Crónica de una muerte anunciada

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Luis Eduardo Enciso Canales.

Parece que la imaginación del presidente de México no tiene límites a la hora de echarse andar en la producción de materia prima para alimentar la nota diaria, en ese sentido deja siempre al descubierto en su actuar la revelación de su vocación innata como un agitador consumado.

Crónica de una muerte anunciada es una de las obras más populares y leídas de Gabriel García Márquez, y considerada por muchos como una de las mejores del autor no solo por la maestría en que convierte un hecho real en ficción, realidad, periodismo y literatura, sino porque a pesar que desde el inicio cuenta el final de la historia la gente quiere seguir leyendo.

Con esta misma “maestría” (nótese la ironía) el Testamento de López se inscribe, por obvias razones, dentro del mismo género de realismo mágico con que fue escrita la mencionada novela de García Márquez. La propia crónica narrativa de AMLO que se interpreta ha dejado plasmada en este documento sucesorio, en caso de su posible muerte de forma inesperada antes de que culminase su mandato, puede ser interpretado como la oportunidad de colocar un prolongado epitafio escrito en vida que por supuesto implica el continuar dando “línea” a su sucesor.

El Testamento de López Obrador

Pero para su mala suerte la noticia de su testamento político deja, además de un mal sabor de boca para muchos, la connotación obligada de la muerte anticipada de su proyecto, justo lo contrario de lo que suponemos quiso dar a entender el presidente, y es que el papel aguanta lo que le pongas, pero también las palabras una vez expresadas toman su propio camino y éste muchas veces no coincide con el que de origen se hubiera querido siguieran.

Dicen que la esperanza muere al último, pero en este caso parece que no es así, entre otras cosas porque la sucesión presidencial anticipada está generando fracturas por la prematura lucha por el poder pasando a segundo término el “proyecto” de Andrés Manuel. Así pues, esto puede ser interpretado como la muerte de la “esperanza” palabra clave en la retórica político-electoral de su proyecto, y es que curiosamente, o más bien precisamente, el discurso de la esperanza en donde mejor se posiciona es entre la gente que ha perdido toda esperanza, los que ya no creen y solo esperan.

La muerte sin duda es oposición porque es desesperanzadora, es contundente, es síntesis, es final de un trayecto. Es por eso que el discurso del presidente tiene un matiz mesiánico que por momentos lo hace parecer más como un predicador que como jefe de Estado.

De ahí su creencia de que necesita trascender aun después de su muerte política, perpetuarse en el tiempo para guiar a su pueblo a la tierra prometida. Pasa por alto que la sociedad es un conglomerado con vida propia, que cambia y se transforma a cada momento respondiendo con sus propios recursos a los embates de la vida diaria. Aunque esto es una práctica recurrente de la política, que casi siempre va en contra de las necesidades reales de la población, en ese sentido su proyecto se parece a todo lo demás antes visto. Pero los espejismos siempre terminan topándose con la realidad y hoy por hoy la cuarta transformación no ha cambiado nada, al menos nada de lo sustancial.

Claro que esto no debe ser motivo de regodeo por el cúmulo de fallas y errores de este gobierno ya que esto nos afecta a todos. Esto hace más evidente que la lucha por el poder se da solamente en lo cupular, sin la participación de la ciudadanía la cual ni siquiera se da cuenta de lo que sucede. López Obrador dejó de lado a sus únicos y verdaderos aliados, la gente, esos desesperanzados que creyeron, la esperanza es compromiso porque de otra manera no funciona, la fe sin obras es letra muerta.

El mensaje del autor de crónica de una muerte anunciada es que la venganza por asuntos de honor y la venganza en general es más bien un acto estúpido que puede llevar a cometer errores gigantescos, y el proyecto de AMLO lleva en su génesis la venganza como una acción reivindicatoria y purificadora, el discurso separatista le ha ganado a la posibilidad de la unificación que es más poderosa y potente. La tentación latente de castigar a sus opositores ha sido su verdadera sepultura, ha destinado más recursos y energía en hablar que en actuar.

Es obvio que el pasado de México es indefendible en muchos aspectos, sobre todo en el de la corrupción y de la impunidad, pero también queda claro que el país lo que menos necesita en este momento es de un caudillo apostólico. Antes de su propio proyecto está obligado a observar la realidad y actuar en consecuencia, sus antecesores a los que tanto critica se montaron en la misma dinámica perniciosa del poder por el poder, olvidando su vulnerabilidad terrenal, así mismo el presidente debe entregar la batuta a quien el pueblo y la circunstancias decidan en su momento, querer controlar la transición más allá de sus propias posibilidades es un suicidio político, y la nación ya está hasta la madre de tragedias.                            

luis_enciso21@hotmail.com