Samuel Cepeda Tovar.
El suceso de pronto se volvió un pandemónium, como si fuera inusitado, como si representara por sí mismo la caída de un sistema político o el derrumbe de un gobierno incipiente, con tan solo medio año de ejercicio del poder. Nada más absurdo ni alejado de la realidad. Es cierto, la renuncia de Carlos Urzúa, secretario de Hacienda y Crédito Público es preocupante, pero no por el suceso del abandono de sus funciones, es preocupante por lo que parecen ser vicios que, a pesar de los aciertos del nuevo gobierno, se aferran a la existencia y a permanecer enquistados en la esfera pública tal cual un cáncer que se niega a ser extirpado.
Iniciemos por el suceso que muchos exclamaron que era una mala señal, o que era augurio de crisis, o que denotaba una fractura interna en el nuevo gobierno. Para nada, las renuncias o cambios de secretarios son tan naturales, que más bien sería preocupante que estos cambios o movimientos no se presentaran a lo largo de un sexenio presidencial. Tan solo el sexenio pasado, desde el año 2015 hasta el 2018, hubo movimientos en las secretarias de Estado, uno de ellos, en 2016 que supuso la renuncia del secretario de Hacienda, en ese entonces Luis Videgaray, quien fue sustituido por José A. Meade. En total, hubo más de 20 movimientos entre cambios, enroques o renuncias de funcionarios que no supusieron más que reajustes y sustituciones inmediatas, pues el gobierno debe seguir funcionando independiente- mente de los cuadros que lo compongan y lo abandonen.
También podemos viajar un poco más al pasado y recordar las renuncias en el gobierno de Felipe Calderón de los secretarios de Comunicaciones y Transportes y de Energía. En resumidas cuentas, una renuncia de un secretario no supone ser una novedad ni mucho menos es señal de fractura o abulia gubernativa.
No obstante, el caso del ex secretario Urzúa reviste una importancia que, si bien no es señal de colapso, si obliga al presidente a tomar en cuenta las razones esgrimidas por el ex funcionario y que sin duda ponen en tela de juicio no sólo el discurso presidencial, sino la misma eficiencia de políticas gubernamentales.
En la carta de renuncia, Urzúa señala dos flagelos sumamente perniciosos y que han dañado a este país por decenas de años: conflicto de intereses y diletancia en los cargos públicos. Desde luego que conflictos de intereses va en contra del mismo discurso presidencial de que todo sería diferente a los gobiernos anteriores, en donde los intereses particulares estaban por encima del interés público; además, funcionarios que laboran sin perfil o conocimientos de lo que deben hacer es un lugar común en todos los ámbitos de gobierno, en donde el compadrazgo y amiguismo están por encima del profesionalismo.
Es importante que el presidente tome nota de estos señala- mientos. En lo personal, pienso que Urzúa se quedó corto, pues si se atrevió a realizar señalamientos, éstos debieron directos acompañados de los nombres de diletantes y de corruptos, y no permitir, para que termine de ser congruente, que estos males sigan enquistados en un gobierno que dice ser diferente. Y ya no por apoyar al gobierno, sino por apoyar a todos los mexicanos que a final de cuentas padecemos los aciertos o errores de un gobierno en turno.
Que quede claro, Urzúa no se va porque vaticine un colapso de la economía, se va porque se topó con dos males que han caracterizado a México durante su existencia, pero cometió el error de no señalar directamente y con ello ser cómplice de aquello que lo orilló a renunciar.