David Guillén Patiño.
Por esta vez, me tomé el atrevimiento de erigirme en portavoz de los ciudadanos agraviados por los devaneos del sistema político mexicano y, por ende, del coahuilense. Permítaseme, al menos, hacerme pasar por su efímero adalid.
Yo, elector, me solidarizo con quienes se encuentran indignados con motivo de la barbarie política que en los últimos tres meses se ha suscitado en nuestra entidad, incluso allende sus fronteras. No es para menos.
Un simple vistazo a los comentarios que circulan en redes sociales, basta para darse cuenta del fuerte malestar que, efectivamente, priva entre las personas que, en algún momento de sus vidas, decidieron confiar en algún partido y, por ende, en sus candidatos a ocupar cargos de elección popular.
Más allá de las expresiones viscerales, los improperios mutuos e impulsos fanáticos que tienen lugar en cada campaña electoral, conviene sacar a flote las causas de esta recurrente vorágine, con miras a disponer de más y mejores elementos de juicio para poder abordarla adecuadamente, en beneficio de todos.
Dadas las nada agradables particularidades de los comicios que se verifican en Coahuila, los electores tenemos serios reclamos para las autoridades del ramo, en particular contra el Instituto Electoral de Coahuila (IEC), árbitro de la contienda.
A juzgar por las denuncias presentadas y un mar de publicaciones periodísticas, es evidente que dicha institución, cuya actuación resulta extremadamente cara al contribuyente, sigue usando varios raseros para sancionar los actos anticipados de campaña, a grado tal que la mayor parte de ellos permanecen en la impunidad.
No es que los votantes estemos promoviendo la desaparición de instituciones tan valiosas como esta, sino su eficientización, aspecto en el que hay demasiado por hacer, tanto, que hasta se le salen de control los debates que organiza.
Yo, elector, como tú, me sumo a tu inconformidad por las criminales prácticas asistencialistas en tiempos de elecciones, pues es claro que llevan el propósito de condicionar o cambiar el voto por algo menos que migajas, cuyo otorgamiento, casi siempre ilegal, atenta contra la dignidad de los ciudadanos de bajos recursos.
Ya de por sí la existencia de programas sociales y dependencias creadas exprofeso para repartir beneficios temporales no se justifican en un gobierno que debió haber resuelto ya estructuralmente el problema de la pobreza.
Los electores también estamos indignados porque los partidos políticos, lejos de representar verdaderamente el sentir de una sociedad menoscabada en grado sumo, se ocupan en conservar, e incluso aumentar, sus insultantes prerrogativas.
En este afán, sus dirigentes son capaces de prefabricar candidatos e inventar mundos de ensueño con qué embaucar a los ingenuos o mal informados, a través de candidatos a cargos de elección popular, quienes luego tienen que retribuirles “el favor”, tanto como a los financiadores de sus costosas giras proselitistas.
Se trata de una vieja historia que se repite en cada proceso electoral. Desde luego, los sufragantes estamos perfectamente apercibidos de ello, aunque no todos, y ese es precisamente el problema.
Yo, elector, como tú, me sumo a la rebelión cívica que empieza a abrirse paso, al volver a ser testigos de nuevos hechos político-electorales despreciables, pero ahora en grado superlativo, por parte de una arcaica y desacreditada clase política que, no obstante, sigue incrustada en todos los sectores de la sociedad coahuilense.
Al menos en nuestro estado, el sistema de partidos ya dio de sí. En tal virtud, lo que corresponde hacer es que los ciudadanos de buena fe iniciemos un proceso de despartidización, aunque fuese de manera temporal.
El propósito es terminar de darnos cuenta de que, por enésima vez, muchos hemos sido timados, excepto quienes, aun conscientes de la situación, son parte de las dirigencias partidistas o de algún grupo político con el que comparten intereses.
La tarea que nos aguarda tiene su punto de partida en la experiencia y enseñanza que nos dejan las elecciones que están por culminar en Coahuila, mismas que podemos calificar como inéditas, desde diferentes puntos de vista.
Ha sido un proceso en el que los electores hemos sido descaradamente utilizados como simples piezas de ajedrez, al menos eso fue lo que intentaron las cúpulas partidistas, tanto estatales como nacionales, dando pie a una reconfiguración de las fuerzas políticas en pugna.
La palabra clave del actual escenario es “traición”: los dirigentes del PAN y PRD habrían dado la espalda a sus principios y respectivas bases, con tal de dar lugar a una rara coalición de antagonistas, de la que, por lo mismo, no se esperan buenos resultados para el candidato priista que abanderan.
Los indignados militantes de esos dos partidos, quienes nunca fueron consultados para conformar dicho coctel, habrían iniciado, más que una desbandada, una verdadera estampida, cuyos efectos son de pronóstico reservado.
También resultaron traicionadas las candidaturas de unidad abanderadas por UDC y PVEM, partido que decidió emigrar a la campaña de Morena, aunque no legalmente, por lo avanzado del proceso. Solo se trató, pues, de un acto mediático, en el que la opinión de la gente salió sobrando.
Otra traición nace del reciente anuncio del Partido del Trabajo de adherirse a Morena, aunque no legalmente, dejando a la deriva a los candidatos del PT, aunque todos ellos figuran ya en las boletas para votar, impresas hace meses.
A estas traiciones se suman las de los funcionarios “chapulines” que, con excepción de los expulsados de Morena, han pasado de un partido a otro, en busca de candidaturas a diputaciones locales u otras posiciones que les permitan seguir viviendo del erario.
Pero, dentro de esta cauda de deslealtades, destaca la que hemos experimentado los electores, pues votar se ha convertido en un acto verdaderamente incierto: a estas alturas es totalmente válido dudar de la seriedad de los candidatos y partidos, como de la responsabilidad del órgano electoral.
Las ideologías y principios se vuelven erráticos y poco fiables al ser sometidos a los caprichos de los dirigentes partidistas, quienes se han equivocado al creer que el electorado está conformado por fichas con la que pueden jugar a su antojo.
Con la mano en la cintura, se atreven a pedir a la gente que cambie de opinión o de partido, debido a que los candidatos que les propusieron ya no los apoya el mismo o los mismos partidos, que, a su vez, se suman a otras causas… ¡Qué desfachatez!
Por si esto fuera poco, los comicios de Coahuila han sido vinculados, también a espaldas de la ciudadanía coahuilense, al juego político que se da en el centro del país con respecto a la sucesión presidencial de 2024.
Yo, elector, como tú, me veo agraviado. Actuemos en consecuencia.
(davidguillenp@gmail.com).