Evaristo Velasco Álvarez.
No sé por qué a últimas fechas he comenzado a sentir nostalgia y rememorar momentos grandiosos de mi vida. Algunos amigos me dicen que no es otra cosa más que el avance en la vida misma que nos va llevando a encontrarnos con la cada vez más próxima fecha en que “hemos de entregar el equipo” y por ello nos sentimos a veces demasiado abstraídos y absortos.
La realidad es que veo fotografías, o me encuentro con algún amigo, o me encuentro de frente con algún libro o cualquier objeto que me lleva a recordar algún pasaje de mi vida en que la felicidad me envolvió por completo y al recordarla se me ruedan algunas lágrimas de agradecimiento por haber tenido la fortuna de vivir entonces, que me estremezco.
Momentos como el nacimiento de mi primer hijo, o de la llegada de mi hija, o cuando recuerdo todo lo que pasé para llegar hasta el lugar de mi primera adscripción profesional; recordar los rostros de felicidad de mis alumnos y de los padres de familia. Unos cuando se maravillaron al leer algún pasaje de los libros, por primera vez y saberse afortunados de saber leer y descubrir miles de posibilidades de encontrarse con maravillosos lugares y personas; y los otros al contemplar con orgullo a sus hijos, capaces de descifrar los misterios de los libros y gozar con la lectura de sus hijos.
Momentos como la enorme sensación de orgullo cuando recibí el título de profesor de educación primaria, que me daba la oportunidad de iniciar mi labor docente profesionalmente, y de poder auxiliar a mis padres con economía para que mis hermanos menores pudieran asistir a una escuela donde adquirir los conocimientos y las capacidades de ser profesionales de alguna disciplina, lo que les daba la gran oportunidad de ser autosuficientes.
Los humanos contamos con esa gran herramienta mental llamada NOSTALGIA, que nos permite hacer retrospección y reencontrarnos con momentos que han tenido una gran significación en el desarrollo natural de nuestra existencia y que nos brindan la oportunidad de revivir esos momentos maravillosos. Y en la mayoría de estos momentos mágicos, están nuestros familiares más cercanos: los hijos, la esposa, los padres, los hermanos, los amigos… Tantas personas que han sido parte esencial de nuestras vidas.
Finalmente concluyo en que he sido muy afortunado en vivir tantos años; desde 1951 en que nací hasta este 2023 en el que ya con 72 años saboreo y disfruto mi existencia, aunque no dejo de pensar en que pronto dejaré este plano para encontrarme con una realidad desconocida, ya desprovisto de las limitaciones de este cuerpo, y tranquilo porque he vivido a plenitud, ratificándome el compromiso de ser feliz y de intentar hacer felices a quienes conviven conmigo.
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