UNA DISYUNTIVA JUVENIL: DECIDIR SU VOCACIÓN.

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Jesús M. Moreno Mejía.

“Nadie que obra contra su
voluntad obra bien, aun
siendo algo bueno.”
San Agustín.

Hablar de vocaciones sigue siendo un tabú en el seno familiar, pues por lo regular el padre o la madre opinan qué estudios deben de seguir los hijos en edad juvenil (al mero estilo antiguo), sin permitir a sus muchachos que decidan su futuro, o bien que alguien los oriente sobre los estudios o las acciones que deben emprender para llegar a ser hombres o mujeres de bien en la vida.

Hoy en los planes de estudios de bachillerato cuentan con personal de orientación profesional, para asesorar a los estudiantes de ese nivel sobre sus preferencias o inclinaciones personales, a fin de saber que les conviene estudiar, sin embargo en ocasiones está de por medio la opinión de los padres, familiares o amistades, que lo único que causan es confundir a los chicos. Incluso, los propios jóvenes creen tener la seguridad de escoger tal o cual carrera, para finalmente darse cuenta que eso no era lo que buscaban.

Deben ser los jóvenes los que deben decidir el rumbo que tomarán, sin importar que al inicio se equivoquen, pues servirá para aprender a rectificar y luego tomar un nuevo derrotero.

La orientación vocacional, si es aplicada de manera profesional, es fundamental, si bien existe siempre un margen de error en los resultados de las pruebas psicométricas, ya que en ocasiones resulta no ser algo definitivo como si se tratara de un resultado matemático.

A manera de ejemplo, tengo la experiencia personal de haber recibido un resultado triple en la prueba de orientación vocacional aplicada por una maestra, aparte de haber intentado influir en mi determinación, pues quería enrolarme a la carrera sacerdotal, para finalmente indicarme que tenía 3 opciones: ser profesor, abogado o periodista.

Busqué primero estudiar en la Normal Superior de la CDMX, sin éxito (olvidando mi deseo de ser médico egresado de la UNAM, ya que había cursado estudios de bachillerato en la especialidad de medicina).

Luego fui a la Escuela de Periodismo “Carlos Septién García”, que en aquel entonces egresaba periodistas a nivel técnico, pero años después se transformaron los programas académicos a nivel licenciatura, dado que la preparación académica en esa institución siempre ha sido catalogada como excelente, desde su inicio como auténtica formadora de comunicadores profesionales.

Lamentablemente (y perdón por estar refiriendo mi vida personal, pero la utilizo como un simple ejemplo), tuve que regresar al poco tiempo a Torreón por razones económicas y de salud, con la ventaja de haber sido contratado como aprendiz de redacción en “El Siglo de Torreón”, donde me gradué de periodista, teniendo como principal mentor al director de ese prestigiado diario regional, don Antonio de Juamblez y Bracho, pues fue un verdadero forjador de periodistas.

Un año después (y aquí termino mi remembranza que uso a manera de modelo para el tema), inicié al parejo de mi trabajo en el periódico, estudios de leyes en la naciente Sección Torreón de la Escuela de Jurisprudencia de Saltillo, la que acabó por convertirse en la Escuela de Derecho y Ciencias Sociales, y poco después en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Coahuila, donde concluí la carrera tiempo después.

La muestra personal que expongo sirve para concluir que habiendo tenido tres opciones de estudio (Magisterio, Periodismo y Derecho), acabe por desempeñé en las tres (también he sido docente), para finalmente dedicarme a mi auténtica vocación: el periodismo, lo que también puede ocurrirle a cualquier joven estudiante universitario que haya decidido seguir una carrera universitaria, técnica o alguna actividad formal de provecho, tales como Técnico Radiólogo, Enfermería General, Teatro, Danza o Pintura Artística, por sólo mencionar algunas.

Hoy el campo profesional es sumamente amplio y nadie debe decidir en los jóvenes sobre su determinación, sino que deben ser ellos los que resolver lo que estudiarán o habrán de dedicarse productivamente, a fin de tener un futuro promisorio, dejando para más delante el compromiso del matrimonio.

En definitiva, hay que tomar en cuenta la vocación o la inclinación que cada joven siente en lo personal para dedicarla como modo de vida, que puede estar relacionada a una profesión, a un servicio remunerado, e incluso a la vida espiritual, si es que esa sea su determinación personal.

¿O usted, estimado lector, qué opinión le merece este tema?

¡Hasta la próxima!