DR. HÉCTOR MAYAGOITIA DOMÍNGUEZ, EXGOBERNADOR DE DURANGO

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Lic. Simón Álvarez Franco

          Rendir tributo en recuerdo a la desaparición de un buen amigo, no es fácil, remembrarlo conlleva el riesgo de obnubilar nuestra memoria y dejar olvidados algunos actos notables de su vida.

         Don Héctor Mayagoitia Domínguez nació en la capital del estado, Victoria de Durango, el 7 de enero de 1923, con poco más de 100 años, de los cuales dedicó 77 en servicio a su país en muy diversos puestos.

        Estudió en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), recibiéndose en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas de dicho Instituto en 1946 como Químico Parasitólogo y Bacteriológico.

Héctor Mayagoitia Domínguez

        Después de resultar elegido, cumplió con eficiencia, honradez, energía el puesto de gobernador de Durango, (1974-1979) acometiendo grandes obras en beneficio de su estado como la creación en Gómez Palacio del Parque Industrial Lagunero (PIL), construcción de presas para el aprovechamiento oportuno y eficaz de las aguas del Río Nazas, atracción de múltiples industrias nacionales y extranjeras que favorecieron la creación de empleos, medidas sanitarias en todo el estado y la apertura de infinidad de Escuelas Superiores de calidad que tuvieron la finalidad de evitar la migración de la mano de obra calificada, además de eventos culturales que han colocado a la Región Lagunera como la quinta región económica en el país. Distinguiéndose por abatir los enfrentamientos entre sindicatos y empresas, así mismo, supo limar las relaciones laborales logrando una buena alianza entre las fuerzas productivas y laborales. Por si esto fuera poco apoyó e inauguró la Casa de la Cultura de Gómez Palacio, misma que ahora lleva el nombre de “Ernestina Gamboa”, quien la promovió, en su carácter de maestra y promotora cultural lagunera, distinguiéndose como guitarrista y compositora de sentidas canciones, villancicos y corridos.

        El Dr. Mayagoitia obtuvo la Maestría en Química de Suelos en la Universidad de Rutgers (EUA) en donde estudió de 1947 a 1949, obteniendo más tarde su Diplomado en Reingeniería de Cambio Ambiental en la UNAM (1976-77) Escuela de Ciencias Químicas donde ejerció su profesión de maestro (1949-1964) en varias escuelas Vocacionales y diversos Laboratorios del IPN habiendo sido Director de dicho Instituto de 1958 a 1969.

       Notemos que aún después de cubrir su período gubernativo, siguió apoyando el desarrollo de la educación y cultura desde muy diferentes ángulos:

  • A guisa de ejemplo, veamos algunos puestos importantes que desempeñó:
  • Director General del IPN.
  • Secretario del Comité Ejecutivo para la Sustentabilidad.
  • Miembro del Consejo de Comisión Ambiental del DF.
  • Miembro de la Comisión de Ecología Miguel Alemán.
  • Coordinador del Programa Ambiental del IPN.
  • Director Ejecutivo de la Comisión de Ciencia y Tecnología.
  • Director General de Educ. Tecnológica de la SEP.
  • Gobernador del Estado de Durango (1974-1979).
  • Gran Oficial de la Orden “Río Blanco” de Brasil.
  • Comendador de la República Italiana.

Cómo conocí al Dr. Mayagoitia

          Después de ser Gerente durante casi tres años de la sucursal bancaria en que me desempeñaba en Tuxpan, Veracruz, y luego de hacerla crecer, dejándola lista para convertirla en Oficina Matriz en el norte de aquel Estado, fui premiado con un ascenso a Subgerente General de la Oficina Matriz en Torreón, Coahuila, recuerdo como si fuera  hoy mismo, la vista que tuvimos mis dos hijos, mi esposa y yo al asomarnos a la ventanilla del avión que nos trajo a la Laguna y ver unas formaciones que giraban rápidamente sobre la  tierra formando grandes flores redondas y maravillosas; mis hijos y yo gritamos emocionados con la belleza de aquellas formas que parecían corolas, mi esposa nos bajó los humos de inmediato: “¡Éjele!, cállense de inmediato, eso que ven no son sino las famosas “tolvaneras laguneras”, no es otra cosa que polvo del desierto que levanta el aire, lo único que están haciendo es lograr la burla de los pasajeros que se dan cuenta que ustedes son como extranjeros que no conocen el desierto. Claro, como ella era nativa de Lerdo, sí conocía su terreno.

       Esto sucedía allá por mayo, pues llegamos a nuestro nuevo destino el primer día de ese mes, pero de 1972. Tomando, como siempre, muy en serio mi trabajo tanto en el Banco y simultáneamente como Maestro en las Universidades Ibero y en la UAC y algunas otras instituciones superiores, lo cual ocupaba mi tiempo diario, pero aun así, por razones de mi empleo hice una intensa vida social que me ayudaba a realizarlo. Mi esposa que siempre me apoyó con su consejo, me decidió a comprar un terreno en una colonia que iniciaba en Gómez Palacio, escogiendo un lote de poco más de 500 metros cuadrados, con la ventaja que la manzana que quedaba enfrente sería destinada a un parque municipal, como a ambos nos gustaba la vegetación y ya deseábamos echar raíces y dejar de ser cambiados con alguna frecuencia de ciudad dentro del país ¡lo compramos! A $55.00 metro cuadrado (qué tiempos señor don Yo), y de inmediato nos proveímos de esquejes en viveros de Lerdo y nos pusimos a sembrarlos en el futuro parque (entonces todavía no se me presentaban los achaques de la vejez que ahora me impiden doblar la espalda, pues ya tengo 88 agostos encima), pasó el tiempo y los arbolitos “prendieron”, hasta que un día ya tenían como dos metros de altura, y precisamente ese día al regresar a cenar a casa  me di cuenta que un gran tractor había aparecido en el parque y comenzaba a destruirlos. Mi carácter, por lo común conciliador y tranquilo ¡explotó! Y lleno de ira y coraje fui a encararme con el capataz de tal destrucción para echarle en cara su destructivo proceder de algo que no le pertenecía y que era un bien público. Me disculpo aquí por las injurias que proferí, pero él me respondió: Sólo realizo mi trabajo, soy empleado de Obras Públicas del Estado y sólo cumplo con las órdenes que recibo de la mejor manera posible, y en este caso debo dejar esta manzana limpia y plana para hacer un edificio para un Museo de Arte. Ya que me mostró un oficio del gobierno del Estado no me quedó más que pedirle disculpas y retirarme con mi coraje a cuestas a mi casa.

        Ya que pasó el tiempo –como un año–, una mañana de un sábado acudí al sonar el timbre de la puerta de casa y encontré a un conocido, a quien saludé con buena cara y le dije: Qué grata sorpresa que venga a mi casa don Julio Pérez Azcuí, (era un comedido cubano que hacía las veces de chofer para el gobernador del Estado, bien educado y atento), agregué; ¿en qué te puedo servir, gustas pasar? No, gracias Simón, sólo vengo a darte un recado del Señor Gobernador, a mi vez le contesté; ¿dime dónde puedo encontrarlo?, a lo que sonriendo me contestó: –aquí está, en la camioneta estacionada en la acera frente a tu casa y me indicó que tiene mucho interés en saludarte a ti y en especial a doña Lucrecia tu esposa–. Entonces, mientras vas por él yo iré a llamar a mi esposa, que está en la cocina.

       Salimos ambos y el Gobernador declinó entrar a casa (en esa época había seguridad y ninguna casa tenía verja metálica en las banquetas). Ya que nos acercamos y después de las consabidas cortesías por ambas partes, don Héctor dijo: “Doña Lucrecia y don Simón, vengo a informar a ustedes que hoy Obras Públicas nos ha hecho entrega del Edificio del Museo de Arte Moderno que albergará la obra de José Alberto Gironella que ha obsequiado al pueblo duranguense la familia del pintor. Vengo a dar las gracias a ustedes, por la prestación y las molestias que les causamos durante el tiempo que se llevó la construcción, pues durante la obra tomaron el agua para el efecto de la llave de su casa y muchas veces usaron su teléfono para pedir instrucciones, informar de carencias de materiales, en fin, siempre se encontraron los encargados con el feliz e incondicional apoyo de doña Lucrecia, para atenderlos, la ausencia de don Simón  la entendemos ya que por su agitado trabajo dispone de poco espacio para estar en su domicilio, así que señora mía, reciba mis disculpas por las molestias que les hayamos causado y mi agradecimiento por los servicios prestados. Por otra parte, encuentren en su servidor un amigo que debe servirles en todo lo que se les ofrezca”. Después de abrazos y despedidas se marchó con Julio a seguir gobernando el Estado.

       No creo que haya existido en México otro servidor público tan cortés y amablemente educado como don Héctor Mayagoitia.

      Sirvan mis anteriores palabras no sólo de agradecimiento a nuestro personaje sino también de desagravio, pues a pesar de sus altos méritos, no vimos condolencias ni del Municipio, ni del Estado en el periódico regional El Siglo. Se le hizo una indiferencia inmerecida a la hora de su desaparición definitiva.