publicar a los 20 años, compañeros: quien puede sentir y expresar a tan temprana edad los sentimientos del amor y el dolor ¿quién de ustedes no ha sufrido por un amor imposible a esa edad?  Yo los conmino a que lean sus poemas, que los releeán hasta comprenderlos. La poesía hay que llevarla en la mente, el corazón y en el alma”. En mi futuro tuve muchas oportunidades de platicar con la familia Rivera.

Luego que cursé la Preparatoria Nocturna y me recibí de bachiller, ya entrado en años, pero con afán de saber más, me inscribí en la Normal Superior en la carrera de Español, también de noche.

Tuve una gran amiga, Dorita Scaccioni de Molkau y sus hijos, Lic. Mario Herrera y Lic. María Romana Herrera, él funcionario del Banco de México y ella catedrática en la Facultad de Filosofía de la UNAM, ambos en la capital de la República. Su madre Dorita fue la viuda del gran pintor saltillense Rubén Herrera, becado a Italia por don Venustiano Carranza, regresó al país ya casado con la bella italiana y se dedicó a impartir su arte pictórico en Academias y Universidades. Invito a mis lectores a visitar el museo con sus obras, ubicado en Saltillo, en el cruce de las calles de Victoriano Cepeda y Juárez, justo en contra esquina del jardín de la iglesia de San Francisco. Todas las obras ahí exhibidas estaban colocadas en las paredes de su casa en la Calle de Rayón, casi esquina con Múzquiz o en los departamentos de sus hijos, la familia de don Rubén Herrera los donó al gobierno del Estado para formar el citado Museo.

            En ese momento mi trabajo de día era en Bancomer y de noche estudiaba en la Normal Superior, de tal modo que al salir de clases frente a la Alameda, caminaba por la calle de Aldama y luego bajaba hacia la casa de Dorita, donde invariablemente tomábamos café y platicábamos de arte. Ella me guiaba por su colección de pintura y me explicaba sucintamente las técnicas y los temas utilizados en cada obra de arte, todas originales, esa maravillosa anciana me enseñó a amar el arte y despertó mis ambiciones de conocer más, habiendo logrado en mi vida conocer los más grandes museos del mundo occidental, pues ya casado, mi esposa y yo, alguna vez con nuestros dos hijos, recorrimos todo nuestro país y sus manifestaciones artísticas. Sólo nos faltó de conocer el Estado de Campeche, de ahí en más viajamos 5 ó 6 veces a Europa, 4 a Cuba y muchas a Estados Unidos, sólo a Canadá fuimos 2 veces. La señora Dorita casó en segundas nupcias con un médico alemán, radicándose en Nueva York, viuda por segunda vez regresó a terminar sus días en nuestro Saltillo, a ella le debo y reconozco haber despertado en mí el amor por el arte, le viviré eternamente agradecido.

No terminé la carrera de Español porque en 1959 decidí irme a la Capital a estudiar Filosofía y Letras a la UNAM. A pesar de que llevaba en Saltillo una prometedora carrera bancaria, bajo el amparo de mi desempeño dando lo mejor de mí, con la suerte de que el Gerente General de esa oficina y por lo tanto mi jefe, fuera don Francisco Treviño Camargo, un hombre distinguido en su austero vestir, cuidadoso de su persona y con una bonhomía tal que yo procuraba dentro de mis posibilidades imitar, vaya, el tipo de banquero perfecto, estimado por clientes y empleados, prototipo del banquero solucionador de problemas en favor de la clientela, permitiéndome alternar con su familia a grado tal que muchos años después, cuando en Torreón di fin a mi carrera bancaria, fue su hijo Roberto , entonces Director de un Banco en San Luis Potosí, el primero en llamarme para ocupar la Gerencia de su Banco en aquella ciudad. No acepté porque ya tenía otros planes en firme para quedarme en la Laguna.

            Me fui a México, con el apoyo de económico de mis hermanas que ya trabajaban en diferentes empleos.

(Continuará).

En la Ciudad de México