León Felipe (3)

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Lic. Simón Álvarez Franco.

El Embudo y el Viento

            El Viento salva, sólo lo que debe salvarse… lo que tiene que entrar en el Arca… lo que puede servir para levantar la mansión futura… poética y luminosa del Hombre… ciertos ladrillos de la cúpula rota, algunas piedras de la Torre caída… el oro…  ya lejos de su ganga.

Todo esto es obra del Viento. Yo lo dejo hacer. Que me traiga y me lleve a su capricho… no quiero tener voluntad… apenas intervengo en sus designios… Me dejo conducir, sin resistencia por este poderoso mentor aventurero que va creando poéticamente la Historia.

    Juega con mis versos… y conmigo. ¡Conmigo! Él me arrancó de España, hace ahora diez años… y con mis viejas raíces, húmedas aún… y llenas de arcilla castellana como un Sancristobalón, cruzando el mar tenebroso me trajo sobre sus hombros hasta aquí. ¿Qué creíais?… ¿que fue Franco el que nos empujó, el que me trajo a este continente?… NO, fue el Viento… nosotros somos la España del Viento… porque hay la España del Viento y la España de la Tierra. La España de la Tierra, la que se extiende allá en Europa entre el África y los Pirineos,… la España del Viento, la nuestra, limita al N. con la Pasión; al E con el orgullo; al S, con el Lago de los Estoicos y al O con una puerta inmensa que mira al mar y a un cielo de nuevas constelaciones.

Por esta puerta de Occidente, nos empujó el Viento, la Historia,… Dios… hacia los brazos abiertos de América.

   La Historia… Dios… el Viento… se vale de mil subterfugios y artimañas para que se cumplan las profecías… y lo que está escrito en los Libros Sagrados, desde hace muchos siglos. . .

   A veces el español se confina voluntariamente, en su terruño… se apoltrona… y sólo le gusta tomar el sol en el atrio de la iglesia de su pueblo… Últimamente aquel hijo de los conquistadores… y de los misioneros vivía ya sólo, como un maniático en su casa solariega, comiéndose un puñado de bellotas… creía que ya no tenía nada que hacer en el mundo… y apenas se asomaba a la ventana. Un día el Viento se levantó, malhumorado, y sacudió el hombre de la Tierra. El español no entendió aquel signo. Entonces, el Viento se hizo más fuerte y lo revolvió todo… A esto lo llamamos La Revolución… La Guerra… Pero no fue más que una triquiñuela del Viento.

Al final de la contienda, después de mil episodios y disputas… el Viento se hizo vendaval y borrasca… y empujó a unos españoles, a ciertos españoles elegidos… hacia la gran puerta que mira al mar y a las estrellas… Por allí salimos, por allí salieron los últimos españoles del Éxodo y el Viento… por allí salí yo.

   Entonces Franco dijo: He limpiado la nación… he arrojado de la Patria, la carroña y la cizaña… Pero e l Viento… la Historia… Dios… habló de esta manera: “He salvado la semilla mejor… y aquí nos trajo.

   También Cortés creía que había venido aquí, para ganar más dinero y pagar algunas deudas de juego que había dejado en Cuba entre los soldados de Velázquez. Pero luego, cuando pisa esta tierra, sube a la meseta y ve el reino maravilloso de Moctezuma, se da cuenta de que le envía Dios… y el Viento y es cuando baja otra vez a Veracruz y manda quemar las naves… De aquí no se va nadie… Todo fue una triquiñuela del Viento.

   Al feudo de un señor… o para amasar una fortuna?  NO, os trajo Dios… el Viento, como a nosotros para destinos más altos. Ni a Cortés lo trajo aquí el deseo de lucro, ni a vosotros la deserción y la ambición, ni a nosotros Franco… Franco no fue más que un pretexto, el personaje necesario para la tragedia, el Judas fatal que había de nacer para que se cumplieran las Escrituras. Alguien tenía que vender al Cristo, ¿no sabéis que el pueblo español es el Cristo colectivo? Luego explicaré esto.

   Franco no es nadie, un fantasma negro, y el Viento es el que trabaja, el que organiza y define el tiempo final de la batalla… ¡El Viento!, el Viento hace la Historia, ¿Es esto hablar de política?, NO: Esto no es política, esto es Poesía.

   Y ese mismo Viento que me trajo hasta México, es el que ahora hace tres años me llevó en un lento peregrinaje por todo hispano-américa, cantando esta canción, la misma canción que vengo a cantar aquí esta noche.

   No hay rincón de esta tierra americana donde no me haya conducido para cantar esta canción, primero me llevó por toda Centro-América. Después me cruzó el Istmo… Y en su gran pico de águila me subió hasta lo más eminente de los Andes Venezolanos y de la cordillera Boliviana… Me depositó en ciudades de aventuras legendarias, de luces deslumbrantes… de gentes polícromas y heterogéneas… Me mostró los cauces gigantescos de los ríos,

Lagos, como piélagos, bosques inmensos,… pampas desoladas… los largos calveros esteparios de la serranía… las tierras heladas de la Patagonia… y el mapa, en fin, monstruosos de América… donde las fronteras de los pueblos parecen trazadas por un cerebro loco, injusto y perverso.

   Ahora, cuando yo creía que ya iba a deshacerme en la tempestad, en el trueno y en la nube, me ha vuelto a México, otra vez… en la ciudad del barullo babélico, he vivido unos meses sin alegría… México, la gran metrópoli se ha vestido, durante mi ausencia, de no sé qué ropajes extraños que yo no conocía. Creo que a mí no me ha conocido nadie tampoco… He estado allí como el mascarón roto e inútil de un barco varado. Hasta que al fin me sentí con la fiebre acuciosa de escaparme otra vez. Huí de nuevo. Una mañana me dije:  Me iré hacia el Norte, a una ciudad lejana, donde nadie sepa quién soy y donde pueda sentarme en un banco cualquiera de la plaza a ver pasar la gente y ver morir los días… Y en huida y sin rumbo crucé unas cuantas ciudades hasta llegar aquí. Me gustó este paisaje bíblico, desolado y ardiente que se parece a los campos austeros e inclementes de la Castilla donde yo nací. ¡Ésta es mi tierra! Grité y decidí quedarme unas semanas entre estas ciudades de Coahuila y Durango, separadas por un río lírico y humilde con viñas y huertas en sus márgenes.

Pero una mañana en un café me encontré con mi viejo amigo Casán… y entre todos me han traído hasta acá esta noche ¿entre todos?… no habrá sido el Viento terco y astuto que me empujó y me lleva donde a él se le antoje sin contar conmigo para nada… Sí el Viento otra vez es el que me ha traído a Torreón, para conducirme a este elegante Casino, es el que me ha metido por esta sala y me ha subido a esta tribuna, donde, desde luego no hay ninguna silla para mí… Esta silla no es la mía… Yo no tengo silla,… Tengo miedo a todas las sillas doctorales… a todos los púlpitos domésticos… a todas las tribunas demagógicas… Creo que el Viento no me ha traído hasta aquí… para disputar su sitio… ni el líder… ni el párroco… ni el profesor.

    Yo no soy el profesor.

Repito, yo no vengo a enseñar nada…
Ni a repartir catecismos… ni consignas
No vengo a conspirar tampoco…
Ni a ganar prosélitos para una nueva causa…
Ni a lanzar vítores o protestas debajo del balcón del Presidente Municipal… Y no me envía nadie: ni el demócrata, ni el tirano, ni el Vaticano, ni el Kremlin
No pertenezco a ninguna cofradía…
Y no soy súbdito de ninguna nación.

No tengo ni silla… ni casa… ni templo… ni nación. ¡Me lo han robado todo!… y me quedado desnudo… ¡desnudo!… Solo con mi canción… con mi canción en el Viento… Soy un Español del lado de la canción en el Viento.

Que hay dos Españas que podemos llamar también… la del Poeta y la del Soldado… Sé de la espada victoriosa y de la canción vagabunda… Y esta es la canción que más me gusta cantar:

                        Franco… tuya es la hacienda
                        La casa, el caballo y la pistola…

Mía es la voz antigua se la tierra… tú te quedas con todo… y me dejas desnudo y errante por el mundo… más yo te dejo mudo… ¡mudo!… y ¿cómo vas a recoger el trigo y alimentar el fuego si yo me llevo la canción? Y así con mi canción vagabunda… me ha conducido el Viento de pueblo en pueblo… viendo paisajes,… animales… gentes… ciudades (en alguna ciudad me ha excomulgado el Arzobispo, me han apedreado los sacristanes… y no me han dejado hablar los lebreles del tirano.

Frecuentemente… me he encaramado en algún estrado como éste que además de un confesionario a mí se me antojaba muchas veces… una picota… un patíbulo… donde me alzaba como un reo para que todos me viesen… ¡como un reo! También aquí estoy ahora como un reo… como un réprobo… como un hereje… ¡miradme bien!

            Porque yo no soy el poeta de la canción vagabunda… Soy además… El Gran Ladrón del Salmo.

Quiero contar las cosas como ocurrieron. Quiero confesarlo todo… He dicho que he venido a confesarme.

La España que se llevó la canción, se llevó también el Salmo… Me sucedió hace mucho tiempo, que allá en la península, años antes de que comenzase nuestra guerra, no encontraba, que no podía encontrar nunca en las catedrales españolas el Salmo… el verdadero Salmo… un Salmo afilado que se pudiese clavar en el cielo, en la tierra… o en la carne del Hombre . . .

Y siempre me preguntaba al salir de las iglesias, de todas las iglesias ¿Dónde estará el Salmo?… ¿dónde le habrán escondido los canónigos?… durante el expolio de la guerra española… lo encontré… Lo habían guardado los sacristanes en una vitrina… y allí lo retenían como a un idolillo ya y sin sentido, para que lo contemplasen la erudición eclesiástica, los poetas pedantes y domésticos… y los turistas.

Al final de la contienda… cuando todo estaba ya perdido, después de los grandes bombardeos de marzo de 1938. En las iglesias derrumbadas, entre los ornamentos sagrados, entre los utensilios y los cubiletes de los malabaristas y mercaderes del templo… ¡Yo me encontré el Salmo! El Salmo olvidado… lleno de orín y de polvo… Me lo llevé… Entonces me lo llevé… Yo soy el Gran Ladrón del Salmo… ¡Miradme otra vez!… Y ahí en Medellín, ciudad levítica farisaica y filistea de Colombia, por donde pasé ahora hace dos años, me sucedió que la prensa reaccionaria y clerical dijo que yo era un rojo sacrílego que había robado los cálices y las joyas de las iglesias españolas y que con el valor de su venta iba gritando y blasfemando por la América-española.

Y entonces yo dije: No fueron las joyas materiales, propiamente lo que yo me robé… fue algo mucho más sagrado.

lo que me robé fue el Salmo… El Salmo… ¡Yo soy el Gran Ladrón del Salmo!

¡Denunciádme al Sumo Pontífice!… de la sinagoga. Dadle mis señas, mostradle mi cédula… Decidle… que eso que va aullando en la ráfaga negra del Viento, por todos los caminos de la Tierra… “Es el Salmo”… y que yo me lo he llevado… me lo llevo en mi garganta… es la garganta rota y desesperada del Hombre… a quien han dejado sin altar y sin tabernáculo.

Pero no me lo robo… lo rescato… El Salmo es del poeta… El Salmo es una joya… Sí, una joya que les dimos en  prenda los poetas a los sacerdotes.

¡Fue un préstamo!

Y ahora me lo llevo… ¡Yo me lo llevo!       

Cuando los falsos sacerdotes bendicen el puñal y la horca… y pactan con los generales y los criminales del mundo… ¿para qué quieren el Salmo?… El Poeta lo rescata… se lo lleva… Porque el Salmo es del Poeta… ¡Mío!… ¡El Salmo es mío!

                        Y este es el Salmo fugitivo y vagabundo

La vieja viga maestra que se vino abajo de pronto
estaba sostenida sobre un Salmo…
El Salmo sostenía la cúpula…
Y también el techo de la lonja…
Y al desplomarse el Salmo… Se hundió todo el Reino
Cuando el Salmo se quiebra…
El mercader cambia las medidas. . .
y achica la libra y el almud… Oíd:
Los salmistas caminan delante del juez…
Y si el Salmo se quiebra… se quiebra la Ley
la vieja viga maestra que se vino debajo de pronto…
estaba sostenida por un Salmo…
El Salmo sostenía la cúpula… y también la espada y el rencor.
Y al desplomarse el Salmo… Vino la guerra
y el Salmo se hizo llanto… y el llanto gritó…
y el grito blasfemia.
Pero el Salmo está aún de pié.
Se fue de los templos… como nosotros de la tribu
cuando se hundieron el tejado y la cúpula
y se irguieron la espada y el rencor.
Ahora es llanto y es grito… pero aún de pié
De pié y en marcha… sin ritmo levítico y mecánico
Sin rencor ni orgullo de elegido… sin nación y sin casta
y sin vestiduras eclesiásticas,
Oídle… miradle… viene aullando en la ráfaga
Negra del Viento
Por todos los caminos de la Tierra.
Es la voz loca… ronca… ciega…
Acorralada en la noche del mundo,
Angustiosa y suplicante… Sin lámpara y sin luna…
Que pregunta agarrada en su agonía
a la pez de pellejo que embadurna
estrellas y senderos… umbrales y ventanas:
¡Señor… Señor…! ¿por dónde se sale?
¿Sabes tú por dónde se sale?
¿Lo sabe el hombre de la fuerza?
¿Lo sabe el hombre de la Ley?
¿Lo sabe el hombre de la mitra?
¿Lo sabe el filósofo inalterable y deshumanizado?
¿Lo sabe el tocador de flauta?
Pues entonces… dejadme llorar
El llanto es la piqueta que se clava en la Sombra,
la piqueta que horada el murallón de asfalto
donde se estrellan la razón y la soberbia.
El ritmo… el número… y el coro…
los ha engendrado el llanto…
y ahora, aquí, el módulo es la lágrima…
y se sale por el taladro del gemido.
¡Dejadme gritar!
Que ahora aquí, en el mundo de las sombras
el grito vale más que la Ley… más que la razón
más que la dialéctica…
mi grito vale más que la espada…
más que la sabiduría… más que la Revelación…
Mi grito es la llamada, en la puerta de otra Revelación
Llorad… gritad todos… aullad Poetas…
haced de vuestras flautas un lamento…
y de vuestras arpas… un aullido
gritad: no hay pan… Sí hay pan… dónde está el pan.
gritad, gritad: no hay Luz… Sí hay Luz… dónde está la luz.
Sin negar… ni afirmar… sin preguntar
gritad sólo…
El que lo diga más alto es el que gana
No hay Dios… Sí hay Dios… dónde está Dios.
El que lo diga más alto es el que gana
Gritad… aullad…
Dónde está Dios… Dónde está Dios… Dónde está Dios.

(Continuará).
¿Dónde está Dios?