¡O Mores! ¿Quién le va a marcar el alto al Atropello de la justicia en esta 4t?

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Adolfo Olmedo Muñoz.

“Cuando puede evitarse la muerte, dejar morir es matar”
Víctor Hugo.

La prevaricación de un moralista es la corrupción de la corrupción; es el espejo del trasero del diablo y su longa cola, y solo hay algo que pueda odiarse más que esa transgresión como es el cinismo, que si me esmero, puedo decir que son lo mismo que personifica hoy día el presunto líder “moral” de … una cosa llamada “morena”, engendro amorfo articulado con cachos , partes, órganos y tumores de “cadáveres”, recolectados a hurtadillas en las horas de skotos, de extraños cementerios, denominados (por decreto verbal presidencial) hoy como partidos “neoliberales”.

Pero, en honor a la verdad, no sé a ciencia cierta si sea posible, o más que posible, pertinente en estos tiempos de “morenismo”, seguir esta estéril pugna por manosear tanto el término “moral”, si sabemos que la gran, pero la graaaaan mayoría no tiene ni la más remota idea de lo que implica eso de: “moral”, “moralidad”, “inmoralidad o amoralidad”.

Sin embargo, creo que puedo hacer algunas referencias, pues de lo que más se habla ahora es de “corrupción” y más precisamente de la corrupción como un vicio cívico, enclavado en un supuesto código de conducta ciudadana, porque, desde el punto de vista natural, corrupción somos todos.

La corrupción es algo inherente, por lo menos, a todo lo que conocemos, incluyendo al ser humano, pues la corrupción, o descomposición, o putrefacción, forman parte de un proceso biológico del que el Hombre no puede desprenderse a su antojo aunque, al tener que aprender a “administrar” los procesos de corrupción, se dicta normas de conducta, compromisos, rutinas que le son valiosas para poder seguir un proceso de “cambio” de manera sana, benévola, tolerable y si es posible que le alargue una perspectiva de vida con “calidad”; en paz, sin zozobras ni angustitas, mucho menos miedos, sin pobreza ni económica ni espiritual, no en el abandono, sí acogido con el amor de sus allegados.

Pero el concepto de corrupción llevado al terreno de lo social, en ese proceso de desarrollo “de vida”, se incluyen muchos más obstáculos, pues al parecer, lo más difícil para el ser humano es llegar a estadios de consenso, pues como se dice coloquialmente: “cada cabeza es un mundo” y en cada uno reza el “solo mis chicharrones truenan”, sobre todo en la cultura “mexicana”.

Es por ello, por lo que desde hace cientos de años, si no es que millones, el ser humano “aprendió” que, para convivir en armonía con sus congéneres, debía limitarse y regular sus antojos, pasiones, caprichos e incluso sus instintos. Por ello, y cualquiera que tenga el más somero conocimiento del derecho, incluso un ápice de “sentido común” sabe hoy que dada esa necesidad de autocontrol surgieron los “mandatos”; normas o reglas de conducta que podemos ubicar en estamentos de acuerdo con sus ámbitos de competencia o aplicabilidad.

Así podemos hablar de diversas normas de conducta. Resulta ocioso por ahora profundizar, cuál o cuáles fueron las primeras en influir en la conducta humana, pues mientras algunos piensan que la primera norma a la que se obligó el ser humano fue la “social”, sometiéndose al poder del más fuerte.

Pero para otros, la primera norma que el hombre observó fue la “religiosa”, sometiéndose a los dictados de los “representantes” de un Dios que se consistía en la “Ley Suprema” (aunque nadie lo conozca). Después podríamos decir que aparece el concepto de “ley Moral” que se refiere a las costumbres; esto es a las costumbres que no hagan daño a los demás; que no ofendan el derecho de los demás por llevar una vida digna.

Esta ley “moral” es ocasionalmente ambigua, un tanto subjetiva. A veces difícil de identificar pues tiene que ver directamente con los usos y costumbres de determinados grupos sociales; una “inveterata consuetudo et opinio iuris seu necessitatis”: La costumbre inveterada y la opinión o necesidad del derecho

“Mores sunt tacitus consensus populi longa consuetudine”: las costumbres morales son un tácito acuerdo del pueblo arraigado tras una larga práctica.

Mucho tiempo después, conforme la humanidad avanzó surgieron las normas jurídicas; “El Derecho”. La ley, de lo cual tenemos un antecedente muy importante en el Código de Hammurabi, que es la más antigua recopilación formal de leyes, que, así como los códigos justinianeos, implicaban ya una coercitividad, su incumplimiento era restrictivo, sancionable; el imperio de la ley debía tener su guardián encargado de administrar y aplicar la ley; “dura lex is lex”

En torno a la cual (la ley) se crearon una serie de figuras que acotan a la misma normatividad de un código; conceptos como legalidad, justicia, equidad, así como en sentido contrario: la impunidad, injusticia, la ilegalidad, la falta de equidad, la falta de probidad, la prevaricación.

Finalmente podemos enunciar a las normas cívicas; las normas sociales; “leyes de urbanidad” que hoy más que nunca están en decadencia merced a ese aludido “cachondeo” de lo que es o no es “moral”.

Qué posibilidades existen hoy de levantar la mano y exigir detener el vértigo del anarquismo, de la irracionalidad, de la falta de probidad… de la inmoralidad si a la cabeza del Estado mexicano se halla a un hombre amoral.

Siempre me ha preocupado fincar una sutil diferencia entre lo que yo considero que es inmoral y lo que es amoral; en un primer término parecerían iguales, pero en el primer caso, “in” moral me tiene una connotación de una falta de moral, esto es, de que la hay, pero es insuficiente, mientras que el segundo, el prefijo “a” moral, implica la falta total, la ausencia, la inexistencia de moral.

Delgada sutileza que nos permite ver que hay casos en los que el sujeto no tiene ningún remedio, pues al carecer de la idea misma de un código de valores; de una axiología, por la cual lo valioso o útil o benéfico será lo que ese mismo sujeto diga que lo es, se decreta “per se” la nulidad de la ley.

Para que haya justicia en un pueblo o nación, es imperativo que todos sus miembros (al menos los que tienen en sus manos la toma de decisiones), cuenten con una idea clara de lo que es la ley y el derecho, así como la mecánica para la impartición de esa justicia u orden legal.

La justicia como valor es un principio moral -de buenas costumbres- que implica el que cada individuo pueda ver que, si decide vivir en sociedad, debe dar a cada quién lo que le corresponde, lo que le pertenece; como premio o como castigo, de acuerdo con su conducta social, pero dentro de la “justicia”, lo justo; “su derecho” que implica rectitud. No se puede NO SE DEBE torcer la ley para castigar a un enemigo y solapar con un perdón impune a los copartidarios.

La justicia, decía el gran jurista romano Ulpiano, “la justicia es la constante y perpetua voluntad de dar -o conceder- a cada uno su derecho”. Su derecho, no lo apartado del buen camino (el bien común) no las artimañas, las marrullerías, las trácalas, la verborrea engañosa y propagandística. Implica pues, un deber de conducta y el implícito deber de respetar la rectitud del Derecho.

Sin derecho, donde impera la impunidad y la endémica corrupción no puede haber institución de Estado. México no merece ser administrado como un basurero, como un “relleno sanitario” donde cada pepenador acopie lo que pueda, de los desperdicios en los que está convirtiendo esta 4T a todas nuestras instituciones que tanto esfuerzo demandaron de las anteriores generaciones.

Todos los mexicanos, de una u otra bandera, pusimos nuestro empeño en llevar adelante a México; la Revolución Mexicana fue, es y seguirá siendo un orgullo para este país, cuyo ejemplo ha sido expuesto preeminentemente en el ánimo internacional. Hoy parece que solamente le queda un amigo al presidente de este país, el patán chauvinista de Trump. No es ética, no es moral ni legal la conducta de un mentiroso y mañoso político que juró respetar y hacer respetar la ley cuya norma fundamental es la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos.

Pero más allá de ver y soportar la ignominia, la injusticia, el crimen, la devastación económica, la irresponsabilidad e ineptitud en la administración pública -casi toda-; más allá de la rabia de soportar la impunidad con que el primer mandatario atropella al derecho, lastima a la consciencia nacional el silencio de la justicia; el silencio que por ineptitud o por perversidad priva en los órganos encargados de la impartición de la justicia.

No hay nada más estéril y vergonzante que ver a un poder clave, el Poder Judicial, sometido a la ignorancia o convenenciera perversidad de los otros poderes; legislativo y ejecutivo. Junto con el descrédito que arrastrará el retraso de nuestro país en este período presidencial, ira ligado con la misma ignominia el llamado Poder Judicial, cuyo silencio hasta hoy a pesar de las evidentes violaciones al derecho y a la razón jurídica, los hace, implícitamente cómplices de la debacle.

Es claro que socarronamente cualquiera podría refugiarse en el argumento de que todo es debido a “los efectos de la folclórica política a la mexicana”; otros podrían aludir al gran jurisconsulto romano Marco Tulio Cicerón que en una de sus famosas catilinarias expresó: “O témpora O mores” con la que se refería a los tiempos que se vivía una deplorable perfidia y corrupción en época de Catilina, quien por cierto intentó matar al propio Marco Tulio.

Lucio Sergio Catilina intento deshacerse de Cicerón para dar un golpe de estado, en la era tardorepublicana. Catilina perteneció a la facción de los populares, que coincidentemente hoy les podríamos decir “chairos”.

Pero a veces, como dice nuestro sabio dicho popular de que “no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre”; con el ominoso silencio de los sabios de la jurisprudencia se pueden estarse convirtiendo en testigos de cargo de un crimen, el de “lesa patria” y es que tal vez no habría más argumento que lo que apuntó Oscar Wilde: “No hay más que una cosa peor que la injusticia, y es la justicia sin su espada en la mano. Cuando el Derecho no es la fuerza; es el mal”.