Somos sobrevivientes de crisis recurrentes

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Jorge Arturo Estrada García.

“Todo hombre tiene su precio, lo que hace falta es saber cuál es”.
Joseph Fouché.

“El PRI es así porque así somos los mexicanos”.
Carlos salinas de Gortari

“Nadie aguanta un cañonazo de 50 mil pesos”.
Álvaro Obregón.

México es una partidocracia con muy escasa democracia. En nuestro país el poder está en manos de unos cuantos, de una clase política que se recicla trasvasándose entre partidos. Sabemos que cuando el poder real reside en el pueblo entero, es una democracia. Pero cuando el poder supremo está en manos de solamente una parte del pueblo, es una aristocracia. En este caso, integrada por aspirantes a la riqueza por las puertas de la corrupción.

Los votantes decidieron escuchar el discurso moralizante de acabar con la corrupción y de “Por el Bien de Todos Primero los Pobres”.

Una de las principales tensiones que existen entre los mexicanos es la que genera la lucha entre quien no tiene y quien sí tiene. Tensión que se ve agravada cuando la aristocracia política se convirtió en un vehículo para el enriquecimiento descarado mediante los negocios al amparo del poder.

Cuando esta tensión estalló en las urnas, al fin Andrés Manuel López Obrador pudo ganar la presidencia. La competencia entre dos tipos preparados, de alto nivel, que comprenden al mundo del siglo XXI y la globalización y el tabasqueño que parece anclado en los setentas, se la llevó fácilmente AMLO. Los otros traían el estigma de prianistas corruptos.

Los votantes decidieron escuchar el discurso moralizante de acabar con la corrupción y de “Por el Bien de Todos Primero los Pobres”. En sus primeros dos años, el presidente ha tenido que cambiar la partitura de su gobierno, sobre la marcha. Ya nos convirtieron en policías fronterizos de los gringos y nos forzaron a aceptar un nuevo tratado de libre comercio que nos perjudica. Luego, nos metimos en problemas económicos, los precios del petróleo mexicano bajaron a precios ridículos. Nuestro eterno salvavidas se había destruido. Además, el dólar se devaluó, con todos los presagios que envuelve.

Enseguida, estalló la pandemia global. En México se encontró con un sistema de salud muy deteriorado, con grandes reducciones presupuestales y con el Seguro Popular desaparecido por decreto. La magnitud de la tragedia es enorme pero sus efectos en el ánimo popular todavía son desconocidos. El manejo de la crisis de salud ha sido pésimo. Falta ver cómo salimos.

La economía se desplomó, los pleitos con los empresarios se agudizaron, se rompieron contratos con extranjeros, la inversión privada se detuvo, el desempleo se desató, los capitales huyeron y el dinero comenzó a escasear en los hogares. Sólo algunos del grupo de los 10 más ricos siguen como consentidos, pero no todos.

En el tema educativo vamos en reversa. En la era de internet que es una tecnología bidireccional, interactiva e instantánea, en México nos recetaron el modelo ochentero de clases por televisor, con receptores pasivos. No se invirtió ni un peso en internet público gratuito en plazas y escuelas para que más alumnos pudieran acceder a clases virtuales, mucho menos en computadoras de bajo costo que desde hace 20 años la Unión Europea reparte entre los estudiantes a préstamo.

Ya estamos inmersos en una serie de crisis que dañan directamente a los ciudadanos y el gobierno ha recurrido al discurso polarizaste. Ya preparamos el cadalso para ajusticiar a los expresidentes por medio de una consulta pública. Así, desde Enrique Peña Nieto hasta Carlos Salinas podrían ser sometidos a juicio si el “pueblo bueno” así lo decide. Todo sea para quitarle reflectores a las decenas de miles de muertos por la inseguridad y por la epidemia, por la pobreza, por los fracasos.

Porfirio Díaz llamaba a ese pueblo: el Tigre.  Cuando Francisco I Madero y su revolución soltaron al tigre, terminó devorado y asesinado luego de un tiempo gobernando bajo fuego de exporfiristas, complots del gobierno estadounidense y traiciones del ejército.

Carranza intentó darle legalidad al país luego de echar al usurpador Victoriano Huerta; fracasó y fue asesinado por un grupo de cinco personajes que luego serían presidentes. Desde Obregón hasta Ruiz Cortines. Luego, Obregón fue presidente y asesinado de un balazo. Calles fue echado del país, de la Huerta pasó al olvido, Lázaro Cárdenas inventó la partidocracia del México del siglo XX y el pueblo fue agrupado en sectores del partido y atendido como clientelas electorales. Se acabaron los caudillos y la gente armada.

El PRI se fue volviendo PRI, una aristocracia política que se enriquecía a la sombra de los cargos públicos. Así, pasamos de revolucionarios a institucionales, luego de campesinos a citadinos milusos, más adelante a prósperos petroleros en el discurso, para enseguida despertar como siempre con las carteras y los estómagos semivacíos. Somos sobrevivientes de crisis recurrentes.

Crecimos conociendo a los políticos como los más prósperos vecinos de la colonia, como los nuevos ricos de la ciudad y los empresarios de moda sumando a sus juniors. Junto a ellos sus socios y parientes se convirtieron en capitanes de la industria, el comercio, de los tianguis, los sindicatos, de los transportistas, de los bares y hasta de los pepenadores. La clase política estiraba la cobija, a veces.

Cuando llegó la transición, los panistas Fox y Calderón se sumaron a la inercia. No intentaron destruir al PRI, que se reinventó en el Nuevo PRI, la versión más corrupta del tricolor en su historia. Al mismo tiempo picaba piedra el eterno fantasma electoral, Andrés Manuel con su ADN del viejo PRI y sus aliados del PRIAN-PRD.

Ahora que el presidente ha sometido a juicios mediáticos a expresidente y exfuncionarios del Prian, los veredictos ya están dados en la opinión de los ciudadanos. Respecto a los expresidentes, ya ni necesidad habría de imprimir boletas la sentencia está dictada. Para el imaginario popular son culpables.

Vivimos tiempos intensos y muy interesantes. Muchas cosas han cambiado menos los nombres de los miembros de la aristocracia, de la partidocracia, son los mismos, abuelos, padres e hijos. Sólo han cambiado de cachuchas y colores. Los que ahora andan con Morena ya fueron absueltos de sus pecadillos de cientos de millones por el tlatoani de la guayabera.

El presidente está en campaña, necesita ganar. Ya destruyó al PRI y al PAN, ahora los quiere tener enjuiciados moralmente y paralizados por el miedo judicialmente. AMLO conserva su base social, pero ya la mitad de la población lo desaprueba y rechaza. Gastó 30 puntos en dos años de gestión.

Todavía ganará porque el PRI se ha disuelto en muchos lugares y el PAN está perdido en sus mediocridades y guerras intestinas. Además, los innumerables casos de corrupción dejaron marcados a ambos partidos, en una sociedad que siempre tiene un pie entre la clase media y la pobreza. Se avizoran más de 10 millones más de pobres para los próximos meses, con riesgos de irritación social.

En la antigua Roma, el pueblo pobre podía vender sus votos para poder comer y en el circo se empoderaba decidiendo la vida o la muerte de los infelices esclavos, gladiadores y prisioneros. Los mexicanos recibimos pan y circo en forma de becas y mañaneras, diariamente. Ahora con apretar botones en nuestros celulares, también ya vivimos en las redes de odio alimentadas cada momento por los fifís y los chairos, y nos sentimos empoderados.

Hay una elección que ganar y adversarios que exterminar. Son dos años de tropiezos y desgaste, con escaso lucimiento. Sin embargo, la base dura se mantiene fiel y motivada. Lista para las peleas diarias en redes y para acudir a las urnas de la nueva aristocracia política.

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