EL MEZQUITE ES UN ÁRBOL… DESAHOGO LIRICO. PROF.  JOSÉ SANTOS VALDÉS

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Lic. Simón Álvarez Franco.

Nota del autor.- Desempolvando y tratando de organizar nuevos archivos, encontré este “Desahogo Lírico” que hace años escribiera el Maestro Rural José Santos Valdés, quien fuera mi padre político y a quien recientemente la Cámara de Senadores de nuestro país lo nombró Hombre Ilustre y autorizó el traslado de sus restos depositados en el Panteón Municipal de Cd. Lerdo, Durango, a la Rotonda de Personas Ilustres situada en el Panteón de Dolores en la Ciudad de México, evento que como familia, daremos a conocer a ustedes en cuanto se fije la fecha de tal suceso. Entre tanto presento ante nuestros lectores este poema en prosa alabando al humilde arbusto, en ocasiones convertido en árbol, sus bondades fueron tantas que se utilizaba no sólo como alimento, sino que hasta su madera se usaba para elaborar duraderos muebles gracias a su dureza, cierto que el avance del progreso dañó su supervivencia, pero nos trajo a cambio otros útiles cultivos como el trigo y algodón que han formado a la Comarca Lagunera, dándola a conocer mundialmente.

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En estas tierras con sus soles de fuego, sus calientes y sus polvos espesos. El Mezquite es un árbol que a mi niñez brindara el don maravilloso de su nombre. Sombra gozada entre fatigas de un vivir jornalero, en medio de ÉL.

Prof. José Santos Valdés

Entre los más viejos recuerdos de mi niñez sin juegos, se alzan las espesas ramas del Mezquite y la opaca negrura de su tronco, negrura que volvíase brillante después del milagro de las lluvias.

Entre los más viejos recuerdos de mi niñez sin juegos, se alzan los mezquitales que mis manos y mis piernas, aprendieron a trepar sin espinarse, para atrapar los nidos, para bajar los frutos espesos mezquitales; Protectores de las liebres en fuga, de conejos medrosos, de coyotes famélicos que, en las frescas madrugadas, llenaban de temor los corazones con el tenaz escándalo de su coro de aullidos; Mezquitales espesos, protectores de las perseguidas lagartijas. 

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  El Mezquite es un árbol al que aprendí a querer porque, de niño, me dio las recias líneas de su genio creador en medio del desierto. Porque entonces lo vi y lo sigo viendo ahora, con su fealdad llena de gracia, plena de fuerza y de potencia que ni los soles ni el viento, ni la frialdad extrema de heladas y de nieves invernales, borrarlo jamás pudieron del mapa que en mi corazón se extiende, respondiendo a un nombre celosamente defendido: La Laguna… Tiene el milagro de este árbol tan terco y tan tenaz, tan lleno de vigor y audacias, el don de hacer vegetal la fortaleza y el genio creador de un hombre que en la superficie de la Patria Chica y en la superficie de la Patria Grande, responde a un signo que es canto estremecido del Norte en sus más íntimas escancias: Lagunero.

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            Por eso lo amo desde niño y lo sigo amando cuando las canas coronan mi cabeza: porque es árbol señero de mi cuna y símbolo apropiado de una vida que se vive en diaria lucha y que realiza el milagro en medio del desierto: Cuántas veces vi a las madres ansiosas hervir el tierno “ramón” de sus hojuelas para curar, solícitas y amantes, los ojos de sus hijos. Cuántas veces sus frutos se volvieron atole alimenticio que mi madre –viva imagen y resumen recio de las madres laguneras–, en la rueda familiar nos dio a beber para saciar el hambre. Cuántas veces su pulpa hecha pinole –dieron vida gracias a las maniobras de una industria simple y eficaz–, como los hombres que le dieron vida, acompañó a la leche y a las tortillas de harina que, en las comidas mañaneras, reponían el vigor con que vencimos el dolor de un trabajo que agotaba no por rudo: sobre de nuestros cuerpos sudorosos estaba la furia de un sol que nombraré, para no confundirlo: un lagunero sol.  Cuántas veces mi madre en lejías sus cenizas convirtió para el mejor lavado de las ropas… Cuántas veces la goma desprendida de su tronco, ayudóme a cumplir las tareas escolares.

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            El Mezquite es un árbol que anticipó su milagro al milagro de los hombres. Cuando éstos llegaron a las tierras laguneras, las tierras tenían ya, su cobija de mezquites que, llenos de espinas, también entonces como ahora, ofrecían la serena y dulce canción de su follaje oscuro y espeso fingiendo un parasol con el armazón caprichoso de sus ramas… El Mezquite es un árbol que anticipó su milagro al milagro violento y tardío de los hombres: cuando éstos llegaron siguiendo las líneas, oscuras de dos ríos ––el violento y tardío Aguanaval que me arrulló en su cuna y el manso Nazas que me bañó en sus aguas— el mezquite era un árbol que les brindó en racimos, el  sabor agridulce de sus frutos, que conservados  fueron más tarde alimento eficaz, fuente de fuerza y de aguerridos bríos… El Mezquite es un árbol que anticipó su milagro al milagro de los hombres: cuando éstos pisaron la tierra lagunera allí estaba él: en monte espeso o hierática figura rompiendo la soledad de un arenal cubierto de espinos o de cactos… Allí estaba él, el árbol sagrado, hermano  del  huizache, dándose entero como robusto tronco; o en la profusa canción de su ramaje; o en la dádiva amable de sus frutos para que el hombre tuviera eficaz reparador para sus fuerzas, luego protector los inviernos y ramajes que ampara los soles y los vientos y, más tarde la vegetal estructura de sus casas y la maciza solidez de sus carretas…

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            El Mezquite es un árbol al que sabios muy sabios, Inga Circinales llamaron y también Prosopis Dulcis; que Inga Fagifolia y Mizquizquiz dieron por nombre y con la Prosopis Cinerancis y la Prosopis  Juliflora confundieron sin que, bajo el aluvión de tanto nombre, el nombre de Mezquite se perdiera… El Mezquite es un árbol de la grande familia de La Acacia. El Mezquite es un árbol personero de las leguminosas incontables que, como un Rey Vegetal, tiene su reino en las extensas tierras que van desde el Bravo a la Argentina… El Mezquite es un árbol al que, de haber agradecida Vegetal, bueno y sencillo, al que hay que colmar de gloria y bendiciones. El Mezquite es un árbol que en esta pródiga, fértil y bravía Laguna, debiera ser símbolo de fuerza y de constancia, de vigor y de audacia, porque pudo llenar las soledades del desierto con la verde canción espinosa de sus ramas.

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            El Mezquite es un árbol al que, ingratos, los hombres con el filo de sus hachas, un día negro en la historia del manso Nazas y del Aguanaval violento, la guerra declararon y casi borraron de esta tierra… El Mezquite es un árbol al que encontré de niño en mis correrías de pobre, trabajando para recibir monedas de plata y en cierta época –también de oro— deteniendo a los hostiles arenales que, por Viesca y Matamoros, amenazaban prolongarse hasta la cumbre de la Sierra… El Mezquite es un árbol al que encontré por los rumbos de San Pedro y del Cerro de Santiago, en gloriosos mezquitales; en centenares de miles repetido por los Charcos de Risa y Tlahualilo; al pie de cerros desnudos y agresivos y a la orilla de vegas que, sin agua, la partida resequedad de sus lechos me mostraban… ¿Por dónde pude ir que no encontrara el abrigo de los viejas y verdes mezquitales? Nuestra Laguna estaba llena con la música de sus ramas y sus hojas; con el oscuro engomado de sus troncos y el verde desvaído de sus simétricos “ramones” que, codiciosas, buscaban las ovejas y las cabras… El Mezquite es un árbol milagroso en la historia de hombre en La Laguna. Pero el hombre es ingrato y el corazón tiene tan negro, que en su férvido afán de hacer dinero, lo barrió con el filo de sus hachas y hoy no recuerda que, si hay hombres que levantan en estas tierras del progreso las banderas, fue porque, a su llegada, la protección del mezquite recibieron pues, en sus ramas y troncos, se ampararon dejando por allí –tal vez no en su homenaje— un recuerdo mediante el cual, a este Rey Vegetal, Mezquite  Charro en San Pedro lo llamaron, pues que el Mezquite hizo posible su vivencia y sus trabajos: sencillo y tenaz, el Mezquite se anticipó a los hombres para hacer posible que sus afanes y trabajos fructificaran en caseríos, rancherías, villas y ciudades…

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            El Mezquite es un árbol que llena las lagunas del recuerdo. El Mezquite es un árbol que dominó al desierto y que dio a los hombres un rumbo y un camino ciertos. El Mezquite es un árbol que quiero porque puso en la infancia de los hombres, allá en la edad en que éramos humanos la gracia de sus frutos y sus ramos y la negra fortaleza de sus troncos… El Mezquite es un árbol al que un día —la comprensiva admiración del hombre— despertada en un alba de amor y de justicia ha de elevar el altar de sus amores porque el Mezquite hizo posible la pujante vida que en este día, en el símbolo impoluto de un capullo, se da como la vida en La Laguna.

            El Mezquite es un árbol que anticipó el milagro de la vida del Hombre y del Capullo.

                                               Ciudad Lerdo, Dgo., septiembre de 1961