León Felipe (2)

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Lic. Simón Álvarez Franco.

Y este hombre, León Felipe, poeta universal nos obsequió otro poema escrito aquí en la Comarca Lagunera:

            España y el viento

            Mexicanos… hombres y mujeres, amigos y poetas de Torreón. Españoles, -los que vinisteis aquí ayer… y los que apenas acabáis de llegar. Gachupines y Refugiados… Españoles del Éxodo y el Viento. ¡Español! No tienes patria ni tribu… -Si puedes hunde tus raíces y tus sueños en la lluvia ecuménica del Sol.

Y yérguete… ¡yérguete!

Que tal vez el hombre de este tiempo…

Es el hombre exquisito de la Luz…

Del Éxodo y el Viento.

            Debo presentar mi tarjeta, mi cédula, antes de empezar: No soy propiamente un español de los que se llaman “Refugiados”. Tampoco soy “Gachupín” y voy a usar estas palabras ya en su sentido histórico, con la definición que les damos en México y con un acento ya para los dos, de amor y simpatía.

            Vine a América hace casi 30 años. Viví en México y en Los EEUU. La mayor parte del tiempo, antes de que comenzase la guerra de España. Al lado de la República porque creí que ahí se defendería la justicia.

            Yo no fui nunca político, ni antes de la guerra ni durante la guerra… ni ahora mismo lo soy. No digo esto para congraciarme con nadie, con ninguno, sino para afirmar orgullosamente nada más soy un español de otro  mundo, no un Español de un mundo poético que está en otras dimensiones que el mundo histórico español republicano, franquista o monárquico, y que yo he llamado el Español del Éxodo y del Viento. De este español, lejos de toda clase de política histórica, voy a hablar aquí esta noche.

Español del Éxodo y el Viento:

No tiene patria, ni tribu, ni espada.

Si puedes; hunde tus raíces y tus sueños

En la lluvia ecuménica del sol,

Y yérguete ¡yérguete!

que tal vez el hombre de este tiempo

es el hombre movible de la Luz,

del Éxodo y del Viento.

Los españoles del Éxodo, ahora que los judíos buscan y encuentran -su- tierra prometida… somos hijos del Viento.

Aunque el éxodo español, movido por el viento… es muy antiguo. El Viento –un viento sagrado- empujó en el Siglo XV las carabelas de Colón… más tarde, del XVI al XVIII, el mismo viento empujó las galeras de la Colonia, cargadas de aventureros. Luego, en el Siglo XIX el mismo viento empujó los vapores de la Transatlántica con las bodegas repletas de mozos humildes de las montañas de Galicia, de Santander, de Asturias, de Vizcaya, de los pirineos catalanes, de mozos peninsulares que venían a probar fortuna… y a convertirse  en  gachupines, en estas tierras que ya no eran de los reyes de Castilla… y hace ahora, 10 años, el mismo viento sagrado empujó los barcos que llegaron a Veracruz, con los refugiados políticos derrotados, que Franco arrojó de España como un fruto podrido, como una semilla maldita… -todos nos arrojaron-… de Colón a Cortés, de los conquistadores a los aventureros… a los gachupines… y a los refugiados… ¡a todos nos trajo el viento aquí!…

El Viento… El Viento es la historia… El destino… ¡Dios!…  ¡Somos hijos del Viento!

Y todos juntos desde Colón hasta el más humilde y el último de los refugiados… constituimos ya un solo cuerpo -un símbolo- fuera del Tiempo y del Espacio… en la dimensión poética y sagrada del Viento.

Del Viento… que empuja ahora una sola galera donde lo español esencial (limpio ya de la escoria y del peso temporal, purificado, como a la misma hora de morir, cuando la sangre se ofrece generosamente, en holocausto redentor) queda sólo hecho verbo y espíritu amoroso…

España… la España del Éxodo, es hoy esta simbólica y única galera, con su carga ligera y luminosa, llevada por el Viento, en el mar borrascoso e infinito de la Historia.

Fuera del tiempo, cargada con lo más genuino y sagrado de la raza:… con el Verbo, con la Palabra… con el Idioma y con la sangre redentora y fecunda de Jesucristo…  cuando escribió este soneto:

“Dejad que siga y vogue la galera

bajo la tempestad… sobre la ola…

va con rumbo a una Atlántida Española…

en donde el porvenir calla… y espera.

No se apague el rencor ni el odio muera

ante el pendón que el bárbaro enarbola.

Si un día la Justicia estuvo sola…

lo sentirá la Humanidad entera.

Que vogue entre las aguas espumantes

Y siga la galera que ya ha visto…

como son las tormentas de inconstantes

las velas del destino… el viento listo…

que va en el puente el capitán Cervantes…

y arriba flota el pabellón de Cristo

Verbo y Sangre fecunda y redentora, en el Viento,

La que fecundó y redimió la vieja y noble sangre mexicana.

Yo también soy hijo del Viento

Hijo y esclavo del Viento… ¡Esclavo!

a veces me rebelo contra este destino y grito inútilmente…

¡Yo no soy nadie!… Viento… ¡déjame dormir!…

Pero el Viento se hace entonces de tormenta… y me grita

Como un trueno; ¡levántate!… “Vé a Nínive, ciudad grande, y

Pregona contra ella.”

No hago caso, huyo por el mar, y me tumbo en el rincón más oscuro de la nave…

Hasta que el Viento terco y que me sigue, vuelve a gritarme otra vez: -“Qué haces ahí dormilón- ¡levántate!

Yo no soy nadie -digo- un ciego que no sabe cantar…

¡Déjame dormir!”

Pero el Viento, ese Viento de tormenta, que busca un embudo

de trasvase, dice junto a mí, dándome con el pié:

Aquí está… haré bocina con este hueco y viejo de metal. Meteré

por él mi palabra y llenaré de vino nuevo, la vieja cuba del MUNDO…

¡Levántate!”

Yo no soy nadie… ¡déjame dormir!

Pero un día me arrojaron al abismo… las aguas amargas me rodearon hasta el alma… la ova se enredó a mi cabeza… llegué hasta las raíces de los montes… la Tierra echó sobre mí sus cerraduras para SIEMPRE ¡Para Siempre!… quiero decir que he Estado en el fondo del mar… en el vientre oscuro de la Tierra…

Quiero decir… ¡Que he estado en el infierno!

De allí traigo ahora mi palabra… y no canto la destrucción…

Apoyo mi lira sobre la cuesta marchita de los símbolos.

                        Yo soy Jonás

Y… ¿Quién es Jonás? Contaré su historia de otro modo: Hay profetas fatales… y falsos profetas… pero Jonás es un Profeta grotesco… sin vocación y sin prestigio. Es la voz que no acierta nunca. Él lo sabe. Por eso desconfía y se esconde, Le han engañado muchas veces y piensa que el Viento lo busca para reírse de él… Tal vez sea un tímido… o como se dice ahora, un resentido destemplado… No quiere ser pregonero de nadie: ni divino ni municipal; ni de Jehová ni del alcalde… ¡que pregonen otros!… Se niega a ir a Nínive a decir su profecía… y huye del Viento que le llama… Se escapa y se mete en la bodega de un barco que zarpa hacia Tarsis.

Allí se echa a dormir… Lo que le gusta es dormir. Y más que dormir… ¡morir!… Su placer más grande sería pasar del sueño a la muerte “… Después de su fracaso en Nínive, le dice tres veces al Viento: “Para mí mejor es ya morir que vivir”… Cuando le despiertan en la nave, y la suerte le señala como el verdadero causante de la tormenta, les ataja a los marineros con estas palabras enseguida: “Tomadme y echadme a la mar”… Le salva la ballena. En la ballena duerme tres días. Duerme y sueña… Su oración es un sueño. Se despierta cuando el pez lo vomita en la playa… pero se duerme en seguida otra vez… Sólo nos lo imaginamos tumbado. Siempre que le habla el Viento le dice: ¡Levántate!… Cuando va a buscarle a su casa le encuentra acostado en su camastro. Anda porque el Viento le remolca, le empuja, le aguija, y habla porque se lo apuntan.

Cuando entra Jonás en Nínive, aquella ciudad tan grande de cuatro días de andadura para recorrer su cerco, dice sin ganas y sin maña como cualquier desgarbado racionista: “De aquí a cuarenta días, Nínive será derrumbada”… y en seguida se sube a un cerro y se tumba, para ver cómo se desploman las torres. Pero nada se desploma… Pasan los días y Nínive queda intacta.

Entonces se irrita Jonás y dice: “El Viento me ha engañado otra vez”… si no los  perversos habitantes de Nínive, los cuales no eran tan perversos, porque se arrepienten, hacen penitencia, ganan la misericordia de Jehová… y  ¡no se cumplen las profecías!

Al final, Jonás se enfrenta, vanidosamente, con el Viento y le pide cuentas a la Misericordia… Entonces, el Viento le regala, irónicamente, una calabacera mordida por un gusano implacable para derrumbar la vanidad del profeta.

¡Yo no soy nadie!… un ciego que no sabe cantar… un vagabundo sin oficio y sin gremio… Un poeta irrisible… un poeta grotesco… el gran clown de la Biblia… El profeta que no acierta jamás… Yo no he acertado nunca…

Pero el profeta no es el que predice y adivina… Fue siempre un instrumento de Jehová para amonestar a su pueblo… y profeta puede ser cualquiera… el más simple… el más humilde… el más ignorante… Para la palabra de Dios, la boca más sencilla es, tal vez, la más apropiada…

La voz del profeta –recordadla—es la que tiene más sabor de barro… Del barro que ha hecho al árbol, al naranjo y al pino, del barro que ha formado nuestro cuerpo también.

La voz de los profetas es el grito de la Tierra ultrajada…

El grito del hombre en defensa de la justicia divina… y yo no soy más que un hombre… un hombre español… El Jonás español.

Ahora bien, lo español es lo específico… Pero no lo permanente.

Hoy cuenta todavía… y es consignarlo. Mañana el género habrá devorado a la especie… El género… el género… ¿es la Historia?… yo pienso que es una fuerza sorda y una vaga conciencia… llevada por el Viento.  -Poéticamente para definirla- un día, levanté entre las manos como Hamlet, el cráneo de Neanderthal, el cráneo primero del mundo, “la esfera ósea”,  “la calavera seca y monda de Adam”, “la poma sagrada y redonda de la vida”. . . y dije:

“Esta es la Historia”

La Historia desnuda y sonora del Hombre;

Un cráneo… un solo cráneo… un cráneo duro… un cráneo universal…  un instrumento musical de barro mostrenco, batido por la lluvia cocido y recocido por el Sol y rescatado por el Viento.

                        Una flauta sin amo… esta flauta es de todos… un caracol inmenso, duro y salado, donde suenan la Vida, el Mar… el llanto… y el Viento es el que sopla en este único cráneo, viejo y sonoro… que hace la Historia… Una Historia desnuda… Sin números… sin nombres y… sin paños.

            La Historia… la hace el Viento… y la Poesía también…

El hombre trabaja, inventa, lucha, canta… Pero el Viento es el que organiza, y selecciona las hazañas, las conquistas, los milagros, las canciones.

            Contra el Viento no pude nada la voluntad del Hombre. Yo, cuando el Viento ha huido a su caverna… me tumbo a dormir. Me levanto cuando Él me llama, ululante, y me empuja. Escribo cuando Él me lo manda. Luego con lo que escribo -con mis versos- hace Él un revoltijo de naipes, de los que acaso no se salven mañana… ni el As, ni la Reina… porque las antologías también las hace el Viento.

El Viento es un excelente cosechero: el que elige el trigo, la uva… y el verso…

Y al fin de cuentas, mi última antólogo fidedigno…

Será Él, el Viento.

El Viento es quien se lleva a la aventura el discurso y la canción… ¡El Viento!

Antólogos, historiadores, arqueólogos, eruditos… coleccionistas… el que decide… es el Viento. Él ha hecho esta antología… ¡Esta!… Esta que recojo aquí esta noche… Ésta que voy a decir aquí ahora, esta noche. Él ha cambiado y organizado mis versos, añadiendo unos nuevos y eliminado otros, según los leyó y lo ha juntado todo de una manera distinta a como yo lo había escrito en mis libros. Se escribe de un plan que el poeta ignora al comenzar… y que conoce sólo el Viento… y los poemas lo siguen siendo borradores, sin corregir ni terminar y abiertos a cualquier luminosa colaboración. Aún muerto el poeta que los inició, puede otro, después, venir a seguirlos, a modificarlos, a completarlos, a unificarlos, a fundirlos en el Gran Poema Universal… y tal vez, sea el mismo poeta el que venga,  porque acaso no haya más que un solo poeta en el Mundo.

(Continuará).

El embudo y el viento…