Personaje femenino del siglo XIX cobra vida en una novela

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Jesús M. Moreno Mejía

Una vida bien escrita
es una vida auténtica
…bien o mal vivida.
Parafraseando a
Thomas Carlyle

            “Monólogo desde el olvido” es el título de la novela basada en la vida de María Luisa Agustina Ybarra y Goribar, mejor conocida como “la viuda de Leonardo Zuluaga”, de cuyo personaje muy poco trata la historia oficial en torno a ella, quien viviera durante la segunda mitad del siglo XIX en el sur-poniente de Coahuila.

Previa investigación documental, Nancy Azpilcueta, narra lo que se   supone piensa el espíritu de María Luisa Agustina Ybarra y Goribar, sobre   pasajes de su vida infantil, juvenil y como esposa del vasco Leonardo Zuluaga Olivares, así como su lujosa vida en enormes haciendas del sur de Coahuila, pero también en torno a personajes históricos de esa época, tales como Santiago Vidaurri, Benito Juárez, Jesús González Herrera, entre otros, a los que conoció y trató en vida.

Brevemente informamos que el libro en referencia fue recientemente presentado en Torreón, ciudad natal de Nancy Azpilcueta (socióloga y por varios años destacada periodista de la comunicación escrita y radiofónica, en las categorías de reportaje y entrevista), y una semana después demostró su obra en la capital del estado a los saltillenses.

María Luisa Agustina Ybarra y Goribar

En cuanto a la motivación de escribir su novela “Monólogo desde el olvido”, Nancy comienza por señalar: “La historia ha arrinconado a las mujeres importantes, justo al borde del olvido, porque quienes la escriben, casi siempre han sido hombres. Sin embargo, las mujeres han estado en una constante lucha para hace escuchar su voz y remarcar la importancia de su existencia, reducida una idea meramente biológica, dejando la huella que ha sido borrada año tras año, siglo tras siglo.”

Poco más adelante, hace hincapié que se conoce más sobre la vida, las hazañas y los infortunios que pasó Leonardo Zuloaga, donde su protagonismo la aplasta y hunde en el fondo de la historia de Coahuila, en tanto que María Luisa Agustina Ybarra y Goribar se le conoce simplemente como la viuda de aquel.

La novela “Monólogo desde el olvido” se divide en doce interesantes capítulos, iniciándose con el titulado “La trascendencia”, asegurando ahí que de ella no llega a ser un recuerdo, pues es apenas la sombra de su esposo. “Ni siquiera puedo ser hoy mi propio fantasma, porque igual que en vida, hoy desde la muerte sigo siendo su velo protector.”

Lamenta (en su calidad de espíritu errante) no haber podido darle los hijos que soñaron, a los que sus nombres hubieran sido: Manuel, Leonardo y Luis, según relata María Luisa en calidad de espíritu errante que se desplaza entre Parras y la Comarca Lagunera, según se asienta en la novela de Nancy Azpilcueta.

Recuerda (María Luisa Agustina) haber nacido en la villa de Santiago (que hoy es la ciudad de Saltillo) en plena guerra de la lucha por la independencia de nuestra Patria, justamente el 24 de agosto de 1812, y falleciendo en su hacienda de San Lorenzo de Parras, el 21 de octubre de 1886, víctima de la terrible tuberculosis que padeció, si bien se le asignó oficialmente como muerte por pulmonía, pues la tisis era considerada una enfermedad de pobres.

En posteriores capítulos, el ser etéreo de la novela hace remembranzas de su feliz infancia, de su juventud y de su boda con Leonardo Zuluaga, el 3 de octubre de 1834 en la Parroquia de Santa María de las Parras (hoy P. de la Fuente) y de ahí el matrimonio se establece en la hacienda de Santa Ana de Hornos, cercana a  San José y Santiago del Álamo (hoy Viesca); ella contaba con 22 años de edad y él 28, ya que había nacido el 6 de noviembre de 1806 en Zeánuri, en Vizcaya, España.

Refiere que una vez concluida la lucha libertaria de Hidalgo y de Morelos, vivieron hechos históricos a distancia, tales como el efímero imperio de Agustín de Iturbide y el combate librado en contra de franceses y conservadores, por sostener a Maximiliano de Habsburgo como emperador de México; la defensa contra la invasión del ejército del vecino país del norte y la beligerancia de Benito Juárez por la Reforma, así como los frecuentes ataques de Apaches y la beligerancia de los aguerrido de San José de Matamoros, asentados en la antigua Vega de Marrufo, comandados por Jesús González Herrera.

A esta última figura histórica, el fantasma de María Luisa Ybarra le dedica sentidas palabras de desacuerdo con su actuar en contra de su marido Leonardo, señalando acremente estar convencida “de que nuestra vida quedara devastada por el resentimiento de muchos, pero especialmente de aquel muchacho que, por la edad, bien podría haber sido nuestro hijo: Jesús González Herrera, pues nadie hubiera creído que ese tierno niño de hermosos ojos azules, armado con el ímpetu de su rebeldía y las ideas liberales de Juárez, nos traería la desgracia…”

Refiere que González Herrera era hijo de dueños anteriores de la hacienda Santa Ana de los Hornos, cuya serie de propietarios prometieron reiteradamente a los jornaleros y arrendatarios de las labores rurales que les dotarían de tierras, sin haberles nunca cumplido. Los detalles son muchos y prolijos, motivo por el cual omitimos mayores pormenores.

Leonardo Zuloaga falleció el 20 de febrero de 1865, a los 59 años de edad, y fue sepultado en el cementerio San Antonio en Parras de la Fuente. Posteriormente, a la muerte de su esposa, también allí fueron depositados sus restos.

Sin embargo, la autora del libro asegura que al ser exhumados los restos de ambos, para ser trasladados al Museo del Algodón de Torreón, en homenaje a Zuloaga por haber sido propietario de estas tierras y para algunos historiadores “fundador de esta ciudad”, solamente se trajo el cráneo de María Luisa y el resto óseo se dejó en el mencionado panteón de Parras, lo cual queda para especular sobre el particular.

Aquí trascribimos la opinión del historiador, Carlos Castañón Cuadros, quien señala en su libro “Grandiosas. Ensayo sobre el género e historia de las mujeres en Torreón”, que fue la viuda de Zuloaga, María Luis Agustina Ybarra, quien cedió a la solicitud de donar los terrenos donde se instalaron las vías ferroviarias y fueron creadas las instalaciones del Ferrocarril Central Mexicano, así como los terrenos aledaños de la estación Torreón, y por lo tanto es ella la que debe ser considerada como fundadora de nuestra ciudad.

Incluso, declaró Castañón en una entrevista publicada en la sección Cultura de “El Siglo de Torreón”, el 28 de octubre del presente año: “Se construyó un mito del Padre Fundador al referirse que es el hombre quien labra la tierra, el hombre quien funda ciudades, el hombre quien hace las empresas, y por lo tanto se interpreta que como fundador no cabe serlo las mujeres, o sea que las mujeres no existen”.

María Luisa tuvo que lidiar con los problemas que le acarreó el mal manejo político que tuvo su esposo, quien en vida apoyó al Imperio de Maximiliano, y con ese antecedente el gobierno no dudó en confiscar sus bienes, y por ello su viuda hubo de arreglárselas para sortear un complicado litigio, acabando por perder su patrimonio.

Recientemente, según se informa en el texto de Saúl Rodríguez, quien firma el reportaje antes aludido, titulado “El legado de María Luis Ibarra Goribar”, que la regidora Alma Fong Meléndez, aseguró que el Ayuntamiento resolvió reconocer a la viuda de Zuloaga como fundadora de Torreón, motivo por el cual se añadirá su nombre en la placa donde se hace mención de quienes fueron los fundadores de esta ciudad, y a una vialidad se le impondrá su nombre.

Queda a la consideración de nuestros amables lectores las opiniones que tengan sobre lo dicho en el libro de la compañera Nancy Azpilcueta, entendiendo que se trata de una novela de un personaje femenino y olvidado

¡Es cuanto!