AMLO nunca aprendió a gobernar

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Jorge Arturo Estrada García.

«El poder no cambia a las personas, sólo revela quiénes verdaderamente son».
Pepe Mujica.

“El Ejército Mexicano no puede ser utilizado para suplir la incapacidad de los gobiernos”.
 Andrés Manuel López Obrador.

El país se mueve dando tumbos, a tropezones. El presidente ya consumió la mitad de su sexenio. La transformación ya no será posible, pero el país está más polarizado que nunca. El neoliberalismo seguirá imperando, no será atemperado ni siquiera por una pálida sombra de social democracia. Andrés Manuel López Obrador lo sabe y ahora enfoca sus esfuerzos en retener el poder. No quiere correr más riesgos, sabe que su Movimiento es él y que sus tribus de impresentables nunca podrán mantenerse unidas, sin su liderazgo.

A la mitad del camino, es evidente que es un presidente poderoso en lo personal, pero que su gobierno es cuestionado por ineficiente por los mismos que lo califican. Es un presidente que gobierna más con saliva que con atención a las problemáticas. Él termina con las epidemias, la escasez de medicinas, la inseguridad, los damnificados, los desaparecidos y los asesinatos, con muchas proclamas para sus seguidores e insultos para sus “adversarios”.

También, el presidente ha mostrado que es un hombre de pasiones en las que la venganza y el temor se muestran con mayor frecuencia. Lo mismo persigue con fiereza a sus adversarios que teme equivocarse en sus palabras y en sus acciones de gobierno. Así, encarcela por rencores y desafíos añejos y se apoya en el ejército como el cuarto poder que sustente su proyecto de hegemonía que es en lo que quedó reducida la transformación prometida. Durante tres años transitamos entre la enorme tragedia de la pandemia, de la inseguridad y de la crisis económica, navegando en un pozo de odio y rencores.

AMLO sabe que su Movimiento es él y que sus tribus de impresentables nunca podrán mantenerse unidas, sin su liderazgo.

De esta forma, no tendremos la mejor seguridad social del mundo, tampoco la mejor seguridad pública para personas y patrimonios, no se obtendrá el mejor sistema educativo, tampoco mejor sustentabilidad medioambiental, mucho menos acceso a internet gratuito masivo. En resumen, ni el índice de Desarrollo Humano ni el de Calidad de Vida evolucionarán.

Pareciera que vamos por un país con mayor cantidad de pobres, con empleos informales, recibiendo dinero del gobierno para subsistir, pero ya despojados del “egoísta y aspiracionista impulso de la movilidad social”. Curiosamente este impulso fue lo que llevó a México a contar con la mayor clase media de su historia. Un impulso que sacó adelante a generaciones enteras a las que les tocaron transitar por las múltiples crisis económicas del PRI absolutista del siglo pasado.

La medianía juarista y la pobreza del Pepe el Toro y el Pueblo Bueno son el imaginario que pretende recuperar el viejo priísta que el presidente lleva adentro. En ese imaginario todos éramos felices, aunque anduviéramos malcomidos, con los zapatos rotos y los pantalones parchados; hacinados en un par de cuartos, sin drenaje y con llaves de agua colectivas.

Así, se construye un país en blanco y negro, como de película vieja, en la época del internet y los mercados globales. Un México que no existe y que se resiste a regresar a ello. La ayuda gubernamental en dinero en efectivo es insuficiente. La prohibición del outsourcing ayudará a meter a la formalidad a millones, pero frenará los nuevos empleos y los salarios mínimos solamente alcanzarán para comprar un par de kilos de tortillas más.

De igual forma, estos cambios afectarán la dinámica de los empleos formales. Sobre todo, los de capital mexicano tan convenencieros. Los grandes inversionistas, los extranjeros, reevaluarán sus parámetros acerca de la inseguridad creciente y los efectos del nuevo sindicalismo de la familia Alcalde y Gómez Urrutia que fracturan el paraíso maquilador y manufacturero. El número de personas en la pobreza aumenta.

La transformación irá más sobre la construcción de una estructura de poder retropriísta que se construye con las amplias bases de pobres urbanos, campesinos y obreros. Escasearán los líderes genuinos y así sobrarán los lugares para los impuestos, los dóciles y los fieles.  Los contrapesos organizados son casi inexistentes, el bloque opositor tiene una consistencia de gelatina en la que muchos de sus integrantes están dispuestos a negociar su rendición e impunidad.

Sin AMLO, Morena es una colección de los mismos impresentables de siempre, una colección de tribus incapaces de organizarse y ganar por sí solos. Los blanqueos artificiales y las purificaciones del tlatoani solamente mantendrán su efecto mientras López Obrador mantenga el poder, después podrían ser perseguidos.

Si no se le da la reelección, optará por el Maximato, para ello Claudia Sheinbaum es el mejor proyecto. Andrés Manuel sabe que es indispensable que su movimiento retenga el poder. Él sabe que ha sembrado demasiados vientos y habrá enormes tormentas. Para él ya no hay vuelta atrás. Lo apostará todo en la elección presidencial, al mismo tiempo que intentará aplastar a los opositores. Va por retener el poder, sabe que solamente así conseguirá su lugar en la historia y sus estatuas.

López Obrador se convirtió en un sobresaliente competidor por el poder. Un tercio de su vida se ha dedicado a ello. También, se convirtió en un magnífico emisor de arengas para sus fieles, y anatemas para sus adversarios. Sin embargo, nunca aprendió a gobernar ni a resolver problemas. La realidad le estorba. Prefiere ignorarla, que mejorarla.

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