Fernando Rangel de León.
Hace 55 años, el 12 de octubre de 1968, a 476 años del Descubrimiento de América en 1492, por Cristóbal Colón, fueron inaugurados en el Estadio Olímpico Universitario de la Ciudad Universitaria de la UNAM, los XIX Juegos Olímpicos, por el Presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, cuya sede había sido ganada en 1963, por el Presidente de la República, Adolfo López Mateos.
En esa Olimpiada estudiábamos derecho en la Máxima Casa de Estudios del país; por eso nos consta que entre la mayoría de los capitalinos había sentimientos encontrados porque por un lado estábamos tristes porque apenas 10 días antes había sido la masacre de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, en perjuicio de los estudiantes y algunas niñas, niños, adolescentes y ciudadanos que estaban en el mitin en ese lugar o vivían allí en el Edificio Chihuahua, u otros de esa Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco.
Por otro lado también existía el sentimiento de alegría porque esa Olimpiada en México, era la primera en la historia que se celebraría en América Latina, la primera en transmitirse vía satelital, la primera en que por vez primera una mujer Enriqueta Basilio, portaría la flama olímpica y encendería el pebetero en el Estadio Olímpico Universitario, la primera en implementar touchpads o paneles de presión en natación, medición electrónica de tiempos en atletismo, pruebas antidoping, las primeras en incluir la cultura, en rechazar el racismo al excluir a Sudáfrica por sus prácticas racistas, en incluir a las dos Alemanias, la Oriental y la Occidental; y la primera en tener otros avances más nunca antes vistos.
En el desarrollo de la Olimpiada también se dieron eventos trascendentales como el “Black Power”, Poder Negro, llevado a cabo desde el podio en la premiación como una protesta contra la segregación racial en EEUU, por los medallistas norteamericanos los atletas Tommie Smith (oro) y John Carlos (bronce), a quienes Peter Norman (plata), los apoyó portando la insignia del Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos, gesto que los capitalinos festejaron en las calles con un desfile en señal de apoyo.
El saldo de la Olimpiada fue positivo en todos los sentidos para el deporte y para México, porque lo insertó en el mundo como un país en pleno desarrollo, crecimiento y progreso, que atrajo inversiones y turismo extranjeros; después de que en el Movimiento del 68, entre las consignas gritábamos “no queremos olimpiadas, queremos revolución”.
¡Las sorpresas que nos da nuestra propia vida cuando queremos progresar!