México, el país de un solo hombre

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Jorge Arturo Estrada García.

“El objetivo del mentiroso es sencillamente encantar, deleitar, proporcionar placer. Él es la mismísima base de la sociedad civilizada.”
Oscar Wilde

“Podemos querer mucho a una persona, pero si esa persona no se aplica, no se entusiasma, no tiene las convicciones suficientes, no internaliza de que estamos viviendo un tiempo histórico, un momento estelar de la vida pública de México, un tiempo interesante; si está pensando que es la misma vida rutinaria del Gobierno, que todo es ortodoxo, que todo es plano, que no importa que se pase el tiempo, pues entonces no está entendiendo de que una transformación es un cambio profundo, es una revolución de las conciencias”.
Andrés Manuel López Obrador.

México se ha convertido en el país de un solo hombre. En un lugar en el cual domina un personaje soberbio, en el cénit de su poder, que es dueño de la verdad y que se empeña en predicarla cada día. Desde el Palacio Nacional, él pontifica acerca de la grandeza de su visión y de la mezquindad de los que no la aprueban y no la comprenden. Elevado ya en un pedestal, autoconstruido, con su popularidad en las encuestas; los triunfos electorales de sus morenistas y el aplastamiento casi total de sus adversarios, en los partidos y demás sectores sociales, el presidente construye su Maximato. Y, también, busca su lugar en la historia en el panteón de sus héroes

En México no hay ciudadanos, hay votantes y apáticos; también hay cínicos y fatalistas que no votan. Los mexicanos nos ocupamos de la política sólo de manera superficial y esporádicamente. La despreciamos por sistema, aunque las decisiones de la élite en el poder nos afectan siempre y en ocasiones gravemente. En cada elección solamente acude a votar algo más que el 50 por ciento del electorado.

Andrés Manuel López Obrador.

Es interesante observar cómo en tres años, el poder presidencial ha crecido como la espuma. Este crecimiento es directamente proporcional al desplome del resto de los partidos y sus “figuras”. Aunque es cierto, también, que Andrés Manuel López Obrador ha perdido más de un 25 por ciento de aprobación en este lapso. Lo cual es una situación típica en el desgaste de un gobernante y atípica respecto al poder político real que ha acumulado.

El castigo y el rencor hacia la clase política prianista llevó a Andrés a la silla presidencial. El rencor y el castigo hacia esos partidos persisten de gran manera; y, además, son alimentados diariamente por el presidente. La corrupción de la era de los Virreyes ha sido enorme y desde casi cada rincón del país se tiene conciencia de ella, generando indignación. Su descaro y magnitud la visibilizó ampliamente, aun entre los miopes mexicanos.

Actualmente, los partidos no tienen militantes ciudadanos, solamente tienen simpatizantes, bases acarreables, cuadros medios busca chambas y élites que acaparan cargos, dineros y poder. Tanto el PRI como el PAN y el PRD se convirtieron en franquicias y en grupúsculos.

Así, los opositores se esconden, huyen o de plano se rinden por anticipado, entregando gubernaturas a cambio de impunidad. El presidente y su partido los aplastan en cada elección. El mandatario los atemoriza cada día en sus mañaneras, con su fiscal y la Unidad de Inteligencia Financiera.

A los gobernadores, último reducto real de poder político los amedrentó, persiguió, castigó, cooptó y dividió. Los poderosos virreyes, la última expresión del añejo sistema de partidos y de pesos y contrapesos, fue destruido por malo y sustituido por el país de un solo hombre. Al viejo estilo en el que AMLO se formó y aprendió.

Sin oponentes le será más sencillo consolidar su Maximato. Ya sea con Claudia, Marcelo o Adán, podría encontrar escenarios sin contrapesos ni contra partes. Sin embargo, gobernar también es eficacia y ese será su talón de Aquiles. En México no todo es color de rosa. Los escenarios son volátiles y precarios, es la marca de la época.

Aunque el presidente también sabe, que la realidad podría terminar por imponerse a la demagogia en algún momento en este país tan convulso, polarizado y afectado por la inflación, la delincuencia y la falta de oportunidades de progreso.

Sabemos que la opinión pública se forma a través de la información acerca de las problemáticas, ya sea la publicada, la de boca en boca o la percibida y vivida, en el entorno inmediato. En este momento, para los fieles obradoristas es sencillo conectarse con los mensajes del tlatoani de Palacio Nacional. Para el resto de los mexicanos, es más difícil encontrar las voces que ofrecen información contrastada y ponderada. Por la situación actual de los medios y porque solamente el dos por ciento de los lectores, de información en medios formales, consume editoriales y artículos de opinión, que son en donde se analizan las temáticas políticas, económicas y sociales.

De esta forma, es muy difícil conformar a una opinión pública enterada y socio consciente, la cual sería un contrapeso real en la democracia, más allá de partidos y círculos empresariales que conforman el Círculo Rojo. El tabasqueño, tan pendiente de la opinión pública y publicada, pretende anular y diluir la que le es adversa a cada momento.

Sin embargo, la opinión pública, muchas veces esquiva y difícil de conformar, aun se manifiesta como un tímido recordatorio de que todavía existe. Un recordatorio que derrotó electoralmente al presidente en más de la mitad de la CDMX, el bastión del obradorismo, y le arrebató la mayoría calificada en el Congreso de la Unión. Una opinión pública que llevó a los clasemedieros a votar en contra del tabasqueño y sus candidatos. Así de simple, o de complicado. Las elecciones del 2021 las ganaron los votantes, no los partidos ni los candidatos, ellos decidieron a quien castigar y a quienes favorecer con votos útiles.

Ciertos sectores empresariales serían el factor clave para generar una amalgama electoral que enfrente a Morena en el 2024. Por el momento, ya no hay perfiles políticos ni empresariales viables en los partidos. Tal vez habría que brincar a la siguiente generación para buscarlos.

Ya no hay un Maquío, ni un Cuauhtémoc, ni siquiera un Fox. El candidato tendría que surgir pronto, podría venir de la sociedad civil incluso. La otra posibilidad es que provenga de otra generación, como Luis Donaldo o hasta el doctor Samuel García, el peculiar, gobernador de Nuevo León. Tal vez, el gobernador yucateco Mauricio Vila Dosal del PAN.

El caso Nuevo León el año pasado, es paradigmático y digno de estudio. Morena lanza a su carta fuerte, reclutada personalmente por AMLO, Clara Luz Flores, expriísta, varias veces alcaldesa de Escobedo, ampliamente conocida a nivel estatal, casada con un veterano político priísta muy experimentado. En los primeros escarceos de la campaña, un bombazo en forma de video la impactó y nunca se pudo recuperar, finalmente se desfondó hasta el cuarto lugar, ni la popularidad de AMLO, ni los traidores priístas, ni la estructura morenista, ni los Servidores de la Nación, ni la calidad cuestionable de sus candidatos adversarios la pudieron salvar.

Así, Samuel, de Movimiento Ciudadano, tan inmerso en las formas de las redes sociales, le ganó al priísta medinista, Adrián de la Garza, al ex alcalde panista Fernando Larrazábal y a Clara Luz. Lo hizo escalando posiciones luego de ir hasta abajo en las encuestas previas. Las clases medias le entregaron sus votos lo mismo que los jóvenes.

Los que rechazan a Morena ya no votarán por partido, seleccionarán al candidato que parezca ganador y lejano a las ideas de AMLO. Los partidos PRI, PAN y PRD ya no significan nada. Salvo en contados lugares. Los priistas en Coahuila y tal vez en el Edomex y los panistas en Querétaro, Yucatán, Guanajuato, y tal vez en Aguascalientes. Las ideologías en México solamente existen en la retórica.

Los adversarios requieren personajes nuevos. Tal vez, los quinceañeros del 2021 estarán listos para votar en 2024, no los pierdan de vista. La clase media, agobiada, no quiere volver a equivocarse. Los priistas Alfredo del Mazo o Enrique de la Madrid no tienen estatura suficiente. 

Para ese momento, solamente un candidato que se convierta en un fenómeno político llevará votos sin requerir mucho acarreo. Las estructuras electorales estarán en manos de Morena en la mayoría de los estados en el 2024. Aunque candidatos veteranos y desgastados como Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard o Adán Augusto no serán imposibles de derrotar. Pero primero habría que neutralizar el efecto AMLO.

 Gobernar también es eficacia. En México no todo es color de rosa y los mexicanos están cada día más agobiados. Los escenarios son volátiles y precarios, es la marca de la época. México es un país convulso en el que cada día se suma alguna situación crítica o se agudizan las existentes. Es un país de muertos en exceso, con vacunas mal administradas y regateadas, y con una delincuencia incontrolable. En donde, el gobierno actual reniega del neoliberalismo tan despiadado, pero es el único que inyecta vida a la economía nacional y dinero a los bolsillos de los mexicanos.

El dinero del gobierno ya no resiste más, se reparte y se gasta todo lo que entra. Son contados los proyectos en marcha y que serán más bien símbolos que otra cosa. Tal vez, ni siquiera admiración ni orgullo causarán; están demasiado lejos y sus impactos serán más regionales que otra cosa. El gobierno no tiene capacidad de generar nuevos empleos y la economía está semiparalizada y la recuperación estará estancada por tiempo indefinido.

Ensoberbecido, mientras su figura crece y domina todo, el presidente considera que su Maximato será casi inevitable.  Mientras, va por el Instituto Nacional Electoral para controlar también a la precaria democracia.  La opinión pública aún es débil e intermitente. El panorama electoral parece favorecer al tabasqueño y a sus planes. Aún no aparecen las chispas que pudieran incendiar la pradera en un país de fatalistas, abstencionistas y cínicos. Falta tiempo y los escenarios son inestables. La historia marcará esta época como la era de la pandemia o cómo la de la Cuarta Transformación, eso dependerá de quien la escriba. Veremos.