Mis sexenios (70). Los primeros años del sexenio enriquista

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José Guadalupe Robledo Guerrero.

           El sexenio enriquista pronto daría cuenta que la corrupción gubernamental no era privativa de los anteriores sexenios, también en el gobierno de Enrique Martínez aparecería esta deleznable práctica. Antes de que el gobierno enriquista cumpliera su primer trimestre, se conocieron las primeras corruptelas oficiales que se dieron en el Icocult, cuyo protagonista fue un funcionario del Instituto Coahuilense de la Cultura, Humberto Hinojosa “El Mago”, quien a la vez era representante de grupos artísticos regiomontanos.

Humberto Hinojosa era juez y parte, por eso siempre logró contratar los grupos artísticos que él representaba, haciendo a un lado a los grupos coahuilenses. Por realizar estas dos actividades, Humberto cobraba un decoroso sueldo en el Icocult y al mismo tiempo cobraba las comisiones a los grupos contratados que él representaba.

Enrique Martínez y Martínez

Denunciamos el conflicto de interés, pero a nadie le interesó, y la titular del Icocult, Rosa del Tepeyac Flores, hizo oídos sordos, a pesar de que sabía de los negocios de su subalterno, y nada hizo por evitarlos. La hija de Flores Tapia nada había aprendido del escándalo de su padre.

Por su parte, Rogelio Montemayor ya se encontraba instalado en la dirección de Pemex, a donde el presidente Ernesto Zedillo lo mandó luego que terminó su periodo como gobernador de Coahuila y después de la traición a Carlos Salinas de Gortari. Montemayor duró poco en Pemex, de 1999 al 2000.

En el 2002, junto con otros funcionarios de Pemex, entre ellos Carlos Juaristi Septién, Rogelio Montemayor fue acusado de peculado, uso indebido de atribuciones y peculado electoral, principalmente por el desvío de recursos públicos a la campaña de Francisco Labastida.

Rogelio Montemayor desvió más de mil millones de pesos de Pemex al sindicato petrolero, de los cuales 500 millones terminaron en la campaña presidencial de Labastida. La prensa inventó una palabra para referirse al escándalo que protagonizó Montemayor: Pemexgate.

Montemayor fue el último de los implicados en el Pemexgate en conseguir su libertad definitiva, pero no pudo escaparse de que lo inhabilitaran algunos años en el servicio público.

El 20 de marzo de 2000, con el báculo desenvainado, llegó a Coahuila Raúl Vera López como obispo de la Diócesis de Saltillo. Desde entonces, el protagónico cura declaró sobre todo lo que se le ocurría, y dejó claro que su postura clerical era antipriista, pero también jugaba a la política con los “izquierdistas” católicos y con los homosexuales de todas las letras, incluyendo los pederastas.

El 12 de mayo de 2000, murió el Dr. Arnoldo Villarreal Zertuche, con quien establecí una sincera amistad y con quien laboré bajo su mando en el Hospital Universitario de Saltillo.

Arnoldo había sido Rector de la Universidad de Coahuila (hoy UAdeC), allí nos conocimos, él era la máxima autoridad universitaria y yo un estudiante preparatoriano y miembro de la Federación de Estudiantes de Saltillo de la Universidad de Coahuila. Años después fue nombrado director de Hospital Universitario de Saltillo y me invitó a colaborar con él.

Arnoldo Villarreal Zertuche era un hombre bueno, honesto, humano, sencillo y solidario.

         Por otra parte, apenas empezaba el gobierno municipal de Óscar Pimentel González y ya se hablaba de tres precandidatos a sucederlo: José María Fraustro Siller, Humberto Moreira Valdés y Jorge Torres López.

Humberto Moreira Valdés

Para mayo de 2000, los tres candidatos presidenciales más importantes del PRI, PAN, PRD realizaron un debate que a nadie emocionó, y sus resultados fueron los esperados: Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano se destacó como el de mayor consistencia ideológica; Francisco Labastida Ochoa fue repetitivo y adoptó un nuevo rol, el de contestatario, pero su voz carente de emoción no le ayudó a imponerse; y Vicente Fox Quesada se exhibió tal cual es: frívolo, mentiroso, ignorante y asusta pendejos.

El debate mostró a sus destinatarios: Fox le coqueteó a los militantes del PRI y del PRD; Labastida trató de conservar el voto mayoritario de los priistas; Cárdenas insistió en atraerse el voto de los priistas resentidos, de los nacionalistas e izquierdistas mexicanos.

          En las elecciones presidenciales del 2 de julio de 2000, el candidato del PRI, Francisco Labastida Ochoa, fue el primero en reconocer su derrota, pues la esperaba. Luego de 71 años como partido gobernante de México, el PRI fue sacado de Los Pinos por Vicente Fox Quesada, un vendedor de Coca Cola, ignorante, superficial y mandilón. A Fox lo dominaba su “Pareja Presidencial”, Martha Sahagún.

Mi generación creía que al PRI sólo se le echaría del poder por la vía de las armas, pero no contabamos que por la vía electorera, las trasnacionales, la CIA, el Pentágono, Wall Street, el Banco Mundial y los potentados locales y extranjeros, podían echar pacíficamente del gobierno nacional a los priistas. Así fue que le ordenaron al presidente Zedillo que le entregara al PAN el gobierno de la República, pues el siglo XXI debería ser inaugurado en México con un nuevo partido gobernante, la alternancia como ellos le nombran.

Para saber las verdaderas razones de la derrota priista busqué a los dirigentes del CDE del PRI coahuilense, “El Chapo” José Luis Flores Méndez y Gabriel Calvillo Ceniceros, quienes se hicieron acompañar de una activista del PRI y aviadora de la SEP, Delia Margarita Siller.

La plática con ellos no tuvo los resultados que buscaba, porque la frivolidad de estos personajes hizo que se enfrascaran en una charla sobre cuáles compañeras de su partido se prestaban a las relaciones sexuales. Opté por despedirme, era demasiada estulticia para perder tiempo con estos simuladores, farsantes y vividores.

Insistí en informarme y entrevisté a Humberto Roque Villanueva, que para entonces se desempeñaba como Senador de la República, cargo que le dieron por prestarse de patiño como precandidato en la selección del candidato presidencial priista.

Según Roque, las principales causas de la derrota priista fueron el gobierno, el partido y el candidato. Y pese a que anteriormente había dicho que la derrota del PRI se había planeado en Estados Unidos, Roque nunca aceptó que las órdenes norteamericanas para que perdiera el PRI fueron instrumentadas por el presidente Ernesto Zedillo, incluso Zedillo fue el primero que anunció la derrota del PRI el mismo día de las elecciones, pero ningún priista protestó, ni siquiera Labastida. La “institucionalidad” se mostró en su máximo esplendor.

Roque aseguró que el PRI era un partido de centro-izquierda, pero como partido gobernante se ubica como de centro-derecha.

Humberto Roque no dejaría satisfecha mi curiosidad por saber por qué perdió Francisco Labastida y por qué ningún priista se rebeló en contra de la entrega de la Presidencia de la República por uno de los peores presidentes que ha tenido México: Ernesto Zedillo.

En eso estaba cuando de repente me llamó el montemayorista José Luis Dávila Flores, que luego le darían la delegación del IMSS en Coahuila, para preguntarme ¿Quieres saber por qué perdió las elecciones Francisco Labastida? ¡Claro!, le respondí, y me invitó a platicar en un restaurante.

Llegué al lugar para encontrarme con José Luis Dávila que había terminado el sexenio montemayorista como secretario particular de Montemayor.

De inmediato aclaró que trabajó en la casa de campaña del candidato presidencial del PRI, Francisco Labastida, junto con algunas gentes del equipo de Montemayor.

¿Por qué perdió las elecciones Labastida?, le pregunté. José Luis Dávila Flores, visiblemente encabronado me dijo “Labastida perdió porque algunos priistas como el maricón de tu gobernador lo traicionaron y traicionaron al PRI apoyando a Vicente Fox”.

          ¿Te refieres a Enrique Martínez y Martínez?, pregunté. “Si, Enrique Martínez ¿quién más?”, respondió. Platicamos un par de horas que sirvieron para que José Luis se desahogara, y fundamentara sobre la traición de EMM.

Por su parte, Claudio Bres Garza, quien fuera director de comunicación social de Montemayor, señaló que Francisco Labastida había perdido porque no había hecho suficiente campaña política.

Por ese entonces, el panista Vicente Fox había anunciado algunos de sus proyectos para combatir la pobreza extrema: Cancelar el impuesto a los autos nuevos, eliminar el impuesto sobre nómina, grabar el IVA a alimentos y medicinas y pagar por horas el trabajo asalariado.

¡Pobre de Fox!, con estos proyectos en favor de los empresarios quería combatir la pobreza extrema. Alguna vez, durante el gobierno zedillista, acuñé una frase roblediana: “Después de Ernesto Zedillo cualquiera puede ser presidente”. Vicente Fox fue el primero en convalidar mi frase; luego vendrían otros a reafirmarla: Felipe Calderón Hinojosa, Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador.

En el segundo año del gobierno enriquista, Alejandro Gutiérrez “La Coneja” ya había destapado sus aspiraciones gubernamentales. Y aun cuando faltaban cuatro años para que terminara el sexenio enriquista, “La Coneja” estaba creando expectativas adelantadas, aprovechando el cargo de senador de la República que Enrique Martínez le regaló por haber declinado su candidatura para al gobierno de Coahuila a su favor.

Para entonces, Vicente Fox había mutilado el escudo nacional y había terminado con la política de respeto que México había mantenido por décadas con Cuba. Fox inició un itinerario turístico por el mundo, cuyo objetivo era promocionar la venta de las riquezas de nuestro país en el extranjero. En sus viajes, Fox parecía más un asesor de inversiones que Presidente de México.

Alejandro Gutiérrez Gutiérrez

A estas alturas, Vicente Fox ya había mostrado con creces su pequeño perfil y sus grandes defectos: rústico, ignorante, mentiroso y supuestamente de una gran religiosidad católica. Había nacido en Guanajuato, área de influencia de los pasados y modernos cristeros.

También Martha Sahagún, la otra parte de la “pareja presidencial, era comparada con Hillary Clinton y Eva Duarte de Perón “Evita”. Motivada por tantos halagos desproporcionados y mentirosos, Martha Sahagún amenazó con dedicarse a la política y “Hacer historia”.

Estaba claro para entonces que Vicente Fox era subordinado de otro de sus iguales, George W. Bush.

A la mitad de su periodo como Presidente Municipal de Saltillo, Óscar Pimentel se encontraba en un gran bache. Sobregirado en su ejercicio presupuestal, con un equipo poco diestro, con siete meses de rezago en el pago a los proveedores, los servicios primarios y de abasto de agua por los suelos y con poca obra que presumir.

Pimentel padecía el resultado de sus múltiples errores. Su primer desacierto fue querer agradar a los caciques de Saltillo, en lugar de mantener contacto con los ciudadanos. Pimentel se echó a los brazos de los López del Bosque. El control del agua y de los dineros lo dejó en manos de los propietarios del GIS, la Contraloría municipal la entregó a Jorge Alanís Canales, aquel que solicitó a los empresarios de los giros negros demostraciones particulares y en vivo, para analizar la posibilidad de aprobar los tables dance en Saltillo.

En el Simas colocó a un yerno de Isidro López del Bosque, Carlos Flores Vizcaíno, cuya incapacidad no ha sido superada. Para el entonces regidor panista Gonzalo Rodríguez Gamez, el problema del alcalde Pimentel era la irresponsabilidad de sus directores, principalmente el de Simas y el de Seguridad, Iván Bermea.

En una entrevista, Gonzalo Rodríguez criticó el elevado gasto que Pimentel hizo en las palmeras que sembró en bulevares, y el enorme gasto publicitario en los medios de comunicación. Debido a esto, en 2001 ninguna calle de Saltillo se pavimentó. Pero Pimentel no escuchaba, se sentía protegido por los López del Bosque y por Enrique Martínez…

(Continuará).

Las torres gemelas…