Cuando los odios andan sueltos, uno vota en defensa propia

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Luis Eduardo Enciso Canales.

“La población general no sabe lo que está ocurriendo, y ni siquiera sabe que no lo sabe. Los manipulados ignoran incluso que ignoran”.
Noam Chomsky.

La república amorosa poco a poco se ha ido convirtiendo en un extenso campo de batalla, y en todo conflicto la regla es que los que más sufren no son los propios combatientes sino los que quedan atrapados en medio, la población civil, esa que ni la debe ni la teme. La sociedad mexicana sigue pagando los platos rotos y empeñando su futuro en aras de sueños guajiros de una “transformación” mal entendida, porque transformar no es igual a destruir. Continuamos ajenos a los designios del poder y sin enterarnos de lo que sea que esté pasando.

Contradictoriamente a lo que pregona el que despacha en palacio nacional, los más débiles, los más vulnerables, los pobres, han sido los más afectados por las decisiones de este gobierno. La pandemia es la clara muestra de esto, la mayoría de los muertos los ha puesto el segmento poblacional menos pudiente, los que no han tenido los recursos para enfrentarla, los más débiles han perdido su escaso patrimonio, la economía de los que menos tienen es la más afectada y al menos a corto plazo no se avizorar mejoría para su situación. Por eso en las calles cada día vemos más gente metida en el comercio emergente, tratando de vender algún producto de manufactura casera para salvar su economía familiar.

Vemos un incremento de gente ofreciendo algún tipo de servicio exprés, repartidores de alimentos, choferes, barrenderos, cuida perros, limpia parabrisas y la lista aumenta cada día. ¿En serio ésta es la opción que queremos para México? ¿Qué pueden esperar los niños y los jóvenes que representan el futuro del país? En nuestros días “la gente se percibe menos representada y lleva una vida precaria con trabajos cada vez peores”. El resultado es una mezcla de enfado, miedo y escapismo. Ya no se confía ni en los mismos hechos. Hay quien le llama populismo, aunque en la realidad es el propio descrédito que ha fomentado la retórica populista de las instituciones lo que está haciendo que falle el sistema, sin saberlo o quizás por ignorantes se han dado un balazo en el pie ellos mismos al tratar de desmantelar las estructuras y de destruir los símbolos que interpretan como herencia de sus enemigos políticos.

Hoy, nuestra desesperación y angustia son cada vez más evidentes, la pobreza no respeta ideología ni militancia filosófica. Para colmo de males, el proceso electoral que culmina este 6 de junio llegó justo en el momento en que otra pandemia, la de la desinformación y la incredulidad, arremete con fuerza contra la democracia.

Con el avance exponencial de la comunicación digital, la legitimidad de los políticos, sus partidos y sus gobiernos se han erosionado de forma dramática. La democracia, tal como la conocemos, cuando menos en teoría, hoy se encuentra en un riesgo inminente, aunado esto con que en las campañas ha brillado por su ausencia la falta de un debate de altura que ponga en el centro las ideas fundamentales que nos ayuden a dilucidar, con claridad y objetividad, que es solo a través de la colaboración y el equilibrio de fuerzas como vamos a poder salir adelante y no por medio del revanchismo, descalificaciones mutuas y división.

Y es que pareciera ser que el único criterio de política pública clara que podemos ver en el actual gobierno federal es el odio y con ello llega en cascada una verborrea inacabable de un poderoso discurso populista pero ineficaz a la hora de operar, saliéndose de su control importantes puntos neurálgicos que deberían contribuir a la estabilidad, pero al no estar contenidos están contribuyendo justo a lo opuesto, temas como la seguridad, la salud, el crecimiento sostenido, el desarrollo social, la educación y la infraestructura, son la piedra en el zapato de una administración fallida, aunque aún popular, porque se ha sabido valer de ese descontento generalizado para hacer terreno fértil para el crecimiento de sus propios intereses.

El presidente aprovecha sus dotes forjados en la resistencia para convertiste en un opositor perenne, utilizando el lenguaje como instrumento para controlar la percepción que la ciudadanía tiene de su persona y de sus decisiones, logrando que se le evalué no como un servidor público comprometido a dar resultados, sino como un personaje predestinado que está cumpliendo una misión superior: el “rescate” de un “pueblo victimizado” que ha sufrido el abuso de los poderosos durante muchos años.

Sin una estrategias clara, sin un plan y mucho menos con una agenda nacional, diariamente, de manera deliberada, pero eso sí, disciplinada y sistemática, el presidente gana la agenda narrando desde la mañanera el capítulo de la tele serie que mejor le venga a modo y en el que incluye, por supuesto, en cada episodios una lucha épica imaginaria de la que millones se sienten protagonistas, formando junto con el presidente un vínculo emocional impermeable a la verdad, cerrado a la evidencia y blindado contra la realidad.

Así es como azuza al electorado con el “petate del muerto”, para que no exista un voto razonado tratando de impedir que se dé un equilibrio de fuerzas. Es sencillo de entender si realmente así se desea hacerlo, lo que más le beneficia a México no es otra presidencia hegemónica, sino equilibrada, que medie entre el odio y la razón. El voto debe servir no para depositar odios, sino para sembrar esperanza.   

luis_enciso21@hotmail.com