La tradición del bronce

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Fernando Fuentes García.

La tradición nos obliga a remitirnos a la Era del Bronce entre 4,000 a 3,000 años a.C. El hombre cazador y recolector ha descubierto la fundición del cobre (en la Era del Cobre) y más tarde agregará estaño para hacer la aleación, con la que forjará mejores herramientas y armas en moldes de arcilla cocida, que han derivado de aquellos primitivos hechos en la superficie de la tierra.

El proceso evolucionará para dar origen a las grandes esculturas griegas de hace 2,500 años, elaboradas a partir de moldes de arcilla que cubrían la figura modelada en cera sobre un núcleo de estructura y arcilla como soporte, que luego cocerán para vaciar el metal fundido en el hueco que ha dejado la cera fundida. El proceso da origen al término “cera perdida”, lo que posibilitará realizar obras huecas y no sólidas.

Prueba de este proceso, son los Guerreros de Riace, descubiertos en el mar Jónico, frente a la marina de Riace, provincia de Calabria, Italia en 1972. Dos figuras masculinas en escultura de bronce, de origen griego de mediados del Siglo V antes de la era común, conservadas en el Museo Arqueológico Nacional de Reggio Calabria. Dos piezas muy parecidas, que posiblemente fueron separadas de sus pedestales y robadas por los romanos en un barco ligero que casi llegó a su destino entre el Siglo I y II antes de la era común. Los Guerreros de Riace, son dos de las pocas esculturas (no más de 12) completas que sobrevivieron, ya que a pesar de que el bronce era el material predilecto de los griegos, su producción fue limitada y su demanda para su reutilización superior, en especial durante periodos posteriores.

Ya en el Renacimiento, la escultura en bronce se adoptó como uno de los principales medios de expresión. El mejor ejemplo es la historia de la pasión insatisfecha de Leonardo da Vinci, que para los historiadores le habría asegurado su reputación como escultor: el encargo en 1482 por Ludovico Sforza, Duke de Milán, de la escultura equina más grande concebida en la historia, para colocarla en un viñedo cerca del castillo del Duke. Leonardo trabajaría la obra a la par de La Última Cena y terminaría después de años de trabajo, el modelo de arcilla de 7.3 metros de altura, en el sitio del castillo.

Leonardo pretendía trasladar el original al bronce, mediante un método revolucionario que había detallado en sus estudios, y el que le permitiría fundirla en una sola pieza. El método consistía en enterrar entre dos hornos, el conjunto de moldes que conformaban la pieza boca arriba y verter 79 toneladas de bronce fundido al mismo tiempo. Sin embargo, antes de proceder con la fundición, sobrevino la guerra con los franceses, por lo que Ludovico requirió utilizar el material para fundir cañones de bronce y enfrentar con ellos a la armada enemiga, contra quienes al final perdió en 1499. Ocupado el castillo por los franceses, las tropas utilizaron la obra en arcilla para prácticas con arco, lo que destruyó la obra de Leonardo, quien no volvió a retomar el proyecto.

Durante este período, la tecnología del bronce se siguió perfeccionando y dio cauce a la escultura en bronce de pequeño formato, inicialmente como un medio ideal para transportar la escultura monumental o el imaginario expuesto en fuentes literarias, al íntimo nicho y justificar así un sinfín de declaraciones personales. Las que bien podían encarnar las preocupaciones intelectuales de la época o exaltar las motivaciones al contrastarla, por ejemplo, frente a los libros que conformaban el espacio personal de antaño. Un referente clásico venerado y fundamental para la concepción de cualquier obra ecuestre, fue el monumento al emperador Marco Aurelio en Roma. Aún sin el jinete y sin silla de montar, el caballo fue representado una y otra vez en su postura ecuestre, para simbolizar, tal vez, la razón que mantiene bajo control la pasión.

Con la llegada de la revolución industrial en Francia del siglo XIX, se da un gran salto en la tecnología, lo que permite satisfacer la creciente necesidad de escultura de una vigorosa clase media surgida de la transformación, mediante la edición (reproducción) limitada de la obra del artista. Para la década de 1960, el arte de la fundición en bronce nuevamente se transformaría radicalmente. En este tiempo se integran al proceso técnicas industriales que incluyen la soldadura y las aleaciones más adecuadas al arte, lo que resultaría determinante para la calidad y reproducción de la obra contemporánea, ya que se mejoraría así la resistencia y la durabilidad de la obra de arte, pero también le permitiría al artista ampliar el abanico de colores generados por la oxidación del metal, lo que se llama “la pátina”, que en la ancestral historia indicaba rango social y que hoy en día puede llegar a imprimir un estilo particular a la expresión del artista.

El arte del bronce sin duda posee un historial prestigioso que desafía los rigores del tiempo y trasciende las barreras del lenguaje, permitiendo así preservar y transmitir la historia y valores de una cultura. Precisamente, esa historia y cultura es la que me detonó el gusto por esta técnica. Recuerdo bien, cómo un escultor norteamericano, heredero de la tradición del arte del Oeste de Estados Unidos, trabajó la cera de sus esculturas por una temporada en el estudio de mi padre y avanzó también en la investigación sobre el revolucionario Francisco Villa, para plasmarlo en una obra que le habían solicitado. Pasado el tiempo, el material de trabajo que dejó, incitó a mis manos a tomarlo y transformarlo en mi primera obra escultórica, motivación que el escultor de Saltillo Coahuila, José Antonio García Guerra, me ayudó a guiar en el proceso.  

Sobre el Autor

Fernando Fuentes García es un escultor autodidacta especializado en el bronce, comprometido a transmitir la aportación única y vital del arte y la escultura a la sociedad y a contribuir a un mejor México.