El poder social, la democracia

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Fernando Fuentes García.

Sabemos que, desde el principio de la humanidad, el poder de los que lideraban las tribus, devino en el Poder Político y el poder de las creencias sobrenaturales y sus intermediarios, se transformó en el Poder Religioso. A medida que se daba la evolución y el desarrollo de los pueblos, el poder político aparecía como el poder central y determinante, aunque siempre apoyándose en el religioso. La culminación del poder político independiente, al menos en Occidente, se dio con el inicio de la democracia (el Poder Social) en la cultura griega y romana. Surgen así las instituciones como base del sistema político para garantizar su permanencia en el tiempo. Concluye Antonio Fuentes Flores, en su análisis sobre la edad media.

Este artículo, da continuación al trabajo:

  1. “En el umbral del progreso”. Julio 1, 2022.
  2. “En el umbral del progreso, los estados fuertes y soberanos”. Agosto 1, 2022.
  3. “Patria o esclavitud”. Septiembre 2, 2022.
  4. “El mundo para nosotros o de nadie”. Octubre 16, 2022.

Una regresión hacia la condición inicial de las sociedades primitivas, se da al final del imperio romano con la perversa asociación de la Iglesia y el Estado, designada como el Estado confesional, que impuso el terrorismo religioso y la ignorancia en los pueblos. Este Estado abre un paréntesis obscuro en la humanidad llamado Medioevo, el que duraría mil años y del que surgiría un período humanista llamado Renacimiento que da inicio a la edad Moderna y que trajo consigo a la burguesía que originó el cuarto poder, el Poder Económico. Se da entonces una simbiosis entre los tres poderes (político/religioso/económico) para beneficio mutuo, pero no para la sociedad y la humanidad. Agrega Fuentes Flores en su análisis.

Después de proclamada la República Mexicana en 1824, la Revolución de Ayutla de 1854 trae consigo la verdadera consumación de la independencia y rompe la simbiosis de la triada de poderes originados desde la Colonia, en beneficio de la Nación y de su pueblo, es decir, nos brinda la esperanza de un poder político que realmente cumpliera con la función benéfica para la cual en teoría fue creado. Sobreviene la reacción natural al poder político y social de los otros dos poderes (económico/religioso), que no logran imponerse en la Guerra de Reforma. Surge entonces un período de gracia, la República Restaurada, que “consolida” el Estado laico, define el carácter social, libre y soberano del poder político, y logra balancear sus poderes, estableciendo el régimen presidencialista.

Este último, pieza clave en el funcionamiento del Estado, pues como se sabe en la historia, cuando el poder ejecutivo es diluido, siempre ha desembocado en inefectividad y fracaso. Como ejemplo contemporáneo ahí está el caso de la Nación hermana de Perú, paralizada intencionalmente por una Carta Magna neoliberal que diluye al ejecutivo, a través de un Congreso que prácticamente le define su gabinete y que le faculta su destitución con toda clase de artimañas. A pesar del avance progresista, queda pendiente la división de los poderes al interior del poder político y la consolidación de la representación popular. Surge así el Porfiriato, un poder político/militar que aprovecha un congreso dócil, asignado por el presidente, para establecer legalmente la reelección y la ampliación del período presidencial. Se establece un poder absoluto y despótico que hace a un lado su naturaleza social y que al fin se unifica con el poder económico.

El poder social revolucionario y armado, termina con esta regresión en 1911 y logra un progreso con las reformas de 1917 a la Carta Magna de la Nación de 1857, las que incluyen al capítulo económico que procura una economía mixta, equilibrando el deber social, público y privado del Estado. Sin embrago al Estado emanado de la Revolución Mexicana, se le exime de bases populares, pierde así el ideal democrático y se comienza a desarrollar un poder político ensimismado en sí mismo que adopta las prácticas porfiristas. De ahí el dicho: “Se va don Porfirio, pero queda doña Porfiria”. Así se establece la dictadura perfecta de partidos (PRI/PAN), que simulan la democracia.

Un período social que reivindica ideales revolucionarios surge, el de Lázaro Cárdenas y otro de auge económico, prácticamente sin deuda y con crecimiento, pero no con distribución, el período de Desarrollo Estabilizador. Comienza a permear la idea del endeudamiento, que inaugura el período neoliberal en 1982, el sistema global que procura precisamente la deuda como un factor de control y saqueo de naciones. El poder político nuevamente es capturado por el económico. Suplantado el Estado y sus instituciones por títeres del capital, corruptos, traidores y anti-demócratas, el féretro de México se construye, solo un par de clavos le faltó agregar al féretro a la mafia neoliberal (económica/política) para cerrarlo y erigirle un túmulo.

En México, el poder del pueblo, la democracia, ha sido fugaz. En el amplio sentido de la palabra realmente “no hemos tenido democracia”, solo se han logrado construir sus cimientos, los que han costado sangre, tiempo y una inmensa riqueza saqueada al pueblo y a su Nación. “El progreso democrático lo construye el poder social”, ese que los conservadores siempre han relegado, puesto que siempre han buscado para su beneficio “mantener” la dictadura; primero la monárquica, después la del autócrata, luego la dictadura perfecta partidista (prianista) y ahora la pretendida democracia oligárquica. Si por estos fuera, seguiríamos en el Medioevo, y en la práctica y si el pueblo lo permitiese, a ese tiempo nos llevarían, hacia un neo-feudalismo.

La democracia reside en la Carta Magna de la Nación, la que el pueblo (todo), construye a través del tiempo mediante sus representantes. Por tanto, no es un documento inerte, al igual que las instituciones del Estado. No es por demás que la élite oligárquica conservadora, haya procurado cambiar a su beneficio o imponer las Cartas Magnas neoliberales y que hoy reniegue de cualquier cambio, ordenando a sus lacayos políticos rechazarlos con obstinado negacionismo. Así, es oportuno recordar la reflexión sobre la naturaleza de los conservadores que hace Melchor Ocampo en su texto “1850 mis quince días de ministro”, después de acaloradas confrontaciones con Ignacio Comonfort, en relación a la conformación del gobierno del presidente Juan Álvarez, surgido de la Revolución de Ayutla. Para no cambiar su pensamiento, agrego la reflexión textual a continuación:

“Los conservadores, consintiendo el movimiento y regularizándolo, serían la prudencia de la humanidad, si reconociesen la necesidad del progreso y en la práctica se conformasen con ir cediendo gradualmente; única condición, la de consentir en ser sucesivamente vencidos, que volvería sus aspiraciones y su misión legítimas, como lógicas y racionales; pero en la práctica nunca consienten en ser vencidos: los progresos se cumplen a pesar de ellos, y después de derrotas encarnizadas, y haciendo perder a la humanidad tiempo, sangre y riquezas; con sólo conservar el estado de actualidad (statu quo) se convierten en retrógrados. Estos son unos ciegos voluntarios que reniegan la tradición de la humanidad y renuncian al buen uso de la razón”.

Al fin se impone así el poder social en el año 2018, esta vez de manera pacífica y realmente libre mediante el voto en un proceso democrático apegado a las normas, en el que no dejó de haber fraude, pero no cometido por quienes triunfaron. Es evidente que los comicios del año 2000 no fueron libres, un candidato puesto por la élite económica y consensado entre partidos, fue colocado como presidente en un simulado cambio de estafeta; el mismo ejecutivo que luego declaraba haber cargado los dados en la elección del 2006. Esta vez el pueblo sí ha logrado colocar a un poder político (ejecutivo y legislativo) que realmente le representa y que comienza a “rescatar a la Nación y a restaurar al Estado” para cumplir con su función, brindándole al fin división de poderes y separándolo del yugo económico, no sin atender a lo dispuesto en el llamado “capítulo económico” de la Carta Magna, lo que deja afuera cualquier ideal comunista.

La democracia comienza a florecer y “no” gracias al Instituto Nacional Electoral (INE), hoy decrépito por simulador, sino gracias a la fuerza social que impulsa y sigue apoyando el movimiento de transformación y que, a pesar del profundo ataque mediático, sigue avanzando y creando conciencia política. La democracia “no” se reduce a la coyuntura electoral. El INE es una de las herramientas de la democracia, fundamental claro, un instituto al que hoy el pueblo le demanda reformarse, sin duda, aunque sus dirigentes, evidentes títeres del conservadurismo retrógrado, lo renieguen escondiendo sus propias encuestas que no les favorecen y colocando narrativas falsas para disuadir la discusión sobre la iniciativa de reforma.

José Agustín Ortiz Pinchetti, trae a colación la comedia de Bernard Shaw, El carro de las manzanas, para destacar que los grandes enemigos de la democracia, son en realidad los factores reales del poder (La Jornada, 07/08/2022). Incidir en esos factores fue lo que los oligarcas neoliberales procuraron, capturando al Estado y a sus instituciones y disminuyéndolo para organizar un Estado paralelo que gobernara a través de cientos de organizaciones a su servicio. El INE es un ejemplo de esa captura, un instituto con el cual pretenden seguir vendiéndonos la democracia simulada, buscando reproducir un show mercadológico similar al que acabamos de presenciar en las elecciones intermedias en Estados Unidos. Un show en el que se disputa y se reparte el poder entre elites oligárquicas y se excluye a la fuerza social, dejándola como un espectador cautivo de la propaganda e “idealizando una democracia” que no existe y que, en la realidad, para el caso estadounidense, es una plutocracia que rigurosamente subsume a Wall Street (Alfredo Jalife, La Jornada, 26/12/2021).

Es clara la oportunidad para el partido surgido de la Revolución Mexicana (PRI) y no en el sentido de reivindicarse, sino en el del dilema existencial. Apoyar la reforma al INE, claramente les puede hacer renacer en la contienda del 2024, atrayendo algunos votos progresistas con tendencia moderada y extrayendo votos del conservadurismo moderado del partido azul (PAN), que los ha querido fagocitar y los ha humillado. Tal vez así y con suerte, podrían remontar al partido azul y quedarían en segundo lugar. A México, le hace falta ese partido de moderados, que, siguiendo la idea de Melchor Ocampo, deberían de ser en teoría el eslabón que uniese, hoy en día al Poder Social y el Poder Económico. Seguramente el monrealismo los podría iluminar, es decir, el conservadurismo más despierto o liberal moderado.

Sobre el autor: Fernando Fuentes García es un escultor, comprometido a transmitir la aportación única y vital del arte y la escultura a la sociedad y a contribuir a un mejor México.