José C. Serrano Cuevas.
Algunos especialistas en temas de la ciencia política han expresado que no existe una definición precisa y universal de la democracia. La mayoría de las definiciones hacen énfasis en las cualidades, procedimientos e instituciones.
Existen muchos tipos de democracia, cuyas distintas prácticas variadas producen también efectos variados. El propio entendimiento, experiencias y creencias de los ciudadanos, así como la historia que ha construido un país en particular, deben ser incluidas para crear una definición que sea significativa y práctica en su vida cotidiana.
La democracia no consiste en un conjunto único de instituciones que sean universalmente aplicables. La forma específica que adquiere la democracia en un país está determinada en gran medida por las circunstancias políticas, sociales y económicas prevalecientes, así como por factores históricos, tradicionales y culturales.
La mayoría de los escritos sobre la democracia empiezan identificando el lugar de donde proviene la palabra y donde hubo una primera manifestación, registrada y formalizada, de las prácticas democráticas. Estos documentos también ofrecen distintas definiciones de democracia a través del tiempo. Pueden encontrarse todo tipo de definiciones, desde unas muy simples hasta otras muy complejas:
«Un gobierno conducido con el consentimiento libremente otorgado por el pueblo»;
«La forma de gobierno en el que el control político es ejercido por todo el pueblo directamente, o través de la elección de representantes».
La democracia debe existir para otorgarle a la gente una forma de vivir en comunidad de manera que resulte beneficiosa para todos.
La fortaleza de una democracia real depende de ciertos derechos y libertades fundamentales. Estos derechos y libertades deben ser protegidos para que la democracia tenga éxito. En un número importante de países son consagrados y protegidos por la Constitución. Ésta también fija las estructuras y funciones del gobierno y ofrece los principios para construir una ley. La Constitución está protegida contra los cambios que pueden ser causados por los caprichos de un gobernante mediante la exigencia de una mayoría absoluta para transformar lo establecido en la ley suprema.
En el México actual, han sido notorios los desacuerdos entre el jefe del Poder Ejecutivo y los consejeros del Instituto Nacional Electoral (INE). Diversas son las consignas que se expresan en las marchas tan nutridas en favor de contar con un verdadero sistema democrático.
Las confrontaciones verbales han adquirido un tinte que raya en rivalidades irremontables. Los protagonistas han sido el presidente Andrés Manuel López Obrador y los tres mosqueteros del INE, Lorenzo Córdova Vianello, Ciro Murayama Rendón y Edmundo Jacobo Molina.
Estos tres personajes que dejaron el lunes 3 de abril, no por su voluntad, el paraíso monetario, blandieron sus espadas, por años, para defender a una doncella virginal llamada Democracia. Córdova reanudará sus tareas en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México; Murayama, probablemente, regrese a su cátedra en la Facultad de Economía de la Máxima Casa de Estudios, ¿y Jacobo? Tal vez se convierta en un discreto pensador peripatético.