EL FUERTE DE AMLO NO ES GOBERNAR, LO SUYO ES LA DEMAGOGIA

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  • López Obrador prefiere ganar elecciones que detener la violencia y la corrupción.

Jorge Arturo Estrada García.

Sin los conformistas, las grandes atrocidades habrían sido imposibles.
Timothy Snyder.

La posverdad es el prefascismo.
Timothy Snyder.

El presidente descubrió que le gusta mucho el poder. Le gusta acumularlo, le gusta cómo se siente tenerlo; y, sobre todo, disfruta ejercerlo. Hacerlo sentir a los demás. Es evidente, que no lo quiere abandonar, por eso busca que su Cuarta Transformación permanezca. Espera tener a un sucesor dócil. Sin embargo, el tiempo ya se le acabó. El tiempo corre en su contra. Entonces, deja de lado las formas y ataca con descaro y sin medida. Puede hacerlo, cada vez hay menos contrapesos. Aunque, ya avanza más lento, pero empuja más fuerte y dobla las apuestas.

Luego de cinco años de gobierno, quedó claro que a su gestión sólo le alcanzó para construir, a medias, una refinería, un tren y un aeropuerto. El fuerte de Andrés Manuel no es gobernar, lo suyo es la demagogia y su proyecto no es la democracia ni el Estado de Bienestar. Él no es ni socialista ni demócrata. El presidente es un amante del poder absoluto.

Él vendió su alma al diablo desde hace años.  Durante más de una década estuvo recolectando millones de pesos y decenas de políticos impresentables, a lo largo y ancho del país. A cambio de esos apoyos, les repartió, huesos, influencias y negocios. Eso no parece haberle importado, ya nadie lo considera ni moralmente superior; ni mucho menos, incorruptible.

En la actualidad, es el político más diestro en el país. Trabaja intensamente en acumular más poder para construir su propio “reino republicano”. Un país que sea a imagen y semejanza de lo que pasa por su mente. Un país, en el que los pobres se convierten en un pueblo bueno y feliz. Un país, en donde los niños aprenden a recitar doctrina juarista, lejos de la tecnología y del inglés. En donde la ciencia esté lejos del siglo XXI, del materialismo, del egoísmo de la competitividad y de la globalización del neoliberalismo. Un México en donde el gobierno sea dueño de todo y todo lo reparta. Desde los empleos, hasta el dinero. Que sea suficiente para tener unas camisas y un par de zapatos.

Él llegó a la presidencia, con la fórmula perfecta, para consolidarse en el poder. Ya estábamos muy dañados social y políticamente. El Prian, con sus excesos y corrupción, le construyó las bases para su triunfo y lo dotó de todo. El tabasqueño, rápidamente, instaló su discurso polarizador agresivo y construyó el pozo de odio en el que nos debatimos cotidianamente. Cada día lo alimenta. Aún no sabemos si será en su beneficio o terminará por arrastrarlo a la derrota en el 2024. Cada día se vuelve más ambicioso y descarado. Parece instalado en la soberbia.

Su gobierno, ha destacado más por destruir, que por construir. Sus errores han sido enormes. Ya tenemos claro, que él prefiere ganar elecciones que detener la violencia y la corrupción. No le gusta perturbar a los delincuentes ni a los políticos, afines a él. Miles de millones de pesos han sido desviados en su sexenio y cientos de millones de mexicanos fueron asesinados, desaparecidos, extorsionados, expulsados del país. Adicionalmente, cargará con la gigantesca tragedia de las muertes por las pésimas atenciones en la pandemia y por la ausencia de medicinas en los hospitales. La realidad lo castigó con las más poderosas derrotas de su mandato, y todo eso quedará registrado en la historia. Así, en su administración, muchos de sus remedios resultaron peores que las enfermedades. La palabrería no detuvo a las muertes ni a la tragedia. Somos un país que no se conmueve ni se mueve.

Somos el país de las tumbas. De la indiferencia ante la muerte. En donde ya nos volvimos insensibles. Ahora viene la siguiente etapa del plan del tabasqueño. Mientras, los ciudadanos mexicanos estamos paralizados y descabezados. Incrédulos observamos cómo desde el palacio nacional se ataca a la democracia, a los poderes, a la libertad de expresión y se destruye a las organizaciones autónomas; ésas que ya le fuimos arrancando al PRI, a pedazos, casi a mordidas durante décadas.

Muchos de los que participamos es esas batallas, seguramente estamos viejos, llenos de anécdotas, pero semiparalizados y desgastados. El INE, el TEPJF, el INAI, la CNDH, son desmantelados porque evidencian la corrupción, las incapacidades y los malos resultados de su sexenio y, además, obligan al partido del tlatoani a ganar limpiamente en las elecciones.

En la actualidad, ya ni siquiera estamos mejor comunicados. Más bien, estamos deficientemente hipercomunicados. Las fake news viajan, se reproducen e impactan mentes deformando las percepciones. Los algoritmos nos alimentan o nos marginan.  Los medios profesionales luchan por la sobrevivencia. En ese entorno, los mexicanos, ni los viejos ni los jóvenes, no hemos aprendido a comportarnos como ciudadanos. Tampoco, aprendemos, a ordenarles a los funcionarios para que hagan las cosas que necesitamos, que las hagan bien y que ya no roben tanto.

El peso de las decisiones cruciales para el país y la calidad de vida de nuestras familias, para los próximos seis años, recaerá en los electores de la clase media. En quienes se decidan a ser ciudadanos, en el 2023 y 2024, y se presenten ante las urnas a romper los planes del oficialismo. Si se salva Alejandra del Moral será porque los clasemedieros votaron masivamente contra Morena, en el Estado de México.

Los laboratorios de Coahuila y Edomex en este año, presentan varias lecciones. Los partidos opositores ya son solamente membretes, son franquicias que se requieren para inscribirse electoralmente. No tienen ideología ni renuevan cuadros ni dirigencias. Carecen de credibilidad y ya no arrastran votos, salvo en contados lugares y ocasiones. Otro dato relevante, es que el PRI ya solamente ganaría en esos estados con apoyo del PAN y que ya es la tercera fuerza política nacional. Tal vez, ya ni siquiera sirva para formar una alianza opositora confiable en el 2024, y el tricolor la juegue como esquirol de Morena.

Alito quiere salvarse, obtener fuero, contar con una pequeña base política entre sus plurinominales y comités estatales. Moreno, tuvo que quedarse a luchar para salvar su pellejo, el PRI fue su arma de negociación y su tablita de salvación. Los priistas lo dejaron al frente para que lo destruya. No estaban preparados para impedirlo y por lo visto a nadie le importa el destino final del partido. Así, vemos a Peña Nieto en su retiro dorado y vida apacible; y a Moreno, surcando tempestades. Es cierto, el neoliberalismo fomenta el individualismo sin ideologías; y, de esta forma, el tricolor está listo para el basurero de la historia.

Sin embargo, tal vez los electores mexicanos del 2024 sean igual de miopes y crédulos que los del 2018. AMLO, ahora está listo para fabricar su dictadura perfecta. Los ciudadanos tendremos la última palabra. No la tendrá “el pueblo”, considerado como una masa de acarreables, durante años, por los priistas y ahora por los morenistas.

La destrucción de la democracia es un peligro para México. El gobierno de un solo hombre es un peligro para los mexicanos. El presidente, considera que seremos felices sin ella. Siempre tendremos un Tlatoani, que velará por nosotros con un ejército, que estará dispuesto a servirnos en todos los sentidos. Entonces, el gobierno se vuelve grande, el gobierno se vuelve amplio, el gobierno se vuelve todopoderoso y el dueño del gobierno se vuelve el dueño de todo.

La oposición está derrotada. Solamente los ciudadanos podrán vencer al presidente y a sus corcholatas. Es tiempo de la política. Si la evadimos pagaremos las consecuencias, otra vez, durante generaciones. Desde Coahuila y el Estado de México, se enviarán los primeros mensajes de alerta. Así, sabremos si todavía hay posibilidades para vivir en un México democrático. Sin embargo, somos un país que no se conmueve, ni se mueve. Un país de solitarios. Veremos.