Luis Eduardo Enciso Canales.
El contexto de las celebraciones patrias y de la exaltación de la mexicanidad puede ser un buen pretexto para reflexionar sobre el momento en el que nos encontramos hoy bajo otro régimen distinto a los anteriores que han gobernado el país, más aun tratándose de la conmemoración de la independencia nacional como resultado del cambio de una ideología política liberadora, de una versión anacrónica a una sincrónica de la realidad, pero la historia nos dice que los cambios nacionales siempre han sido transitorios en cierto sentido porque México dista mucho de ser un país homogéneo.
Desde la época colonial, subsisten enormes disparidades internas entre el México activo y el estancado, entre el norte y el sur del país, entre el México blanco y el moreno, entre el México de los ricos y el de los pobres. Estos rezagos vivientes indican que nuestra «identidad nacional» es un mito histórico que se niega a morir y que la «identidad económica» está en gestación, pero todavía no ha acabado de nacer. Las nuevas redes integrativas como el internet y los medios de comunicación gradualmente nos han envuelto, aunque hay muchos mexicanos que no forman parte de ellas como ha quedado expuesto recientemente con la pandemia en lo que millones de familia quedaron aisladas por no contar con el acceso a la tecnología.
En este escenario hoy el presidente de México se auto nombra como el líder moral de un movimiento inexistente, prefabricado por sus colaboradores y no extraído de los legítimos reclamos de amplias bases de la sociedad que ahora sabemos que tienen demandas diversas y acotadas a diferentes realidades. El neo caudillismo demagógico obradorista quiere conducir a capricho al país hacia lo que él llama la cuarta transformación, olvidándose el presidente de tomar en cuenta que las trasformaciones no pueden ser forzadas porque estas son el resultado de procesos de luchas sociales, ideológicas y culturales, es decir, las transformaciones deben ser conducidas por la sociedad y los cambios que acompañan a estos ajustes de la realidad, esas si son transformaciones horizontales e incluyentes, y no verticales, decididas y operadas desde el autoritarismo del ejercicio del poder que excluye discrecionalmente a quienes no considera parte de ellos, la propuesta de Andrés Manuel es una regresión adulterada al viejo modelo autoritario de tratar al pueblo como niños “pequeños” que no saben lo que quieren y por lo tanto hay que decidir por ellos porque los presupone incapaces, nulificando rápidamente con argumentos dogmáticos he irrefutables a quienes se atreven a cuestionar sus procedimientos.
Ajustando el futuro de acuerdo a una visión muy personal, el presidente decide lo que a su juicio le conviene al país, segando de tajo la opinión de millones de mexicanos aplicando aquella máxima del salinismo; “ni los veo, ni los oigo”. Que sintetiza a la perfección la actitud del presidente frente a la sociedad civil en lo que va de su sexenio: el desconocimiento de la sociedad como alternante.
La historia política de Andrés Manuel da cuenta de su carácter autoritario y de sus pataleos cuando enfrenta oposición a sus ideas, su trayectoria está marcada por abandonar causas y subirse a otros barcos según se presenten las oportunidades de hacerlo, como cuando deja a su partido de origen, el PRI, aprovechando la coyuntura electoral de 1988 para integrase al Frente Democrático Nacional encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Se integró a las filas del Partido de la Revolución Democrática PRD en 1989, al cual dirigió también al igual que el PRI en su estado natal. Inclusive fue postulado por éste como candidato a la gubernatura en 1994. Su habilidad lo posicionó rápidamente como una pieza importante en el PRD, del cual fue su presidente nacional en 1996, desde donde tejió la jefatura de gobierno del Distrito Federal y construyó sus dos candidaturas por este partido a la presidencia de la república.
Supo capitalizar a su favor el declive de otros liderazgos personalizados como el de Cuauhtémoc Cárdenas en el PRD, o el de una izquierda social como la del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, dejándole el espacio libre para ser cubierto por el liderazgo carismático de López Obrador, quien supo retomar estratégicamente los principios de una izquierda nacionalista para imponerse sobre las otras izquierdas. Por su dogmatismo comenzó a tener fricciones con la corriente de la Nueva Izquierda, Alternativa Democrática Nacional y parte de Foro Nuevo Sol, siendo la primera de éstas la que mostró grandes diferencias con el proceder político de López Obrador, lo cual afectó en muchas ocasiones la unidad interna del partido y la toma de decisiones. Muy a su estilo López Obrador dejó de asistir a los congresos y reuniones del partido, criticó sus resoluciones y su línea política, apoyó a candidatos del PT y Convergencia más que a los del PRD en diversos procesos. Inclusive pidió licencia temporal a su militancia para promover a algunos candidatos del PT y de Convergencia (hoy Movimiento Ciudadano) que le eran más afines a su “causa”. También López Obrador se enfrentó indirectamente al grupo encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, lo que afectó el avance de sus intereses en el PRD y afectó su liderazgo al interior del partido.
El liderazgo político de López Obrador se vio disminuido obligándolo a forzar su salida del PRD quitándole las ataduras y controles que le ponían las fuerzas que no estaban de acuerdo con él, las cuales no tiene en MORENA. En su nueva creación político-electoral se cumple lo referente a que los partidos, en su etapa inicial, giran “únicamente” en torno a las ideas, propuestas y decisiones de su fundador, en este caso Andrés Manuel López Obrador, quien ejerce en él una conducción vertical incuestionable. La trayectoria de MORENA se encuentra indisolublemente ligada a su líder fundador y dueño absoluto. En este partido, el poder está centralizado alrededor de él. MORENA surgió como asociación civil en 2011, por si se ofrecía, y si se le ofreció ya que de ahí construyó su nuevo proyecto.
Pero el presidente sigue cojeando del mismo pie, le falta saber escuchar porque aunque sus intenciones en apariencia, se pudieran percibir como “buenas”, por decreto no puede imponer una transformación a chaleco, no se puede salvar a nadie por la fuerza, ni se puede obligar a una nación a transitar por un proceso que no es de origen ciudadano, en la Ciudad de México en el pasado proceso electoral ya le dijeron ¡NO Señor Presidente! En la consulta también fue un NO rotundo. México necesita un cambio conducido por los ciudadanos que transforme verdaderamente las estructuras culturales del país.