En el árido norte del país, un grupo de agricultores ha logrado lo que parecía imposible: transformar tierras erosionadas por prácticas agrícolas intensivas y el cambio climático en campos fértiles y diversos. Con sistemas silvopastoriles, manejo eficiente del agua y técnicas tradicionales, comunidades en Mexicali han demostrado que el desierto puede revertirse mediante modelos regenerativos.
Este proceso resurge en respuesta al abandono de la llamada Revolución Verde: décadas de monocultivos industriales—algodón, alfalfa, espárrago—que agotaron suelos, drenaron al río Colorado y expulsaron a nuevas generaciones hacia la migración rural. La tragedia ecológica encontró un punto de inflexión en 2023, cuando cuatro productores iniciaron un piloto bajo la Asociación Civil “Restauremos el Colorado”, combinando árboles nativos, pastizales y ganado, junto con riego por goteo. Los primeros resultados han sido prometedores: suelos recuperados, biodiversidad renacida, producción orgánica y acercamientos al ecoturismo, aportando una segunda fuente de ingresos y esperanza a la tierra.

Agricultores como Javier Mosqueda y Mario “Don Beto” Meza son ahora referentes de una estrategia más amplia que reconoce que la solución al deterioro rural implica reconfigurar las políticas agropecuarias. No es solo una técnica de campo, sino una apuesta política trascendente: recuperar la autonomía campesina, reducir la dependencia de grandes empresas agrícolas y promover una economía local sostenible.
Este modelo regenerativo se inscribe en una agenda global de lucha contra la desertificación, que según el CIMMYT afecta al 43 % de los suelos de zonas áridas en México y al 74 % de las personas en pobreza en el mundo cimmyt.org. Adoptar prácticas como la agricultura de conservación—que implica siembra de cobertura, mínima labranza y diversificación de cultivos—ha demostrado en regiones como Zacatecas y Querétaro un avance real en productividad, reducción de sales en suelo y mitigación del impacto climático.
No obstante, convertir este triunfo local en una expansión nacional demanda voluntad política: requiere inversión pública en infraestructura de riego eficiente, capacitación técnica comunitaria y un marco normativo que privilegie modelos agroecológicos frente al agronegocio. Además, la seguridad de la tenencia de la tierra y apoyo crediticio específico deberán proteger a pequeños productores que enfrentan amenazas de despojo y presión económica.
La experiencia de Mexicali puede ser la semilla de un cambio significativo en la política rural. Su esencia es doble: ambientalmente regenerativa y políticamente transformadora. Es una invitación a repensar la derivación de las políticas agroalimentarias, orientándolas a la justicia ambiental y rural. Las raíces del desierto se pueden vencer, pero para ello se necesita una decisión firme: revertir el declive con inversión, políticas integrales y reconocimiento del papel central de las comunidades campesinas.