AMLO YA NO ESTÁ SEGURO DE GANAR EN 2024

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Jorge Arturo Estrada García.

“Sin libertad, la democracia es despotismo, sin democracia la libertad es una quimera.”
Octavio Paz.

“La democracia es el punto de partida, no el punto de llegada.”
José Saramago.

El poder es adictivo. Es muy difícil conquistarlo, pero es más difícil abandonarlo. Andrés Manuel ya lo comprendió. Lo vive cada día. Le cala hasta los huesos la idea de irse. La cuenta regresiva se acelera. El tiempo en la poderosa Silla del Águila se le agota. Para él, es indispensable que la Cuarta Transformación no desaparezca. Parece dispuesto a hacer maniobras drásticas. Primero, se ha empeñado en debilitar a la precaria democracia mexicana. Pretende sacudirla hasta sus cimientos.  Intenta demoler al INE y destruir a la opinión pública que le es adversa, a golpes de decretazos. Ya no le gustó cómo avanza la partida y prefiere patear el tablero y tirar las piezas.

El presidente López Obrador, ya hizo sus cuentas. Ya no está seguro de ganar en el 2024. Ya sabe que su proyecto no es invencible. También, está consciente, de que sus corcholatas no tienen ni el arrastre ni la fuerza necesaria para repetir la magia del 2018. Eso lo mantiene alterado, pero muy activo.

Para López Obrador los pobres no son malagradecidos, su necesidad no se los permite, eso ha dicho desde su púlpito mañanero.

La derrota del 2021 por el congreso federal, le abrió los ojos y lo puso en campaña. Así, inició su sucesión y la volvió su prioridad. Desde su mañanera lanza anatemas, nadie tiene su estatura moral y quien no piensa como él, y no se le somete, es combatido con fiereza. Entonces, ya comprendió que la clase media lo había abandonado, que votaron por prianistas y que, incluso, lo despojaron de la mitad de la ciudad de México, de su bastión. Mal agradecidos.

Entonces, tomó la decisión de enfocarse en el pueblo bueno; sus programas sociales asistenciales y la pobreza, serían una excelente mezcla para construir una base social sólida. Los pobres no son malagradecidos, su necesidad no se los permite, eso ha dicho desde su púlpito mañanero. En un momento de sinceridad o de cinismo. Una de sus frases favoritas es: amor con amor se paga.

De esta forma, el uso político de la pobreza se impone. Es la estrategia de los acarreos a las urnas, del desayuno con menudo y el billete en la casa del líder del sector. También es la culminación de la serie de entregas de despensas, botes de pintura, cemento, de las tarjetas de la Gente y las Vencedoras, etc. AMLO lo perfeccionó entregándolo sin intermediarios, en dinero contante y sonante, son miles de pesos bimestrales de la secretaría del Bienestar, a las cuentas y los bolsillos de los beneficiarios.

Ese uso político de la pobreza es la esencia del viejo PRI y de sus ejércitos electorales de tierra. Para el partido del presidente, apoderarse de barrios y colonias de los estados en donde los gobernadores se habían rendido sin pelear, en donde ya habían sido derrotados fue sencillo. Los siervos de la nación son ya los encargados de llevar el mensaje, los programas y la propaganda.

Las nuevas leyes del llamado Plan B del presidente, atentan contra la estabilidad del árbitro electoral y del país. Sin un INE operando adecuadamente, no habrá confianza en los resultados ni en la equidad en las contiendas electorales. Regresaríamos al siglo pasado, al de la dictadura perfecta. Al de la legendaria dictablanda.

Pero, en un mundo con una sociedad hipercomunicada como la actual, las protestas postelectorales se volverían multitudinarias y estridentes. El país, podría desestabilizarse más y más, en espiral. Con el ejército vestido de guardia nacional y ocupando las calles con equipo moderno y nuevecito, la mezcla sería volátil.

Entonces, en un escenario así; el dueño del poder, de las fuerzas armadas y de millones de fieles morenistas movilizados, estaría en su elemento: el conflicto.  Sus arengas llenarían los espacios y las tropas estarían dispuestas en lugares estratégicos para “cuidar el orden”. Las libertades podrían ser recortadas, la democracia y sus mecanismos estarían agonizando y siendo sustituidas por las acciones del líder que conduciría al pueblo bueno al país de los felices. Tal vez, al de los pobres, pero ya más felices; liberados de las aspiraciones neoliberales de progreso y educación. La 4T permanecería en la Silla del Águila. Sería un auto golpe de estado blando, según exponen algunos especialistas. Destruyendo instituciones.

De esta forma, en la actualidad, desde Palacio Nacional se ataca con mayor ferocidad a los periodistas y a los medios de comunicación del país. Es necesario, convertirlos en oficialistas o llevarlos a la ruina y al desprestigio. Así lo hicieron con los principales hombres de negocios; primero los asustaron, luego los sumaron y actualmente los apoyan para hacerlos más ricos y fieles al tlatoani. En México, no hay ideologías ni bien común, hay intereses.

El papel de los medios en esta época de la Cuarta Transformación ha sido relevante. Las principales plataformas de medios, a excepción de Televisa y TV Azteca que fueron los primeros en ser doblados y alineados, han descubierto que saben hacer periodismo.  A veces, uno muy bueno.

Esos medios de cobertura nacional construyeron y engrandecieron a López Obrador en el pasado, en aras de parecer plurales. Los periodistas de la Ciudad de México se sintieron progresistas al apoyar a un gobierno surgido de las entrañas de la izquierda priista de finales de los ochenta del siglo pasado. Ahora, muchas de esas plumas escriben críticamente de la 4T, arrepentidas y alarmadas, acerca de las acciones del tabasqueño y su gobierno, en contra de la calidad de vida, del desarrollo y de la democracia.

En la actualidad, la frecuentemente acomodaticia prensa mexicana ha logrado develar las entrañas de la Cuarta Transformación. Ha exhibido, desde sus pecados originales, que luego emergieron como un gobierno de incapaces y corruptos. La calidad moral del presidente, de su familia y de sus funcionarios ya quedó marcada y cuestionada.

El contrapeso del poder en una democracia es una opinión pública bien informada y fuerte. Que sea muy participativa, que sepa hacer escuchar su voz. Sólo de esta forma podrían contenerse los excesos y corrupción de la nefasta clase política mexicana. Pocas veces lo hemos hecho, la represión gubernamental casi siempre ha estado presente.

El país ha sido conducido dando tumbos, durante 200 años del México independiente. Solamente en contadas ocasiones, se han podido elegir a personajes adecuados. Incluso, tuvimos una explosiva revolución en busca de los cambios, de la democracia y el voto, y por el respeto a la constitución.

 Son tiempos difíciles para los ciudadanos. La violencia los expulsa de sus regiones y se vuelven migrantes, tal vez enviarán más remesas de las que el presidente se siente tan orgulloso. El país vive con miedo, la violencia arrecia y la inseguridad avanza. Los muertos se multiplican, en medio de asesinatos y desapariciones se pierden territorios. Más de 100 mil guardias nacionales con instrucciones de abrazos no balazos nada contienen y poco aportan.

La economía va mal, la inflación y la carestía agobian a las familias y la pobreza crece, el sistema de salud ya colapsó y no hay medicinas, las muertes por la pandemia superan las 700 mil personas. Una tragedia.

En tanto, el presidente gobierna desde su púlpito, su gobierno es de muchas palabras huecas, de muchas mentiras bien pensadas y repasadas. Es un proyecto de poder, no un proyecto social. Mientras, los opositores están dispersos e intentan alianzas, pero sin aspirantes viables para vencer al presidente. Faltan líderes y sobran oportunistas.

El examen previo al 2024 serán las elecciones del Estado de México y Coahuila. En ambos estados, las cosas se dieron en forma rara y poco lógica. En el Edomex, los dos aspirantes más fuertes, la priista Ana Lilia Herrera y el panista, Enrique Vargas del Villar, no fueron los elegidos por Alfredo del Mazo Maza y Alejandro Moreno quienes acordaron que fuera Alejandra del Moral. Ella arranca detrás de Delfina Gómez por casi 10 puntos,

En Coahuila, la fractura se dio en el morenismo. Ricardo Mejía abandonó al presidente, a las mañaneras, al cargo de subsecretario y a Morena, para emprender una aventura como candidato del fantasmal Partido del Trabajo en Coahuila. El bloque morenista, de un sólido 40 por ciento de intención de voto que tenía hasta hace un mes, se fracturó en un 25 para Armando Guadiana y un 15 por ciento, inicial para Ricardo, según algunas encuestas.

Por su parte, la alianza mantuvo su bloque de 40 por ciento y ahora la ventaja de Manolo Jiménez sería más amplia, de cerca de 15 puntos. Las decisiones de Mejía rompieron el empate y allanaron el camino del exalcalde priista en el arranque por lo menos.

Aunque en otros estudios se establece que no hubo tal daño y que Mejía, solamente, se llevó un 5 por ciento, lo que colocaría a Armando y al aliancista Manolo, en un empate técnico. Habrá que seguir atentos. Son encuestas telefónicas y con márgenes de rechazo para responderlas, que van del 65 al 95 por ciento. Hay mucho voto oculto todavía. La moneda está en el aire. Las elecciones las ganan los que cometen menos errores.

Las elecciones en Coahuila, por primera vez quedarán en el foco nacional. La Alianza PRI-PAN-PRD, va con una figura local, que va siendo aceptada como viable por los ciudadanos molestos con el estilo presidencial y de rechazo al morenismo local y nacional.

Las nubes de tormenta están cargadas y cubriendo la vida política y social del país. La democracia está en riesgo. Hay un proyecto presidencial para dañarla y quedarse con el poder, abiertamente y sin reservas. Las instrucciones de Palacio Nacional son descuartizar al árbitro electoral, al INE. Los apáticos ciudadanos tenemos la palabra, será nuestro turno de pasar al frente. Lo que estará en juego será el futuro inmediato de nuestras familias y su seguridad. Entramos en turbulencia política, son tiempos difíciles e interesantes. Veremos.